VII. Afortunada

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La mayor parte de mi ser se encontraba sudando, agitada y gozando con una vista privilegiada, aunque me pasaba de pervertida en este momento, con Arango sobre mí, mejor dicho su cuerpo sobre mí. Eso no suena nada bien, o sí, no obstante, no refleja la realidad.
De nuevo, me hallaba agotada, sudando y viendo hacia arriba para intentar seguir escalando la pared, para procurar alcanzar a quien desde arriba se regodeaba de haberme ganado. Si no fuese por la emoción de la pelirroja a la que en el momento le estaba viendo el trasero, no hubiese aceptado venir. De nuevo ¿cómo es que se movía tan rápido?

-No puedo más -solté cuando estuve a su altura, observando por un momento su rostro sonrojado acompañado de su sonrisa. Cuando estuve satisfecha de tanta belleza me dejé caer hacia atrás para que los chicos que sostenían las cuerdas que rodeaban mi cuerpo me atraparan. Había escalado una vez antes y sabía que mi condición física era un asco para esto.

-Bueno, al menos subiste -concedió Cielo cuando estaba también en tierra firme, caminando en mi dirección para ayudarme con una de las cuerdas, me impresionó, haciéndome alzar las cejas, lo que a su vez la hizo mirarme y recular, dejando que lo hiciera sola.

Pasaron dos semanas tras mi fofa confesión, seguíamos compartiendo juntas casi a cada rato solo que sin duda había momentos en los que ella se daba cuenta de que sus actos podían ser un problema para mí o hacerme sobre entender algo. Me daba cierto espacio pues insistía en que era posible que estuviese confundida, pese a que no volvimos a abordar el tema, sus ojos, su expresión, su lenguaje corporal me dejaba claro que esperaba a que se me pasara.

-Toma -giré el rostro hacía la voz masculina que se dirigía a mí. Diego, el doctor con cara de actor me ofrecía una botella de agua helada, la veía como la ofrenda más hermosa que me habían hecho en mucho tiempo.

-Te lo agradezco mucho -miré sus manos buscando otra para Arango, no la encontré, volví a enfocar su rostro, correspondiendo la sonrisa de cortesía que me daba. Sentí que Cielo pasaba por mí lado hacia el pequeño grupo de personas que nos acompañaban, todos compañeros del hospital.

- ¿Vas a intentar? -le hablé al doctor intentando sin éxito no seguir el precioso cuerpo que caminaba ya tras de mí.

-No, no se me da bien -enfoqué a quién respondió escaneándole con la vista.

- ¿De verdad? -con ese físico no creería que algo así se le dé mal. Él sólo asintió, me fijé más en su expresión - ¿Lo has hecho antes?

-Me atrapaste -dijo riendo, sin contagiarme del todo.

-Entonces es eso. Bueno puedes intentar, Santi tampoco lo había hecho y mira -le señalé al susodicho que estaba casi rezando antes de que siquiera le atasen el cuerpo a los arneses de seguridad.

- ¿Esa es tu manera de darme ánimos? -hice una mueca por la obviedad del mal plan.

-No, lo siento, mejor vamos.

Sondeé el lugar en busca de los demás que estaban en unas bancas cercanas e inicié a caminar hasta ellos con Ibarra siguiendo mis pasos. Debía aceptar que él era en exceso atento al igual que amable, le caía bien a todos y no solo por su cara de ángel.

- ¿Crees que llegue hasta arriba? -escuché la pregunta en la voz de Lucía quien sostenía el celular en vertical apuntando hacia el auxiliar que se mostraba muerto de miedo.

-Ni idea, sólo espero que no se desmaye. ¿Cuánto gana? -era Arango la que hablaba con ella. Me acomodé a su lado, de pie pues había poco espacio en la superficie que ocupaban.

-Cien mil míos, Cien de Robertico Y doscientos de Juliana que como bien ves también está grabando, sin duda tiene un mejor ángulo.

- ¿Apostaron? -el hombre a mi lado cuestionó acaparando la atención de las dos que hablaban, una de ellas le sonrió coqueta, la otra solo lo miraba.

Mil CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora