VIII. Dulce veneno.

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Creo que un alma del paraíso se apiadó de lo embarazoso que podría llegar a ser la velada, por lo menos para mí, e hizo que la esposa del doctor Fuentes rompiese fuente— la ironía— una semana antes de lo previsto para que justo llamasen a Diego a cubrir el turno que debían abandonar.

Me explicó la situación con una expresión apenada, le dije que en otra ocasión podríamos salir y le deseé suerte mientras le dejaba el taxi que íbamos a usar para llegar al bar. Ya que las cosas sucedieron así, preferí caminar, a pesar de que me llevase casi media hora el arribar. Deseaba retrasar un tanto mi llegada, peleándome entre querer verla ya y desear no hacerlo para evitarme la presión en el pecho, el anhelo, el deseo de tocarla. Seguía inmersa en esa batalla absurda cuando llegué, abrí la puerta y lo primero que vi fue su precioso cabello que caía como cascada sobre el respaldar de una de las sillas de la parte izquierda del bar, luego se giró, clavando su vista en mí, haciéndome sentir más estúpida por siquiera imaginar que había una parte que no quisiese verla. Me perdí un momento en el brillo felino de sus ojos, hasta que un tipo que salía del lugar me estrujó un poco. No le eché la culpa, yo era quien estaba parada ahí como un pasmarote.

Anduve hasta la mesa, donde estaba sólo Santi de acompañante de mi precioso tormento, sentado al lado, se veían botellas y vasos al frente de casi todos los seis puestos. Me acerqué al que estaba con poco más que una copa.

— ¿Estás bien? —cuestionó la voz rasposa de Cielo. Asentí viéndole.

— ¿Puedo o hay alguien aquí?

—Ah no, no señorita, usted se va a sentar acá y me va a contar cómo le fue con Ibarra. Te vez más sensual de frente, la video llamada le quita resolución a tu atractivo. A ese fuego de tus ojos. Te detesto a veces, tienes tanta belleza a tu favor y la desperdicias. Yo sería una completa perra de ser tú, bueno más perra de lo que soy. En fin, ven.

Miré de nuevo a Cielo antes de sentarme junto a Santi, quedando frente a ella.

— ¿Estabas con Ibarra? —cuestionó la otra mujer en la mesa, algo alto para que la música no ahogara su voz.

—Sí, me invitó a salir —miró la mesa de roble antes de asentir, desviando luego los ojos rumbo a la puerta.

— ¿No iba a venir también?

—Tuvo un inconveniente.

—Ya veo —la curiosa se llevó un vaso con lo que supuse era ron, a los labios, fijándose solo en la bebida al contestar e ingerirla. Me pareció que escondía una mueca. Me fijé en Santi que me observaba con impaciencia. Caí en cuenta de porque estaba sentada a su lado, al igual que capté que él no dijo que estaba con Diego, mas, recordé que ella sabía que estaba con un hombre.

— ¿Y bien?

—Fuimos a almorzar, hablamos. Fue muy agradable.

—No me digas y jugaron a la casita también ¿no?

—Santi...

— ¿Besa bien? Por lo menos dime que le diste uno, Luna —se me secó la garganta al sentir los dos pares de ojos sobre mí.

—Te repito, almorzamos y hablamos, fin.

—De verdad que me dan ganas de golpearte a veces. Dios le da pan al que no tiene dientes.

—Yo también te aprecio, Santi.

— ¿Tu qué opinas? —se giró en dirección a Cielo al comprender que iba a sacar poco de mi —, ¿no crees que le falta un buen examen psicológico? ¿Cómo va a desperdiciar semejante oportunidad?

— ¿Tanto te gusta Ibarra? —sentí una vibración extraña en la voz de ella.

— ¿Y a ti no? —casi gritó el auxiliar, llevándose una mano al pecho. Me dio un acceso de risa, liberando un poco de nervios.

—Es guapo, sí.

—Ay no, a ti te entiendo —me señaló por un instante —, tu corazoncito y todo eso, pero tú, Cielo ¿Cómo dices que es guapo como si estuvieras hablando de que tenemos que llevar mañana una sombrilla porque va a llover? ¿No te gusta?

— ¿Por qué me iba a gustar? —el auxiliar la miró como si tuviese siete ojos, en lugar de dos.

— ¿Es por qué es menor? ¿A ti te gustan mayores no? —alcé una ceja ante el dato, ella me observó por un segundo.

—No me gusta porque no le tiene que gustar a todo el mundo. Es un hombre atractivo, eso es imposible de negar, ya está.

—Vaya... Ahora me dirás que te va más Rodrigo, ya puedo esperar todo de ti —mi mirada coincidió con la de Cielo, las dos dudamos un momento, procesando lo que estaba diciendo Santiago —Pachito se llama en realidad Rodrigo. Los chistes no son graciosos si hay que...

La fuerza con la que dejamos salir la carcajada al tiempo, Cielo y yo, hizo que Santiago se asustara, para luego unírsenos.

Pachito era un guarda de seguridad de la institución quien se había jubilado ya, a pesar de ello, iba cada semana a visitar.

Después del momento estelar de Santiago, se relajó demasiado el ambiente, además de que, dejamos de hablar de Ibarra. Lucía y Juliana se unieron otra vez, pues ellas eran quienes ocupaban los demás asientos antes; media hora después, trayendo una enorme picada, me saludaron con emoción e hicieron aún más ligero el clima de la velada al alejar más el tema del semental que teníamos por compañero.

Antes de media noche se me hacía demasiado complicado no perderme en el atractivo cabello ondulado, en las mejillas naturalmente rosadas, en la blusa que se ceñía a su cuerpo. Sabía que estaba viéndola en exceso, me preocupaba incomodarla, aunque cada vez que subía los ojos donde debían estar y la captaba observándome, no apreciaba ningún signo de incomodidad en su bonito rostro, solo sonrisas. Me preocupó el estar demasiado borracha y confundir muecas con sonrisas, mas me sentía bien, tampoco estaba tomando mucho alcohol, no obstante, decidí que era mejor marcharme antes de hacer una estupidez. Llevaba dos semanas algo distante de ella, por lo que sentirla tan cerca me afectaba más de lo normal. Les avisé de mi retirada, le dejé a Santi mi cuota que se notaba menos preso de los efectos del alcohol gracias a la comida y vi que Cielo también le dejaba su parte, me extrañó, le dediqué una pequeña mirada.

— ¿Crees que iba a dejar que te fueras sola? —alcé las cejas —. Pues no, si hubiese venido tú cita, él te llevaba, pero no está. Santi no se va antes de las dos, Juli está muy feliz bailando, y sabes que Luci se va con Santi. —observé a cada persona que nombraba, teniendo un poco de problemas para enfocar a la segunda, pues estaba entre algunas personas, moviéndose lento.

—Puedo llamar a un ta...

—Claro que vamos a llamar uno, no pienso conducir, menos te voy a dejar ir sola.
Se puso de pie, fue hasta donde Juliana, se despidió y señaló hacia la mesa, Juli movió su mano en mi dirección a modo de despedida. Santiago me miró riéndose.

—Es como una mamá gallina, además tiene razón, deja que te acompañe.

— ¿Yo no puedo irme sola, pero ella sí?

—Tienes razón. ¿Y si las dos se quedan en tu casa?

—Me parece bien, puedo dormir en tu sofá —su voz tras de mí me alteró más que lo que dijo. Incliné la cabeza hacia atrás para verla. Llevaba el celular en la oreja, creo que estaba dando —gritando— la dirección. Sonrió cuando me vio detallándola, bajándome el gorro hasta los ojos.

—Vamos, Luna.

Yo queriéndome alejar de su magnetismo y ella pensando en quedarse en mi casa. Podría tomarse como una insinuación si no tuviese claro que no me ve de esa manera.
Respiré hondo, despidiéndome de los chicos, yendo tras ella.
El silencio nos envolvió al igual que el frío mientras esperábamos el auto amarillo. Ya dentro de este, antes de dar la dirección de mi casa, la observé un momento, ni se inmutó, solo me veía, le faltaba la lima de uñas para tener la escena completa, por lo que comprendí que iba en serio, me recliné en el asiento, sintiendo momentos después su calor cerca.

— ¿Esto es demasiado? —cuestionó reclinando su cuerpo en mi dirección, acariciaba mi mano con sus dedos. La miré, tenía la cabeza en el respaldar y los ojos cerrados.

—No —susurré.

—Menos mal, quiero estar cerca de ti.

Me es impreciso saber si fue la frase, su voz, o su olor que me tenía viciada, o la revelación que tuve siempre frente a mis ojos, que reafirmé hace unas horas, mas,  la que terminó de acotar distancias fui yo, hundiendo la nariz en el hueco de su cuello, tomando su brazo, entrelazando nuestros dedos, dejando nuestra unión sobre su muslo derecho.

— ¿Esto es demasiado? —imité su pregunta.

—No, no te alejes por favor —le hice caso, disfrutando de su cercanía los quince minutos que duró el trayecto, estaba extrañamente tranquila, a pesar de volver a tener uno de los privilegios con los que más soñé, me sentía en paz, en casa.
Volvió a cubrirnos el manto del silencio al subir por el ascensor vacío, después de despegarnos para bajar del auto. Ya en mi piso estábamos las dos frente al sofá nombrado con anterioridad, tomé valor, respiré profundo y me comporté como una mujer madura.

—Puedes venir a la cama —eso no sonó como quería, ella lanzó una carcajada al verme hacer una mueca —, sabes lo que quiero decir, deseo que estés cómoda —Cielo suspiró, viéndome por un momento con intensidad, me temblaron las piernas, algo totalmente nuevo para mí en este sentido —. ¿Desconfías de mí? Cielo, yo no me aprovecharía de ti o...

—Lo sé y sí confío en ti —murmuró algo más que no logré oír, caminando luego hasta la habitación que menos mal estaba ordenada. Fui hasta el closet para sacar ropa y dársela —.Vaya, limpiaste porque Ibarra iba a venir —dejé de hurgar en las prendas para centrarme en ella.

— ¿Qué te hace pensar que él iba a venir?

— ¿Por qué no? Están saliendo y eso —pude aprovecharme de que ella pensara aquello, pude decirle que sí, que él iba a venir esta tarde o luego del turno para pasar el domingo metidos en la cama como un par de conejos. Pude hacerle creer que me estaba comenzando a liar con él, sin embargo, ¿para qué? Si sabía que me delataba con la manera en que me dejaba embrujar por sus orbes cobalto.

—No estamos saliendo.

— ¿Me estás mintiendo? —se aproximó a mí, rodeando la cama para taladrarme con la mirada.

—Claro que no ¿para qué te mentiría?

—Tuvieron una cita hoy y sabes que él te pretende —me reí, me encantaba cuando hablaba como señora de la tercera edad.

—Cita no fue, sólo salimos y sí, sé que le gusto, me quedó claro hoy, pero eso no hace que él me guste a mí, las cosas no funcionan así aunque me encantaría —me senté en la cama, dejando caer el rostro hacia delante, sintiéndome agotada de repente. Noté calor entre mis piernas, luego una mano temblorosa bajo mi barbilla, alzándome el rostro despacio. Un aliento acariciándome la piel y sus ojos en exceso claros buscando los míos me anclaron a su presencia, dejando todo lo demás en segundo plano.

— ¿Me estás insinuando que no te gusta Ibarra o que te gustaría que te guste?

—Te estoy diciendo exactamente lo primero de tu trabalenguas —dije con un hilo de voz, turbada por su cercanía —Él no me gusta. Cielo, estás muy cerca, esto es...

No pude terminar de decirle que era demasiado, pues a pesar de que creí estar soñando al principio, sentí sus labios en los míos, la poca consciencia me abandonó de golpe al saberme despierta. Me fue imposible no lanzarme a besarla con pasión, ella me gustaba tanto, jugueteé con este momento por tantas noches y tantos días que me era impensable renunciar a él, no aferrarme a esta necesidad que tenía cada vez más de sentirla.

Su boca se movía insegura en un inicio, con recelo de la que estaba danzando junto a la suya, de la que eligió probar, porque si algo podía hacer este momento más inolvidable era que Cielo fue quien decidió iniciar el contacto, fue ella quien se arriesgó a quizá cambiar el vínculo de amistad que teníamos, a corresponder en alguna medida mis sentimientos. Eso me llevaba alto, me dejaba allí flotando en la eternidad o por lo menos en la del roce de su piel.

En un impulso de acercarla más, de tranquilizarla para que se entregase a sus demandas carnales, enredé las manos en su fragante cabello, deslicé los dedos despacio por este notando como temblaba bajo mi tacto, esto funcionó, pues sus labios comenzaron a seguir el ritmo que había instaurado ya sin mucha reserva. Se amoldó a mi boca, regalándome su sabor, su textura delicada, tomando después ella el control de la situación, sentándose a horcajadas sobre mí. Estaba sorprendida, a pesar de ello no me detenía, el fuego se tomó mi cuerpo, el motor de este, me sentía excitada e inexperta en un nivel que jamás siquiera imaginé.

Yo que daba placer por dinero. Yo que renegaba del sexo, yo que rogaba por lubricar en aquellas noches en las que debía servir para el desahogo de otros, me sentía una colegiala hormonal, enardecida en demasía, en su primer calentón a escondidas en su cuarto.

