X. Sublime.

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Me movía por toda la estancia principal, ordenando a mi manera, no quería quedarme quieta y permitir que mi cabeza de inmediato se fuese a la pelirroja, una lógica absurda, siendo sincera podría estar saltando de un puente y ella estaría adueñándose de mi mente, no es que importe mucho si la dejo o no, si lo busco o no, sólo pasa, caigo en ella y me pierdo allí por un buen rato. Me asustaba a veces cada emoción nueva que se tomaba mi cuerpo, cuánto se había metido en mí, de igual forma era alucinante, gratificante conocerle, convivir con ella, lo que desataba.

El ruido del timbre me extrañó, sacándome de paso de la burbuja borgoña que estaba creando en la mente, fui hasta el portón del apartamento sin siquiera cuestionar quién estaba detrás, una barbaridad que demostraba lo ida que me encontraba. La extrañaba, quería verla pues llevábamos más de una semana con turnos totalmente opuestos que hacían imposible encontrarnos por más de unos minutos, eso gracias a que a veces alguna de las dos se quedaba esperando por la otra, mas, al estar en el hospital y al ser presas del reloj corriendo para ella o para mí, no gozábamos de mucho tiempo para compartir. Esta noche por ejemplo, se suponía que nos veríamos cuando Cielo saliese del turno, sin embargo debía quedarse a cubrir a un compañero y los planes se fueron al traste.

Abrí la puerta con el ceño fruncido por sentir la frustración acumularse en mi  al evocar su voz apagada tras la línea diciéndome que tendría que quedarse en el hospital,  y me topé con una expresión igual, casi como un doble, en la persona que menos esperaba, aunque daba la casualidad de que era la que más quería ver, la que desde unos meses atrás, siempre deseaba tener cerca. Sin terminar de ser consciente, me fui acercando a ella, la halé para que ingresara al apartamento y la abracé recostándola en la superficie que antes nos separaba. Encorvándome para deshacer los centímetros que nos diferenciaban, los que en condiciones normales me ponían a mayor altura que ella, a pesar de que sólo fuese un poco.

—También me hiciste mucha falta, Lu —el gesto fue correspondido por ella que al igual que yo  sujetaba mi espalda con fuerza, me moví para reforzar con palabras que la había extrañado, mas, ella comenzó a besarme y quién era yo para negarme a tal manjar. Primero deslizábamos los labios despacio, saboreando, sintiendo cada roce que se nos hizo tan difícil recibir en estos días. Después me fue impensable evitar aferrarme con fuerza a su cuello, deseando atraerla más, profundizando el contacto al igual que el beso, haciéndolo más intenso, más carnal y desesperado. Notaba calor por todo mi sistema, unas ganas tremendas de ella, una fuerza ascender desde el centro de mi cuerpo hasta la cabeza que se intensificaba donde ella tocaba, donde sus dedos jugaban con mi piel por debajo de la camisa que llevaba, donde sus labios y su saliva marcaban al pasar, en este momento se desplazaban por mi cuello volviéndome loca, sabía que quería estar con ella, hace mucho que lo deseaba y parecía ser un momento indicado para ello, para dejarnos llevar, fantaseé un tanto con llegar más lejos hasta que la bendita puerta sonó tras ella, asustándonos.

—Debe ser la comida que pedí —su voz llegó directa a mi oído, sonaba más ronca de lo normal.

—Odio en este momento a quién esté tras la puerta.

—Lo sé, yo también, en especial si es el repartidor que te mira el culo —me hizo sonreír la forma en la que dijo aquello.

—No sabía que podías decir la palabra culo sin sentirte mal —me mofé, percibiendo como el aire volvía a pasar por mi boca y nariz con mayor facilidad. Aunque es cierto que lo más soez que le he escuchado decir es truño.

—Sí que puedo y también puedo hacer esto —sorprendiéndome el doble, bajó sus manos hasta la parte nombrada de mi anatomía, apretando de forma fuerte, haciéndome temblar y esconderme en su hombro para que el gemido que solté no se escuchara a través de la madera.

— ¿Tenemos que abrir? —comencé a dejar besos en su cuello en forma de chantaje, la estaba haciendo volver a respirar con dificultad por lo que creía que estaba funcionando.

—Sí, sé que no has comido nada, abriré yo, no voy a dejar que te vean así y menos si es el idiota.

<<No funcionó tanto>>. Suspiré esperando que se apartara, cosa que no sucedía.

—Se supone que me tienes que soltar entonces.

—Se supone que tendría que ser capaz de moverme, pero me tiembla todo, Lu.

<<Dios, cuanto me encanta esta mujer>>. Me separé sin querer hacerlo por obvias razones, mientras la puerta era de nuevo aporreada.

—Abre y deja que te mire el culo a ti.

—No, él te desviste es a ti, por eso me vas a esperar allí, por favor —señaló la islilla de la cocina e hice lo que me pidió luego de darle un beso corto. Ella se arregló la ropa y el cabello antes de abrir e interactuar de forma algo seca con quien nos trajo la comida, lo que me hizo reír, procuré no darle señales de esto cuando cerró la puerta a pesar de que sólo conseguí medio frenar la sonrisa mordiéndome el labio.

— ¿Así que eres celosa?

—Ni loca dejaría que alguien que se nota a leguas que te desea te vea así.

— ¿Así? — sabía que hablaba de que la excitación que sentía se mostraba a través de mi aspecto, debía estar bastante alterada, ni yo me había llegado a percibir así, por lo que no encontraba un referente en mi cabeza de lo que sus pupilas atrapaban, no obstante, tenía un premio mayor, el de ella, el poder ser testigo de su imagen y vaya cuadro tan lleno de matices atrayentes.

Cielo se acercó por completo, colocando la comida sobre la barra en la que estaba apoyada y dejando las manos descansar en mi cadera, acomodando su frente junto a la mía.

—Tienes el cabello despeinado, las pupilas dilatadas, las mejillas y el cuello rojos, los labios inflamados, la ropa descompuesta y te ves en exceso sofocada además de divina. Esta imagen la quiero tener sólo para mí, no para algún pervertido. ¿Estoy mal?, ¿soy celosa? Si es así igual no me importa, de verdad no quiero que nadie te vea de este modo.

Volvió a besarme un rato, mareándome por sus nuevas caricias que se encontraron con el recuerdo que las anteriores dejaron en mi piel, con las palabras que soltó de forma tan protectora y erótica, con la descripción que en muchos aspectos se acoplaba a ella como un guante.

—Vamos a comer, Lulú —se separó, frustrándome un tanto.

—Creo que también te odio un poquito a ti —dije sin aliento, ella negó moviendo la cabeza.

—No, sé que no. Tu piel, tus ojos y tus labios me muestran que no hay nada de odio acá para mí —tocó el centro de mi pecho. Me derretía la faceta melosa de Cielo.

—Eres una tramposa —no podía evitar deshacerme en sonrisas frente a ella o mejor dicho envuelta por ella, por lo que era, por cómo olía, por lo que daba. Me pareció en exceso tierno ver su carita sonrosada entre mis manos cuando movió la cabeza —, una tramposa preciosa.

—Tramposa y con hambre así que vamos a comer, por favor —me convenció al saber sobre su apetito, claro que debía estar así, venía de un turno largo por lo que frené las ganas, centrándome en lo importante.

—Vamos.

Cenamos hablando sin pausa, indagando y conociéndonos más. Aunque mi personalidad era habitualmente parca con ella me fluían las preguntas, los temas, las anécdotas, por lo cual daba gracias, sería vergonzoso no tener nada que comentar, por más que con ella los silencios no fuesen incómodos, me gustaba poder dotar las estancias en las que estábamos de la mezcla de nuestras voces, de nuestra risa. A pesar de estar pasando un agradable momento, a pesar también del numerito hot de hace un rato, al terminar de comer las dos nos encontrábamos casi dormidas. La marea alcalina estaba haciendo su trabajo de la mano con el agotamiento acumulado que poseíamos, por ello la invité a acurrucarnos sin importar que estuviésemos tan llenas y después de unos minutos noté que se quedó profundamente dormida. Me dediqué a observarla como buena acosadora que se escudaba en lo romántico del momento, me perdí en su cabello, en las curvas que su uniforme oscuro dejaba entrever, en la claridad de su piel, hasta que sucumbí al sueño deseando encontrarme con ella también en estos, dedicarle otros minutos, así fuese en la inconsciencia.

Los turnos volvieron a absorbernos de forma dispareja hasta una noche en la que por fin coincidimos, había demasiado trabajo pero podía verla cada pocos minutos inmersa en sus labores, lo cual era aceptable, no suficiente no obstante era más que pasar días sin verla bien.
Me di cuenta parada en uno de los pasillos del ala, que más que necesitarla la quería en mi vida, en mi cotidianidad, lo que me llevó a comprender que la importancia de nuestro vínculo, por lo menos para mí era la correcta, pues no era solo que me beneficiara estar con ella, era que lo deseaba, sin más, sin trabas, sin medias tintas o intenciones ocultas.

Estaba pensando en eso mientras la veía desde lejos hablando con una acompañante de uno de nuestros pacientes.

—Jefe, iba a esperar a que bajaras de Plutón, lo siento, no creo vivir para ello —volteé a ver al auxiliar que a su vez divisaba a quien me tenía en el espacio.

—Dime, Santi.

—No, dime tu —le miré confundida. Él hizo un gesto con las manos que eran como unas tijeras dividiendo el aire. Me puse de todos los colores al creer que capté su ademán —. Se puede cortar la tensión entre ustedes dos —declaró volviendo a hacer el movimiento y me sentí algo estúpida por no haber entendido del todo a que se refería, por haberme ido por una índole más sexual y sugerente. Sí hablaba de nosotras, sin embargo no nos encerraba en el gesto, este era una exageración suya —. Aquí es donde me cuentas qué se traen ustedes y de paso me hacen el favor de no querer seguirme arrancando el cabello por no saber, por tener que hacerme el imbécil cuando veo que les brillan los ojos al verse.

—Yo... —volví a observar a Cielo que a su vez continuaba pendiente de nosotros por más que pretendía estar escuchando a la mujer a su lado. Hice un movimiento de cabeza señalando a Santi y ella sólo subió y bajó los hombros. Comprendí que me estaba dando la opción de elegir. Reculé la vista a Santiago —. Estamos en una relación —la sonrisa del auxiliar casi se sale de su diámetro la cual se me contagió, agaché la cabeza para seguir hablando sin ser presa de los ojos del hombre que me estaba poniendo nerviosa con su alegría —. No es exactamente una relación convencional, pero estamos entendiendo qué sucede con nosotras y estamos juntas que es lo que en realidad me importa. Aunque es obvio que no es algo público —alcé el rostro para hablarle directamente —.Y no queremos que lo sea aún, Santi.

Chilló bajito haciéndome reír y me haló para abrazarme.

—Por fin por el amor de dios. A ver, ¿ya consumaron la relación?

— ¿Sabes que no te voy a contestar eso, verdad?

—Tenía que intentarlo —me separé de él —. De verdad me alegro mucho por ustedes, Luna. Se ven divinas juntas —no puedo decir que me fue indiferente su comentario, en realidad amé lo que dijo al final.

—Gracias Santi.

—Así que era Arango la heteroconfundida. Lo supuse después de que te dijo que no te quería sólo una noche en su cama, a pesar de que no podía confiar en mis recuerdos de alcohólico por eso me propuse observar qué se traían.

— ¿Es muy obvio? —me angustió que fuese así.

—No —Respiré mejor —, sólo deja que te limpie un poco el mentón y ya está —con eso Santiago me dejó sola en aquel pasillo y yo aproveché para pasar junto a Arango, para rozar su dedo meñique que estaba a mi entera disposición, pues tenía las manos enlazadas en la parte posterior de su cuerpo. Lo hice sin que la tercera en escena se diese cuenta, recibiendo una sonrisa pequeñita de su parte y la vibración distinta de su voz cuando sucedió que pasó desapercibida para la acompañante  mas no para mí.

Nuestros turnos juntos estaban llenos de situaciones así, de acciones pequeñas, en exceso significativas, eso era parte de lo que extrañábamos más cuando el cuadro de turno se burlaba de nosotras; esos ínfimos momentos que ratificaban lo que sentíamos. Salimos unas horas después siendo bendecidas con un día precioso, soleado, con el firmamento claro, apacible. Me abandoné unos segundos al sol antes de ingresar al auto de Arango.

— ¿Quieres ir a desayunar a un restaurante cerca de acá?

—Contigo, me encantaría —dejé un beso pequeño en su mejilla.

—No, yo te dejo ahí y me voy.

—En definitiva no me gusta que pases tanto tiempo con Santi —se rio, encendiendo el motor.

—Hablando del diablo, me abordó unas horas después de que les vi hablando y también me felicitó, diciendo además que iba a ser una tumba y sé que lo será, solo quiero saber, ¿qué es eso de heteroconfundida? —estallé de la risa un buen rato.

—Una vez le hablé a Santi de que me gustaba una mujer, no exactamente así, esa era la esencia de la conversación. Él me preguntó si quien me gustaba era heteroconfundida y desde eso sin saberlo te llama así.

— Vale ¿Pero qué significa exactamente?

—No lo sé, supongo que se refiere a los que pensamos que éramos hetero hasta que una persona nos hizo pasarnos esa heterosexualidad por el arco del triunfo.

— ¿Entonces tú también lo eres?

—Sí, bueno ni idea, sólo sé que tú me encantas aunque no esperaba sentirme así por una mujer, sin embargo... —un deje de temor me hizo quedarme callada. Me aterraba sincerarme y que se sintiera atosigada, nunca estuve en una relación seria o con una persona que me importara tanto. Justo por eso, por cuanto me importa es que debía ser sincera y decirle ciertas cosas cuando me naciese hacerlo, así fuese de forma esporádica.

— ¿Qué pasa?

—Frena allí, por favor —pedí señalando un lugar vacío en la calzada para que al quedarnos ahí un momento no evitase que el tráfico siguiese, a pesar de que en realidad no había mucho en esta calle. Sorpresivamente me hizo caso sin cuestionar antes qué sucedia. Quería que lo que iba a decir lo escuchase viéndome a los ojos. Esferas que conectaron con las mías al detener el auto. Noté que iba a hablar, me adelanté alzando la mano, pidiendo que me dejara continuar —. Sin embargo, en realidad le doy gracias al cielo y a mi abuela por permitirme conocerte, por permitir que llegaras con tu alegría a marear mi mundo —me quité el cinturón para acomodarme en su regazo, no era ese el plan, no obstante estaba ya acostumbrada a que lo que maquinaba se desbarataba cuando la tenía cerca, como un castillo de naipes sacudido por un simple vientecillo. Dejó que me moviese hasta ponerme sobre ella, sin dejar de mirarme a los ojos —. Me encanta entonces ser heteroconfundida si todo eso se debe a ti, preciosa. Me fascina no tener idea de que hacer o esperar en ciertas ocasiones y que todo eso sea por ti—nos fundí en un beso pequeño, lento y suave que quería que le dejase claro lo que sentía —. Y lamento si no deseabas que él supiese.

Cuando me separé me regaló una sonrisa radiante. Iba a regresar a mi lugar con el corazón a mil, con una chispita de alegría y cariño en el pecho que se extendía por mi ser, iba porque al percibir que me movía hacia un lado me retuvo, acercando mi cuerpo al igual que mi rostro por completo al de ella.

—No me importa que Santi sepa, de igual modo ya nos veía extraño y recuerda que hablé antes frente a él sin mucho miramiento.

—Sí, me ofreciste tu cama —sonrió algo abochornada para luego suspirar profundo. Deposité un beso en su nariz.

—Te quiero, Luna. Te quiero muchísimo —me quedé pasmada al escucharla, la chispa en el pecho detonó una explosión haciendo que cada parte de mi vibrara, sintiera sus palabras y quisiera estar en un espacio más cómodo para las dos donde de seguro no tendría que controlarme mucho, donde podría aceptar la propuesta que me hizo tantas noches atrás. De igual modo me dejé caer sobre sus labios con intensidad, con deseo, casi con devoción. Otra vez desapareció el espacio, los autos, la gente a nuestro alrededor, para mí solo éramos piel, sensaciones, caricias y dos almas que se apartaban del miedo, escondiéndolo en un bolsillo del uniforme.

El desayuno si se llevó a cabo, después de innumerables refunfuños de mi parte, de protestas porque quería quedarme allí con ella sin romper el entorno meloso que teníamos, cuestión que no fue posible pues se empeñaba en que debía comer y a horas casi exactas, esa era otra forma de reforzar lo que me dijo, por lo que me dejé consentir. Agradeciendo que ella iría a descansar a mí apartamento antes del otro extenuante turno nocturno. Casi no esperamos a cambiarnos, a llegar a la habitación para caer abrazadas a la cama, para cubrirnos con las mantas además de nuestros cuerpos, prestándonos al sueño, al reposo que necesitábamos.

Desperté antes que ella, con su delicioso aroma pululando por todo el lugar, haciéndome sonreír, querer comérmela a besos. Me zafé de forma delicada de su agarre para ir a ducharme, recreando la escena del auto durante casi todo mi ritual de aseo.

Salí envuelta en una toalla porque pensé que seguiría dormitando al igual que olvidé llevar la ropa al cuarto de baño. Me la encontré tendiendo la cama y sacudiendo las almohadas. Volteó a verme primero sonriendo, luego sus ojos cambiaron, se deslizaron por la piel que se notaba bajo la tela, de manera intensa y un botón en mí se encendió al mismo tiempo que se extinguieron miles de peros y dilemas en mi cabeza.

Fui consciente de que si un ente extraño hubiese presenciado la escena, se encontraría con dos mujeres viéndose con deseo y luchando por contenerse, notaría que una mostraba indecisión, la otra dejaba ver que lo hacía para no amedrentar más a la primera. Se percataría de que el cuarto estaba en total silencio, ni nuestras respiraciones aceleradas enturbiaban el mutismo, pues eran muy superficiales, como si intentásemos que la otra no se diera cuenta, aunque las dos lo hacíamos.

Ese alguien continuaría viendo como la mujer mayor, esa que ha sido tormenta y verano en mi vida, desviaba un poco la mirada por mi ser semi desnudo, a unos pasos de ella y avergonzada volvía a clavar su atención en mi rostro o en mi pelo negro, en mis ojos o en el centro de estos, reteniéndola ahí para que no se fuese a lugares indebidos: como a mis labios que le pedían con brío un poco de atención.

Por mi parte, no escatimaba en la dirección que tomaban mis ojos, recorría el rostro de muñeca de la dueña de mis pensamientos, anclaba la mirada en sus labios, sus pómulos, sus ojos, su nariz. Sin miramientos también recorría la anatomía de Cielo, de pies a cabeza, deteniéndome en sus piernas que pocas veces tuve la dicha de observar, en parte de su abdomen que la camisa dejaba entrever y en sus pechos que se adivinaban inquietos bajo su ropa. El aire estaba cada vez más denso. Podría, de tener extremidades, ese ente casi palpar la tensión, la energía sexual que emanaba yo, la lujuria que intentaba controlar Cielo y cualquiera que hiciese parte de la escena, sin ser vidente ni nada, sabría de antemano que esa determinación férrea de estar quietas se quebraría pronto, daría paso a manos y piel buscando fundirse, apretarse, concederse el bien anhelado, el placer que estaba servido, a pocos pasos de las dos.

Cumpliendo la profecía salí del trance antes, me mordí el labio suavemente y conteniendo la respiración, dejé caer la toalla, con esa tela se fueron mis miedos, mi reserva, mi velo de negación. Di un par de pasos en dirección a la mujer petrificada, de mejillas encendidas, labios casi en fuego y piel erizada que ahora sí hacía ruido con la forma en que inhalaba. Supe que Cielo estaba igual o más excitada que yo, eso me llevó a terminar de apagar esa parte del cerebro que me instaba a detenerme.

Me vibraba el pecho sin descanso, nunca pensé que me sentiría tan nerviosa en el ámbito sexual. No era la inexperiencia que aunque sonara absurdo para una ex trabajadora sexual, poseía en cuanto a estar con una mujer, era la mujer en sí que tenia de frente; el deseo visceral que despertaba en mí.

Avancé, bajo la mirada cobalto oscuro, hasta poder tocar a su dueña con mi palma derecha, la llevé hasta su mejilla izquierda notando lo cálida que estaba en comparación con mi piel. Ella cerró los ojos, dejando un beso suave en la palma que la acariciaba, para mi aquello fue luz verde en cuanto a todo esto; la situación en sí lo era: lo sucedido hace horas en su coche, el cariñoso “te quiero”, lo expresado en su mirar, lo que su cuerpo dejaba ver... Lo que su cuerpo siempre había dejado ver y yo me negaba a aceptar a veces.

Por todo lo que es, lo que ha pasado entre nosotras, por lo que ha demostrado que ha estado sintiendo es que no pisé más los frenos, dejé de pensar antes, me entregué a mi instinto poniendo en sus manos al mismo tiempo ese rimero de necesidad, de cariño, en un beso que esperaba le tatuara el mensaje, lo expandiera por los nervios de cada parte de su anatomía, le viciara el alma y le durmiera  la cordura, o no lograba esclarecer si en realidad debía procurar que le activase esa parte, pues, aun en la bruma de la excitación me preguntaba si esto que estaba a punto de suceder no era antes un trago de sensatez, esperando desde hace meses por  nosotras .

Me respondió el beso desde el instante en que fundimos los labios, con un poco más de vacilación permitió a sus manos anclarse a mi cintura, atraerme a ella. Sentí como sus dedos exploraban la piel de mi espalda de forma superficial. Noté el roce de nuestras piernas y la fricción de estas sin ningún obstáculo fue hechizante, la necesidad comenzó a escalar, a tomar prestadas las riendas. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo las dos comenzamos a andar en dirección a la cama: yo halando su cuello, ella empujando un poco mi cadera. Me rebasaron los latidos al sentir la madera en la parte baja de las piernas. Un empujón más bastó para tenernos sobre la mullida cama de sábanas lila que serían testigo de nuestra entrega, de su perfección, del misticismo que envolvía a la mujer que a horcajadas cedía cada vez más a la pasión con boca, lengua y dientes.

Necesitaba sentir su piel e ir igualando nuestra desnudez, sin dejar de besarla, deslicé las manos desde su cuello hasta el borde de la camiseta negra, tirando de ella hacia arriba, deleitando a mis dedos meñiques con la gracia de su piel y a mis sentidos con el escalofrió que la recorrió. Pronto la prenda fue a parar al suelo de la habitación. Dejé su boca con la promesa de regresar después, me moría por observar por segunda vez su anatomía que tanto me llamaba. Un sujetador negro y unos pezones inquietos me dieron de nuevo la bienvenida, estudié su torso casi desnudo, aprendiéndome cada arruga, cada pliegue, cada peca o relieve de este.

Su belleza me dejaba embelesada, aumentaba el velo de mi excitación. Quería expresarlo, sin embargo, ella me ganó la batuta.

—Eres preciosa, tan sensual —tomó mi rostro entre sus manos obligándome a hacer contacto visual —. Yo no sé bien lo que debo hacer, pero te necesito, te juro que nunca he necesitado a alguien tanto como a ti, Luna.

Esa frase me describió, se fundió en mí, me llevó al espacio y volvió a traerme, a dejarme en sus brazos, presa del anhelo del que hablaba, narrado ahora por nuestros ojos.

No pude seguir perdiéndome en sus orbes azules pues la pasión reptó, el cuarto estaba demasiado ardiente, su piel de porcelana pincelada con lunares estaba demasiado caliente y yo sólo quería precipitarme a ese calor, crear más hasta que quizás esté nos incendiara, no me importaba lo que se llevase a su paso, aunque sabía que sería solo a nosotras, o más bien a mí, tenía claro que ahora que nos estábamos entregando, ahora que nos quitamos la ropa, los prejuicios además de las cargas, ahora que me ofrece este bocado del paraíso o del infierno, no lo sé; no me va a ser posible  evitar querer más, salir bien librada de su vehemencia.
Busqué su boca, a la vez que mimaba la piel lateral de su cadera, me deslizaba por la fina tela del short y tenía el gusto de mover los dedos por sus piernas, con calma, trazando hondas. Se me cortó el aire al sentir sus manos sujetar mis pechos de forma apenas perceptible, esa casi ausencia de tacto envió un millar de descargas por mi abdomen, me obligó a intentar buscar el aire que se me escapó, agarrarlo con prisa, a morderme los labios para evitar pedirle que me tocara más, no obstante, Cielo tiene esa capacidad de leerme a la perfección, le bastó aquello para comprender, para regalarme el doble de lo que pedía: inclinándome un poco el cuerpo hacia atrás con un movimiento suave de su cabeza sobre mi hombro, descendiendo la suya después, llevando su boca hasta el centro de mi pecho, repartiendo besos castos allí, deslizando suave sus labios hacia los lados varias veces, rozando la piel sensible.

El rumor de dos palabras que por poco no logro entender me llegó desde su posición: un delicado me encantas en su ronca voz se filtró en mi mente, al tiempo que un jadeo escapaba de su boca al igual que de la mía cuando deslizó la calidez de su lengua por mi pezón derecho, no pude evitar arquearme, depositar las manos en el colchón para darle acceso y ella no se hizo de rogar. Sentirla allí, ver su mata de cabello, notar sus mechones rozándome, estar llenándome de su olor en cada respiración que daba era casi beatífico. Dijo que no sabía qué hacer, a pesar de ello me estaba matando con sus caricias húmedas, con el sonido de estas, con el vaivén casi imperceptible de sus caderas sobre mí.

En un momento de lucidez fui un poco más consciente, pude desabrochar su sujetador, retirarlo despacio por su espalda, deslizar los tirantes por sus brazos, pidiendo con pesar que se detuviera un instante, pues la promesa de tener su piel libre era un deleite mayor. Eso hizo, retiró sus caricias subiendo su rostro, mimando mi cuello con la punta de su nariz antes de dejarla justo frente a la mía. Sus mejillas, sus labios estaban de un color en exceso intenso, arrebatador, dejé un beso suave en estos últimos antes de revelar por completo a sus pechos. Mi mirada se ancló allí, a parte de su feminidad que subía y bajaba de prisa al compás de su respiración, después fui atraída a observar su  boca entreabierta, sus ojos cargados de frenesí. Acerqué sin perder el contacto visual nuestros torsos y al tocarse nuestros pechos se me dieron dos maravillosos regalos, el primero fue el despertar sensorial de cada nervio existente en mi ser. El segundo fue un gemido potente de su parte, el cual nos desinhibió por completo, comenzamos a besarnos, a tocarnos, a buscar el roce de cada parte de nuestra anatomía.

La ropa fue desapareciendo por completo, dándome el regalo de admirar un cuerpo tan hermoso como sensual, una piel blanca; con marcas preciosas que denotaban parte de su vida, un vientre que temblaba anticipándose, unas piernas satinadas; maravillosas, una espalda llena de pecas que se me hacía en exceso delicada y tierna; en la que me perdí por varios minutos, como lo hice en cada parte que se me permitía probar, arrancando suspiros, grititos, gemidos y haladas de cabello, dependiendo del ritmo, de la intensidad con que reclamase cada zona.