Cielo tomó mi cabeza con algo de fuerza mientras se amoldaba a mí ser agitado. Llevé las manos por inercia a su cintura apretando, maravillada por sus curvas, por la suavidad que tenía, por la esencia agonizante que desprendía de ella. Me notaba cada vez más ida, me daba vueltas la cabeza producto del veneno que su beso estaba dejando en mí, si seguíamos así, no creía ser capaz de contenerme mucho más, la ropa me estaba comenzando a parecer innecesaria, un activo inútil, mal pensado. Dejé que mis dedos jugaran con el borde de su preciosa camisa negra, lástima que aquello fue un error, pues paró todo contacto. Se echó para atrás, sentándose recta, observándome.
Noté que a pesar de tenerla tan cerca, a pesar de haber disfrutado de ese grado de intimidad segundos antes, en este momento estaba lejos, ida, veía cualquier cosa en su cabeza, menos a mí, por ello la llamé, una necesidad visceral de traerla de vuelta tomó mi ser.

—Cielo —puse una mano en su mejilla, lo que la hizo parpadear. Ahora sí estaba aquí, sus pupilas dilatadas me aguijonaban, su respiración entre cortada hacía un mix con la mía. Su cabello estaba revuelto; algunos mechones se le colaban en la cara, se pegaban a sus mejillas sonrosadas, otros eran empujados por su aliento en mi dirección, estaba muda, sin embargo, estaba pendiente de cada movimiento por mi parte.

— ¿Estás bien? —esa frase la llevó a darse cuenta de en qué estaba sentada, poniéndose de pie con agilidad.

Me envolvió un frío gigantesco tras su huida que me hizo temer, no obstante, me asustaba más la siguiente reacción que pudiese tener.

No actuó de ninguna de las formas que sopesé a toda velocidad en mi mente: una bofetada, alaridos y demás escenas de dramas sacudieron mis sesos. Ella solo sonrió nerviosa antes de volver a sentarse a mi lado, estudiando sus manos para después clavarme su mirada refulgente. Eso disparó mi inquietud. ¿Qué estaba pensando? ¿Que la llevó a detenerse si no estaba tan en shock? ¿Por qué me veía de esa forma?

—Lo siento —fue lo único que salió de sus labios que tanto quería volver a retener entre los míos.

— ¿Por qué te disculpas? —arrugó el ceño ante esta pregunta como si fuese algo obvio.

—Por besarte de imprevisto —su voz se apagó, como deseando no decir aquello, eso me movió a exponer lo que sentía, la cabeza aún me daba vueltas.

—No tienes que disculparte por nada. Yo participé también... —lo haría mil veces. Su mirada celeste se clavó en la mía dejándome más mareada, con mayor turbación y deseo.

—Luna, hemos bebido, no me voy a excusar yo en ello, pero tú estabas más suelta, me veías diferente, te acercabas más, además al pensarte con Ibarra me sentí celosa, eso me hizo... Me dio pie a querer darte un beso —se mordió el labio superior, algo inflamado —. Aún quiero besarte, a pesar de no entender nada, solo sé que esto es un error.

Alguien dijo alguna vez que si quieres algo que nunca tuviste, debes hacer algo que nunca hiciste, así pues dejé de beber de ese manantial de miedo e incertidumbre después de sus palabras. Recorté la distancia, enredando sus labios de nuevo entre los míos, ella respondió en el acto, arrastré su cuerpo hasta posicionarnos como antes, es decir, su suavidad sobre mí. Sus manos no abandonaban mi nuca, apretándose, el percibir sus pechos generosos estrujando los míos me pareció asfixiante, vigorizante al tiempo. Solo ella podía darme y tomar todo en un instante. Así como me estaba dando parte del cielo en este segundo beso, retiró la ofrenda cuando su celular comenzó a sonar en la cama a nuestro lado.

—Déjalo —le pedí, casi rogué pegada a su boca, sosteniendo con fuerza su cintura. Me dedicó un suspiro, echándose para atrás, soltando mi agarre. Se puso otra vez de pie. Atendió la llamada. Mientras se alejaba pude notar que su cabello estaba el doble de revuelto, su ropa muy mal colocada y sus mejillas, además del cuello estaban cubiertos por un leve rubor. Quise ser testigo de este en otras partes de su cuerpo, sin embargo eso, esta noche no iba a ser posible. Quizá nunca iba a serlo.

Al regresar dijo que tenía que ir al hospital, no le creí nada, pues ella era una profesional tan responsable que era incapaz de asistir a cubrir algún turno al estar bajo los efectos del alcohol. Lo sé, porque se ha negado varias veces solo por haber bebido un par de copas, además estaba el hecho de que Ibarra cubrió ya el turno. Capté que estaba improvisando una excusa para alejarse. Una parte en mi le entendía, la otra la llamaba cobarde, aquel beso pudo ser impulsado por su leve borrachera, en parte, por la mía también, no obstante había algo subyacente, era eso lo que ella se negaba a dejar salir.

La inseguridad que me apresaba antes al pensar en qué podía sentir ella por mí me abandonó luego de este inolvidable momento. El creerme poco para atraerle a alguien como ella —no lo digo en modo de tener baja autoestima, sé que de forma física soy atrayente, a pesar de que no consideraba que aquello me alcanzara para tentar al lado hetero de Cielo.  — dejó de tomar las riendas de mi consciencia.

Sabía que no iba a ir a ningún hospital, de igual modo, me quedé en silencio, acepté la decisión y la dejé marchar, luego de estar como un halcón esperando a su lado por el transporte que la llevaría. He aprendido que nada que se fuerce sale bien o dura, por ello decidí que quién estuviera a mi lado era porque así lo deseaba, porque se comprometería, ella aún no estaba lista, lo respetaba. Me quedaba aguantar mientras tanto, disfrutaría del obsequio de esta noche, me recrearía gozando del manantial de su boca, de sus palabras hasta que la mañana me entregase de nuevo mi sobriedad y con ella, la zozobra por los nuevos días.

Esta noche, dos noches después de aquel beso Cielo no vino a recogerme para irnos juntas como lo haría de forma común al compartir turno, supuse que pasaría, aunque de igual modo me sentí vacía, carente y angustiada.

Al verla en el hospital me sonrió en la lejanía, incluso a esa distancia supe que el gesto no alcanzó sus ojos como de costumbre, me preocupé el doble, mi lado pesimista ya estaba sonriendo de lado por su reticencia a acercarse, ya que, cada hora que pasaba acentuaba su proceder: mantenerse distante, evitándome.

La necesidad de hablar con ella se hizo cada vez más fuerte en mí, tanto que al finalizar el turno, al notar que no salía o iba a recoger sus cosas, la esperé en el cuartillo de descanso. Tenía la corazonada de que se escabulliría allí y así fue, ingresó al lugar con los ojos cerrados, sin percatarse de nada, quitándose el gorro con figuritas, dejando caer su cabello en cascada. Se masajeaba el cuero cabelludo y yo solo podía pensar en lo bella que era, en lo erótico del gesto inocente.

Había caído, en definitiva, por esta mujer de treinta y nueve marzos.

— ¿Vas a seguir ignorándome? —solté de golpe haciendo que se asustara. Se quedó un instante de pie, al lado de la puerta, luego, como cayendo en cuenta de que yo no mordía, siguió el camino que iba a tomar desde el principio, es decir, en mi dirección, se sentó continua a mí.

—Lo siento.

—Antes también dijiste eso. No entiendo si me lo dices a mí o a ti.

—Mi intención no es ignorarte, pero todo esto —nos señaló —, me sobrepasa.

— ¿Qué es todo esto para ti? —repetí su gesto.

—Sabes que está mal —contestó aquello en lugar de lo que cuestioné primero.

— ¿Por qué está mal? — me observó directamente a los ojos.

—Porque yo no puedo ofrecerte mayor cosa —me desconecté un momento de la charla al escuchar aquello. ¿Cómo que no me podía ofrecer mayor cosa? ¿Y antes de ayer? ¿Que no se dio cuenta de que me lo dio todo al besarme?
 
— ¿De qué estás hablando? —suspiró cansada, levantándose después, andando hacia un costado de la habitación, con una mano en el cuello y la otra sosteniendo la primera por el codo. Era un gesto de ansiedad que pocas veces le vi, una postura que no adoptaba muy seguido. Ella cerró los ojos e hizo una expresión de pesar.

—Luna... —me levanté sabiendo lo que venía, tenía claro que me iba a rechazar o a confundirme el triple con la explicación que me daría.

—No digas mi nombre con lástima —avancé sin medir mis pasos, quedando a escasos centímetros de su cuerpo lo que la hizo abrir los ojos y dar un paso atrás —. Contéstame de nuevo, Cielo ¿por qué está mal?

— Ya te lo dije —negué con la cabeza, acercándome más. No entendía porque, sólo deseaba sentirla, algo en su expresión, en cómo estaba reaccionando me hacía querer tocarla. Podía ser sus pupilas en exceso dilatadas, su respiración acelerada o su piel ligeramente colorada lo que me llevaba a actuar así. Sentía que hasta la fragancia que me llegaba de ella era diferente, me incitaba.

— ¿Y el beso de antes? —la retaba con la mirada. Me respondió a esto bajando las manos y arrugando el ceño.

—Estábamos borrachas —su aliento golpeaba mi rostro, sus ojos se clavaron en los míos con un brillo exagerado. No aguanté más y puse mis manos alrededor de su cintura para pegarla a la pared que ya esperaba por nosotras. Sus labios eran como una canción de sirena para mí, no obstante, no la besaría si ella no lo deseaba , si no veía una señal clara para ello.

— ¿Y hoy?, ¿ahora? —percibí que intentaba no tocarme pero le costaba, le costaba no poner sus manos en mis hombros, deslizarlas con torpeza por mi cuello. La miré a los ojos, ella tenía su vista anclada en mi boca —. ¿Dime qué hay de malo en esto? —rocé nuestros labios —. Dímelo porque yo no lo entiendo.

Un quejido salió de ella haciéndome consciente de que estaba apretando bastante mi agarre en su cuerpo, me iba a alejar al notar la culpa reptando rápido desde el estómago, sin embargo me detuvo, haciendo lo contrario, acortando la distancia, entregándole a mí ser ansioso su precioso néctar de nuevo. Subí de inmediato las manos por su espalda para pegarla más, bajándolas de nuevo a su cintura reforzando la cercanía. Cielo hizo lo mismo con mi cabeza, sus palmas se amoldaron a mí, se deslizaron por mis cabellos, sosteniéndome con fuerza, en contraste con la delicadeza de las caricias de nuestras bocas que me estaban volviendo loca. ¿Cómo que no tenía nada que ofrecerme si de este modo ya me otorgaba todo? ¿Cómo?

Moví una de mis muñecas deseando acariciar su mejilla, mas, un ruido en la puerta a nuestro lado la hizo parar de inmediato, deslizando el cuerpo hacia esta, dejándome aturdida sin su calor, sin su sabor, sin su olor y con la frente sobre la pared, jadeando. Después y de nuevo de forma rápida salió del cuartillo como alma que lleva el diablo, dejándome con la mía en los pies.

<<Van dos veces que huye de mí, de esto >>.

Me tomó un rato calmarme, coger mis cosas y salir, me impresionó verla a un par de calles, seria, reclinada en su auto. Observó en mi dirección haciendo un gesto para que me acercara, al ver que comenzaba a andar rumbo a ella, rodeó el vehículo, ingresando.
Sentía los latidos del corazón hasta en el cuello, no obstante le hice caso, al estar en el asiento del copiloto y al cerrar la puerta la observé. Ella hacía lo mismo conmigo.

—Te diré porque está mal, soy casi una cuarentona, te llevo catorce años. Hoy puedes pensar que te atraigo pero ¿Qué hay de mañana?, ¿qué va a pasar cuándo se te pase o cuando te acuestes conmigo y te des cuenta de que eran simplemente deseos de experimentar? — iba a objetar, no quiero simplemente experimentar con ella, sin embargo siguió hablando evitando que le contestara —. Déjame terminar, por favor. De nuevo, soy mucho mayor y lastimosamente hay muchas personas que no van a ver lo nuestro de buena manera, no solo por este factor, también porque somos mujeres, Luna.

Entendí a la perfección sus motivos. Para ser franca no me cabía en la cabeza que pensase de esa manera, que aquellos tabúes rigieran sus decisiones. La notaba tan brillante y libre que me detuve a pensar poco en su oscuridad, negrura que no me iba a detener.

— ¿A ti te importa eso?

— Lo hace. Me encantaría que fuese diferente pero aún influye la forma en la que me criaron, las expectativas de los demás.

— ¿Y las tuyas? Cielo, la edad es sólo un número, soy mayor, tengo dominio total sobre mi vida y no veo ningún inconveniente en que seas una mujer —se quedó un instante callada como pensando en lo último que dije.

—Sé que es más aceptado, sé que en realidad no está mal, solo es muy difícil para mí. Nunca me pasó algo parecido. Yo no experimenté en mi adolescencia o en la universidad. Se suponía que me gustaban los hombres, que tenía que ser así, ya está.

—A mí tampoco me sucedió antes y al igual que tu no he estado con ninguna mujer —entrecerró los ojos como si no se fiara de mis palabras —. Hablo en serio.

Al ser un factor tan hosco para mí, en cierto modo tan denigrante, me pasé, como Cielo dijo "experimentando" poco, y ninguno de esos encuentros fue con una mujer.
Según yo también era heterosexual. Ahora tenía clarísimo que no.

— ¿Me estás vacilando? —se inclinó hacia delante.

— ¿Por qué te sorprende tanto? —vi que dudaba un poco.

—Bueno, tú... Digamos que…Eres muy apasionada,  —parecía una niña exponiendo sin saberse la lección, me reí por eso, lo que la hizo ponerse seria y retomar —. Me refiero a qué parece que tengas experiencia. Además, lo tomas muy bien.

—Lo primero es instinto: sólo hago lo que deseo hacer en el momento, mejor dicho, lo que me provocas —vi sus labios separarse de forma ligera, dejando asomar un pedacito de su lengua. Si de mí dependiese ese trocito de carne ya estuviese dentro de la mía, ella se dio cuenta de mi reacción y cerró la boca de golpe —. Lo segundo, lo tomo bien porque para mí lo está. Según yo no hay nada de malo en que me gustes, no pongo sombras dónde no las hay.

— ¿Y la edad? ¿Qué me dices de eso?

—Nada. Tienes treinta y nueve, yo veinticinco. Ya está. No quiero tener más edad para estar contigo, quiero poder hacerte entender que no hay nada de malo en que me lleves catorce años.

—Tú no eres la que pronto va a ser una cuarentona —susurró a la nada.
Cada  vez me daba cuenta de la magnitud de sus prejuicios, y de verdad quería quitárselos, abrir sus alas, hacerle entender que no debía privarse de nada. Que si sentía algo podía dejarlo ser, lo nuestro estaba bien.

—Una mujer de cuarenta años preciosa, profesional, dedicada y tan especial que me tiene babeando por ella. Si no puedes ver eso en ti, si solo ves número y género en nosotras, esto va a ser muy difícil —dejé salir parte de la frustración que estaba escalando en mi ser y un pedacito de lo que significaba en mi vida. Sus ojos brillaron de un modo diferente al inicio de mi verborrea, luego se quedaron estáticos en mis labios. Me era casi imposible comprender por qué se negaba a esta atracción, por eso, no me di por vencida, seguí diciendo —: de todas formas quiero estar contigo, intentarlo, si lo permites, por supuesto —se quedó quieta viendo un punto tras de mí. Se notaba en su gesto que estaba en constante uso de su raciocinio, que estaba sopesando la situación, descartando opciones. Al final, su gesto serio me dijo la conclusión a la que llegó antes de dejarla escurrir por su boca.

—No es tan sencillo —negué con la cabeza, en parte para reforzar lo que diría, en parte para hacerme entender que debía parar de insistir, por lo menos por hoy.

—Lo es, aunque aún lo veas de otra manera, te entiendo. No quiero incomodarte más, solo por favor, deja de pretender que soy inexistente, eso me hiere, Cielo —me observó con pena —. Guárdate él lo siento, tranquila que todo está bien —sonreí para quitarle seriedad a lo dicho, a pesar de que sentía un pequeño desasosiego por su rechazo.

El darme por vencida no estaba en mis planes, solo le daría tiempo. Al fin y al cabo, tenía claro que le atraía, mucho.

Esperaba que con espacio, con comprensión, con seguir a su lado fuese cambiando sus paradigmas, viese que somos más que prejuicios, que números.
Ella despertaba en mi tantas cosas que no podía solo aceptar su negativa. Si viese que le soy indiferente no movía ni una uña en su dirección, no obstante, ella misma dejaba claro que había un gusto, sentimientos entre las dos.

Me sumí entonces en una cordialidad y compañerismo rotundo. La trataba bien, aunque lo justo en el trabajo, gracias a dios dejó de ignorarme, eso me quitó un gran peso de encima.
Cuando no coincidíamos en el turno sentía cierto alivio por no tener que fingir, al igual que extrañaba simplemente verla por allí; agitada, inmersa en algo, actuando formal, sonriendo o simplemente, esquivando a veces mi mirada.

Pasó un caluroso mes de verano así, actuábamos como compañeras, trabajando codo a codo, sin más, dejamos de viajar juntas a menos que hubiese alguien más para transportar. Lo entendía, lo aceptaba y la extrañaba concentrada en la carretera o riendo de alguna pregunta que le hiciera.

Mis sentimientos no menguaron, mi gusto por ella seguía tal cual había estado treinta días atrás, hasta podía decir que el anhelo lo pudo aumentar, pudo llevarme a una especie de desespero por sentir o percibir qué tal lo estaba llevando ella, por más que pocas eran las pistas y el trabajo comenzó a asfixiarnos cuando agosto asomó sus vientos tan anhelados. Dejé de a poco a un lado esa insistencia sensorial (bonito nombre el que escogí para el acoso), centrándome de lleno en mis labores, a veces doblaba turnos, estaba veinticuatro horas en el hospital. Me agotaba aquello, hasta bajé unos cuantos kilos, mas, esa inmersión en mi trabajo me ayudó a no pensar tanto en ella o en lo que hacía o dejaba de hacer, a pesar de que por lo menos tres días a la semana la encontraba allí, debía pasar doce horas sabiéndola cerca, como hoy. Agradecía al cielo de nuevo, la barahúnda de quehaceres que me llevaba lejos de su embrujo.

En este lapso Diego se volvió cercano de manera amistosa, salíamos, charlábamos, compartíamos más, no sucedía nada entre los dos. Era un hombre realmente interesante, dedicado. Me hubiese gustado si Arango no estuviese en mi vida, mente, en mí sistema entero. Y creo haber percibido que ya sólo deseaba  ser una especie de amigo, sin tinte sexual, lo cual agradecí. Supongo que esto se debe a que él se encariñó con una joven casi de mi edad, ingresada gracias a una cetoacidosis diabética. A decir verdad ella nos compró a todos, sin embargo Diego parecía estar más pendiente de ella en todo momento. Quizás estaba esperando a que fuese dada de alta lo que estaba pronto a suceder gracias a que sus niveles de azúcar en sangre volvían a la normalidad, iba a requerir insulina durante toda su vida, mas aquello no menguaba su positivismo, sus ganas de comerse al mundo. Era muy guapa, amable y graciosa, con lo que como ya dije, se había ganado a casi todo el equipo en el periodo que llevaba acá. Algunas veces nos juntábamos a charlar en su habitación, pues no tenía siempre visitas o acompañante. Esta era una de esas veces, el turno nocturno comenzó hace cuatro horas, el reloj marcaba las once de la noche de un seis de agosto frío y lluvioso después de haber disfrutado de un día soleado espectacular. Santi, Juli, y yo estábamos tomándonos un breve receso, posible en cierto modo porque milagrosamente teníamos todo en orden, sin premuras. Nos encontrábamos charlando con Evelin, teníamos confianza por lo que estaba sentada en su cama. Ella nos relataba un episodio en el que casi la asaltan y se desternillaba de risa, ese sonido era tan vivo, tan visceral que era imposible no contagiarse, me dejé llevar por las carcajadas tanto que terminé llorando.

La paciente feliz limpió las gotitas saladas que resbalaban por mi mejilla izquierda, justo en ese momento la médica Arango entraba por la puerta. No hubo expresión en su rostro, ni esa sonrisa característica suya.

Me levanté con prisa, pues por protocolo no debía estar allí sentada. El silencio se instauró en la sala, algo extraño precedido por el huracán borgoña que estaba en constante vibración alta.

Preferimos salir, dejándolas solas.

En lo que restó del turno Arango estuvo callada, se acercaba al puesto de enfermería poco, menos mal la noche siguió suave, unos cuantos pudieron dormitar unos minutos. Yo estaba enérgica, sin sueño al igual que extrañada por la reacción de la médica.

<<¿Habría sucedido algo en su casa? ¿Estaría enferma?
Ja, si supiese que quién va por ella es Ibarra>>. Iba pensando sin sentidos a cerca de ella, mientras me dirigía a la habitación de Evelin para despedirme, cuando la vi por una rendija de la puerta, en el cuarto del frente. Supuse que estaba haciendo una última ronda, aunque era extraño, pues ya se había entregado turno y según recordaba, ese paciente sería dado de alta hoy, estaba casi recuperado.

Volví a lo mío sin notar que se dio cuenta de mi presencia.
Evelin estaba dormida, cosa extraña en ella por lo que la dejé descansar, sólo me acerqué a poner una nota de ánimo en la mesa del lado de la cama, era un gesto aprendido justamente del adonis que tengo por compañero y que supe que le gustaba a la joven. Un impulso me hizo retirarle el cabello que se le había acomodado en la cara por la posición que el sueño le dio a su cabeza.

Al levantar la vista me topé con los ojos fríos de Cielo, estaba en el umbral de la puerta, observando mi interacción.
No me mosqueé, terminé de acomodar el cabello castaño, cuando me pareció que estaba bien hecha mi tarea, salí de la habitación mirándola, ella continuaba con la vista fija en Evelin quien estaba ajena a todo, en su mundo onírico.

— ¿En serio con una paciente? —la voz de Cielo le llegó a mi espalda, giré para verle.

— ¿Disculpa? —mi pregunta la hizo plantarme cara.

— ¿Lo vas a negar? —sus ojos eran como dos cubos de hielo, a pesar de que tenía las mejillas encendidas. Seguía aparentando seriedad en su expresión, por más que sus palabras sonaran a novia celosa.

— ¿De qué me estás acusando exactamente? Tu afirmación es muy ambigua como para poder negar algo —se quedó callada, ella sabía que el silencio de su parte me instaba a querer llenarlo, hablando —. Somos cercanas, de hecho, todos en el equipo o la mayoría la estimamos muchísimo.

— ¿Todos le dejan notas, le despejan el rostro y eso? —hizo un gesto con la mano, abarcando el entorno.

—No tengo idea, no es de mi incumbencia tampoco. ¿Por qué es de la tuya? —alzó una ceja ante mí intento de encausar en su contra la conversación.

—Porque es una paciente —mis ojos le dejaron claro que no le creía nada, sin embargo, preferí zanjar la cuestión.

—Perfecto, es una paciente, no ha sucedido nada, de igual manera en unos días será dada de alta. Gracias por cuidar del equipo, de su reputación. Qué tengas buen día. Hasta luego.

Dije lo justo para dejarla más picada. Esa escenita me divertía, a pesar de que también me enervaba, no era por mis decisiones que estábamos en estas circunstancias. Ella era insegura frente a lo nuestro, que al fin y al cabo ni alcanzaba a abarcar ese pronombre, me era difícil comprender por qué estaba celosa, Evelin es un angelito, uno que no me despierta más que ternura, ella es de Ibarra.

Después de aquello no volví a cruzarme con Arango hasta tres días después, la manzana de la discordia fue dada de alta el día anterior. Quería mantener contacto con ella, era monísima. Pero no podía sacarme de la cabeza que Cielo estuvo celosa de algo tan simple, no tenía idea de si debía alegrarme o correr por su extraña gestión de emociones.

No logré enfrascarme mucho en aquello pues esa noche, varios de los auxiliares decidieron invitarnos a un bar al que frecuentaban, hace demasiado tiempo que no salía, más que con Diego o Santi a veces, por lo que acepté. No tendría que volver en un par de días al hospital, era perfecta la ocasión para airear mi ser, ya le hacía falta, además, con la compañía de los chicos iba a estar más que feliz.

Esperaba, por más que intentara negarlo, que Arango también se presentara, poder verla así fuese desde la lejanía.
Mi deseo se materializó, llegué al bar a las once y treinta de la noche, allí, casi que como una aparición mariana, desdibujada entre las sombras del lugar estaba Cielo, en el centro del sillón donde se acomodaban todos. Las luces del lugar me dejaban adivinar que se maquilló, que la blusa que llevaba tenía una tonalidad parecida a la de sus ojos, que su cabello caía en liso, a diferencia de la cotidianidad que lo exhibía en hondas suaves. Llevaba también el cerquillo suelto, me encantaba el aire que le daba a su cara.

Al llegar a ellos me saludaron efusivos, supe entonces que ya estaban achispados, que habían aprovechado el tiempo. Tomé asiento en una de las esquinas en las que me abrían espacio, de inmediato me ofrecieron una extensa variedad de bebidas alcohólicas. Es bien sabido que el gremio de la salud (en mi país) no es conocido precisamente por cuidarse muy bien.

No me gustaba mucho beber alcohol, y ya sabemos que me vuelve querendona, por lo que me decanté por la primera soda que vi en la mesa, estaba sin descorchar, al ver que nadie protestó la reclamé como propia.

Sentía la mirada de varias personas sobre mí, en especial aquella azul refulgente. Era consciente de que puse esmero en arreglarme, aunque no pensé que llamaría tanto la atención. Llevaba un vestido negro ceñido al cuerpo, una chaqueta de Jean del mismo color que estaba ya comenzando a estorbarme por el calor que generan las masas y unos tacones rojos. El cabello lo dejé suelto al natural, con su rebeldía autónoma, por su parte, mi rostro estaba maquillado, usé sombras oscuras, delineador, rubor, y labial, un tono rojo mate.

—En definitiva, hoy la jefe Luna no se va sola a casa —soltó Santi que estaba al lado de Arango. —Y ya que no vino Ibarra, puedes estrenar.

Él no tenía cómo saber que el comentario iba a enfurruñar a la persona a su costado, para ser sincera, nadie lo sabía, pocos lo notamos también. Quise ser cruel un rato.

—Yo no tengo nada con Diego, por millonésima vez, Santi. Mejor, ¿Qué prospectos me ves? Saca tus dotes de pitonisa.

—De pitonisa no, de puticienta. A ver —escaneó el lugar —, allí detrás, en la barra hay un tipo que no dejó de mirarte desde que entraste. No el de bigote, el otro —no seguí sus indicaciones, pues sabía que estaba jugando o eso esperaba, sólo quería aumentar el mal humor de Arango —, puedes ver también que a mi derecha, en la mesa del lado hay otro tipo, muy guapo que no le está prestando atención a la garrapata que tiene al lado por mirarte las piernas —rodé los ojos hasta Cielo que tenía una mueca de diversión en la cara mientras clavaba los ojos en sus manos, era probable que estuviese pensando que los prospectos ficticios que nombraba Santi eran hombres, y por ello le divirtiera la situación, duró poco la careta, pues él siguió hablando —.Creo que hasta ella en una ocasión se ha quedado mirando esas bellezas.

Me atraganté de la risa, al igual que varios que seguían la conversación en la mesa, desvié el tema a cosas mejores y el ambiente se trasladó de mis probables acompañantes sexuales a un caso de hurto en el ala de pediatría.

Al transcurrir el tiempo llegó más gente al grupo, tuvimos que juntar dos mesas con su respectivo sofá, vaya que eran sociables estos chicos. En un momento entre tantas idas y venidas de algunos, quedé cerca de Arango, pues ni ella ni yo habíamos aceptado bailar. Su aire serio me llegaba a través de las ondas de la música por lo que no me molesté en intentar hablar con ella. Veía la agitación en el lugar, las interacciones.

—Estás preciosa —su voz me llegó más cerca de lo que suponía, me asusté ante su proximidad, aunque me recompuse como una campeona, tenía la ventaja de estar sobria.

—Tú también —la observé sin inhibiciones, desde sus zapatos de tacón negros, pasando por su pantalón de cuero sintético del mismo tono, hasta su torso cubierto por la tela azul.

—A lo mejor Santiago tiene razón y te vas a casa acompañada. ¿Eso es lo que buscas por el bar? ¿Con quién irte?

—No. Me gusta observar a las personas, eso deberías saberlo. Y no me interesa llevarme a nadie a casa — <<excepto a ti>>. No lo dije en voz alta, mas, la mirada que le dediqué lo gritaba —. ¿También te pusiste celosa de alguno como de Evelin?
Sólo se quedó observándome, hice lo mismo, no iba a doblegarme para que siguiese hablando esta vez, por más que su mirada me hiciese temblar.

— ¿De verdad no quieres irte con nadie? —dejé de verla, de no ser así, terminaría dándole un beso para confirmarle que con la única que deseaba estar era con ella, no creo que fuera bien recibido delante de todos.

—A veces eres como una niña —solté viendo el techo, o más bien las luces que se reflejaban en él.

—Tienes razón. Me siento como una que no sabe qué hacer o cómo comportarse frente a ti —me situé más cerca, volviendo a enfocarle.

—Por qué no te comportas como en realidad quieres hacerlo en lugar de ponerte trabas estúpidas.

—No es tan sencillo —volvieron esas malditas cuatro palabras.

— ¿Por qué no?, ¿te da miedo?

—Sí, mucho —sentí como si me hubiese dado un golpe con su oración. Decidí seguir por otro lado, no tan lejano al quid de la cuestión.

— ¿Qué deseas en este momento? —sus ojos fueron a parar a mi escote, después subió hasta mis labios —, ves que no es tan difícil dejarte llevar. Sabes lo que siento por ti, no voy a oponer resistencia.

Le estaba dejando claro, casi que por escrito que podía hacer conmigo lo que le diese la real gana, no obstante, era muy probable que sólo le dejase claro mi instinto carnal. Seguí para englobar mi sentir.

—Cielo tú me fascinas, eres una mujer muy atractiva, aunque no es sólo tu físico, tu cuerpo lo que me llama. Quiero compartir contigo, conocerte más, he visto mucho de ti. Reconozco tu lado solidario, lo veo siempre. He sido testigo de la Cielo familiar, formal, informal, amiga, consejera, sabia. Todas esas facetas me encantan, pero me es imposible conformarme, quiero tu parte de amante, de pareja —alcé los hombros —, te has colado en mí y quiero más, mucho más.

Únicamente veía los colores fluorescentes moverse por su cuerpo, se quedó tan quieta que si no parpadeara ya me estuviese preocupando. Hice una revisión mental de lo que dije. Nada del otro mundo, nada que no fuese fiel a lo que sentía. Nada que no se notara. Me asustaba estar siendo demasiado insistente, mas ella puso el tema.

— ¿Te estoy incomodando? —fue casi un susurro, sin embargo supe que me escuchó a la perfección, por fin se movió, sacudiendo la cabeza para negar.

— ¿Quieres ir a mi casa? —dotó su voz de ansiedad. Me quedé sin aire, no esperaba esa propuesta.

—Por supuesto que quiero ir, pero ¿de verdad quieres que vaya?, ¿para qué quieres que vaya?, ¿por qué me lo propones? —me fulminó con la mirada antes de hablar.

— ¿Te gusta jugar conmigo?

—No. Me gusta que seamos claras, necesito entenderte. ¿Me deseas, por eso me estás proponiendo ir a tu casa de nuevo?

—Sí

— ¿Por qué no me lo dices así entonces? —se removió en su asiento. Probablemente la estaba forzando a salir de su zona de confort.

—Quiero acostarme contigo, Luna, llevó mucho tiempo soñando con eso, eres hermosa, todo en ti me —tomó aire  —…Me encanta: tu piel, tus labios, tu cabello, tus pechos, esa cintura que tienes me hace querer perderme en ella. Tus piernas me enloquecen, como dijo Santiago, a muchos acá lo hacen. Ese vestido te queda precioso. No dejo de pensar en la otra noche, o en lo que sucedió en el hospital. Tus pecas son tan tiernas, tu...  —se llevó una mano a la frente, sobándola —... Es difícil para mí decir todo esto. Me encantaría ser como tu; tan libre, poder dejarme llevar por lo que siento…

Negó con la cabeza, dejando las palabras en el aire. Estaba aún procesando lo que el grado de alcohol en su cuerpo le impulsó a decir. Sentí algo de rabia, por tener que llegar al extremo de estar casi borracha para decir aquello, el sentimiento iracundo también estaba aflorando porque le creí cada palabra, cada aspecto por el que describió su gusto sabiendo que por segunda vez, estaba poco menos que ebria. No podía fiarme de lo que saliese de su boca, debía cuidarme, cuidarla, pues hoy podía decir demasiadas cosas de las que seguramente se arrepentiría con los primeros rayos del sol.

—Cielo, tus palabras son hermosas, lástima que estás casi borracha. Yo...

—No lo estoy.

—Claro que sí, te has tomado todos esos —señalé la hilera de vasos de cristal de los que sabía, bebió como si fuese agua.

— ¿Y qué?, tengo aguante.

—Te creo eso, yo con dos ya estaba del otro lado, solo quiero decir que de nuevo has dejado que el alcohol domine tus palabras. Todo lo que acabas de decirme está impulsado por ello, no es justo, dudo si debo creerte.

—Se supone que los borrachos siempre dicen la verdad.

— ¿No que no estás borracha? —se rio de su metida de pata, ladeó la cabeza, un mechón de cabello deseó lo mismo que yo, sin embargo, él tenía permiso de acariciarla: se pegó a su mejilla derecha, burlándose de mis dedos ansiosos. Las luces del lugar seguían jugando con su cuerpo o con mis ojos, no lo sé, sólo tenía claro que su belleza aumentaba con cada destello de color que llegaba a ella. En esa posición en la que su sensualidad resplandecía, me incitaba a apartarle el cabello y besarle la piel pálida vibrante sobre su arteria, muy lentamente hasta subir a sus labios.

No tenía una idea clara de si era consciente de lo que ocasionaba en mí, pues como leyendo este último deseo expuso ella misma su cuello mordiéndose la carne rosada inferior de la boca. Me costaba dominarme, sentía que estaba ebria a pesar de no haber probado licor, por supuesto mi estado no se debía a eso: se debía a la mujer que tenía frente a mí, a la que solo el alcohol le daba el valor para hablar de lo que sentía, o solo le descoloca un poco las hormonas. Me fastidiaba no tener nada claro respecto a algo que anhelaba tanto.

¿De verdad le gustaba ¿Qué tanto? ¿Para una noche? ¿Para algo más? ¿Se quería acostar conmigo estando lúcida? Porque así no la iba a tocar, no podía aprovecharme, de nuevo, Cielo es demasiado importante para mí; mientras meditaba todo esto, ella seguía en la misma posición, observándome, cada vez con más anhelo, al ver que bajaba un poco las barreras.

Frené mis deseos, llegué a una conclusión y la solté de inmediato.

—A ti es a la que te gusta jugar conmigo.

Se quedó pasmada, con el ceño fruncido. Procesando más lento gracias al alcohol. Me levanté para marcharme del lugar, pero Santi, que estaba cerca de la barra por dónde tenía que pasar, me detuvo. Me llevó a la pista, comenzando a danzar, incitándome a que le siguiera. Me sacudí el desasosiego producto de la conversación con Arango, dejándome seducir por la música electrónica de paso.

Salí  para disfrutar, ver a Cielo era una de las razones para a aceptar la invitación, mas no era la única. Decidí relajarme, estar lejos de ella, aunque por supuesto, la cuidaría como un halcón. Eso hacía al bailar: daba miradas furtivas a la mesa, topándome con sus ojos puestos en mí figura. Les hablaba a los colegas que regresaban sudorosos y volvía a prestarme atención.

Me intimidaba a veces la forma en que sus preciosos orbes cristalinos, me recorrían. Se repetían sus palabras en un bucle interminable en mi consciencia: “Ese vestido te queda precioso. No dejo de pensar en la otra noche, o en lo que sucedió en el hospital. Tus pecas son tan tiernas”.
<<Joder>>.
Borracha, escogí esa palabra de seguridad para mantenerme fuerte, para no terminar cayendo en su embrujo azulado y llevarla hasta su casa donde le haría el amor en lo que restaba de noche.

Con el noveno borracha que soltaba mi mente, terminó la terna de canciones que Santi se empeñó en bailar conmigo. Regresamos a la mesa. En lo que restó de la noche no volví a estar cerca de Arango, no hablamos entre nosotras. Sólo nos mirábamos, era lo único que no evitábamos, creo que nuestros ojos estaban separados de la razón: en mi caso mostraban todo lo que quería de ella, sin embargo, me negaba a ser un hoy sí, mañana no. En los suyos, notaba anhelo, pasión y recelo peleando entre sí, esta noche, ganaban los primeros gracias al líquido alicorado que estaba en su torrente sanguíneo, no obstante de nuevo, su parte racional estaba algo apagada, la mía no, así que no aprovecharía la situación.

A las cuatro con cincuenta de la mañana dejamos el bar, tuve que hacer de niñera de varios compañeros; pues a duras penas resistían de pie. Los embarqué en varios taxis, en grupos, sonsacándoles las direcciones. Casi rezando porque no vomitasen y porque pudieran bajarse cuando llegaran. Cielo fue relegando su turno de irse. Parecía menos alicorada de lo que pensaba, eso podía ser porque dejó de beber luego de nuestra plática.

Quedábamos Santi, ella y yo.

—Al final no pudieron disfrutar de tus piernas. Es una lástima. Si yo fuera tú —me señaló, el auxiliar hablaba tan mal que me daba risa cada palabra que intentaba salir de su boca —, o tú —ahora se dirigió a Arango —; no perdonaba. Me tiraba todo lo que se moviese, como lo hace tu esposo. Son tan sensuales y no lo disfrutan. Qué desperdicio. Tu ni bailaste —seguía con la vista fija en la médica, los dos teníamos los ojos clavados en ella, para ser precisos.

—Ex esposo y no vine a bailar, Santi —hice una mueca que ella captó a la perfección, pues desvió sus ojos hasta los míos. Por supuesto que no vino a bailar, vino a beberse medio bar.

— ¿Entonces a qué viniste? ¿A vernos las caras? Mira que tampoco estás borracha.

—Pero lo estaba —intervine.

—No lo estaba, ya te lo dije, aunque si me sentía algo achispada. Ahora estoy bien —alcé las palmas de las manos en su dirección, en signo de paz.

— ¿Por qué dejaste de beber? Hoy estás muy antichévere, como ésta del lado que se la pasó tomando sodas con limón. Al menos Luna si movió ese cuerpo que Dios le dio y el gimnasio mantiene —me apiadé un poco del pobre esperpento que trataba de llevar la conversación, pues a quien estaba interpelando parecía querer darle un buen golpe.
Me dispuse a llamar otro taxi, no llegaba el que faltaba, frené al escuchar a Cielo.

—Vine porque quería ver a alguien, hablar con ese alguien. Dejé de beber porqué necesitaba aclararme y necesitaba decirle a esa misma persona que no, no soy quien juego con ella. No es mi intención ser tan cobarde, y que, de nuevo: lo siento.

La observé mientras bajaba la mano que sostenía mi celular.

Santiago alternaba la vista de una a otra, sentí algo de recelo al hablar frente a él por más que estuviese segura de que no recordaría nada en unas horas.

—Deja de decir que lo sientes.

—Pero lo hago, soy una imbécil, que piensa en el qué dirán y lo pone por encima de lo que quiere.

Tenía toda la razón. La miré otorgándosela, no iba a caer.

—No me voy a ir contigo. No me voy a meter en tu cama una noche, Cielo.

—Yo no dije que fuera sólo una, aunque te entiendo. Fue descarado de mi parte pedírtelo de la nada.

Abrí la boca sin poderlo evitar, tenía a un doble, con la misma careta a mi lado. ¿Qué significaba eso?

— ¿Qué quieres decir?

—Eso, justo eso, sin más: soy una idiota, quería hablar contigo, no te pedí solo una noche y lo siento por ser cobarde, por dejarme llevar sólo cuando he bebido.

Por Dios. ¿Había escuchado bien?

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