Cuando creí que era tiempo de dejar de torturarla con besos y mordidas, de torturarnos con el juego previo, subí mi boca desde su abdomen, parando en su cuello, jugando un poco allí al tiempo que me acomodaba sobre Cielo quien de inmediato comprendió lo que pretendía, alzando el torso del colchón junto al mío, reclinándose en el cabezal de la cama para poder estar más juntas, moviendo la pelvis mostrando su impaciencia y de paso la mía. Su roce me hizo desconcentrarme, gemir despacio, arañar su abdomen, sus pechos sus brazos y antebrazos para enlazar después nuestras manos, me hizo mirarla; salir del escondite de su cuello para observarla como si fuese lo único a kilómetros, porque lo era, para mí lo era, perdí la capacidad de reconocer en el entorno algo más que su figura debajo de la mía y dios sabía que era lo más sublime que había tenido la oportunidad de ver, de sentir, de tener.

Presas la una de los ojos de la otra y moviéndonos delirantemente lento, la atmósfera se fue cargando cada vez más, nuestros alientos se fundían con los besos que nos dábamos, algunos fieros, otros tan dulces que desentonaban con la pasión que nos estaba consumiendo. Nuestras manos se soltaron, desatándose: amasaban, arañaban, reclamaban y buscaban estimular cada pedazo de piel que encontraban. Los gemidos de la otra eran un premio, uno que alentaba, que marcaba, que deleitaba, que hacía desear más y más.

—Me estás volviendo loca, Lu —su voz ronca, quebrada por la excitación atada a su cara de deleite me alteraron profundamente. Dejé de contenerme, empujando mi cadera sobre ella más fuerte, recibiendo lo mismo de su parte: mayor candor, mayor fricción, mayor deseo, mayor abandono. Una mordida a mi labio inferior fue el detonante para comenzar a temblar, para que sintiera que una potente corriente me atravesaba desde nuestra húmeda unión hasta perderse en cada extremidad de mi cuerpo y como si de verdad estuviésemos conectadas segundos después la sentí temblar profusamente a ella, enterrando sus uñas en mi espalda al igual que los dientes en mi hombro lo que hizo inesperadamente que mi orgasmo se prolongara, que continuara moviéndome para que la liberación no se esfumara tan pronto. Vaya que funcionó, jamás había sido presa de un orgasmo tan largo, tan potente, tan especial. Por la cara de Cielo, por su respiración tan alterada, por sus brazos que se mostraban ahora tan carentes de fuerza pero en una calma exorbitante y por la manera en que sus ojos brillaban de tan claros que estaban cuando los abrió para observarme supuse que para ella también fue, por lo menos, único.

Nos abrazamos de inmediato, siguiendo tan juntas como cuando acabábamos con las barreras de la otra, con las reservas que quedaban. Su cabeza descansó cerca de mi cuello y la mía sobre su coronilla donde dejé un sin fin de besos que comenzaron a ser correspondidos en la piel sensible que ella tenía a disposición.

—Jamás sentí algo parecido a esto, jamás —declaré presa aun de la intensidad del momento.

—Yo tampoco y creo que con otra persona no hubiese podido ser así. Me tienes en el cielo, Lu.

—No, tú sí que me tienes en el Cielo, preciosa, en tu cielo —sentí que sonrió, que se removió después para que la viese.

—Entonces tú me tienes en la luna y cuánto sabe dios que no quiero bajar de allí.


Han pasado cuatro meses desde que decidimos iniciar con lo nuestro, desde que Cielo se prestó a embarcarse en la compleja travesía de romper paradigmas por mí. En estos ciento veinte días he descubierto infinidad de facetas de la mujer que está acurrucada a mi lado, disfrutando de nuestra cercanía y de la música que llenaba la estancia desde el estéreo ubicado casi al otro lado de donde nos encontrábamos. Ella tararea, desafinando, y para mí es uno de los mejores sonidos de este mundo, continúo embelesada con la serenidad que me transmite la escena mientras el  aparatillo nos tenía preparada una sorpresa, en ese momento que era presa del aojamiento de un rostro sereno, inició una melodía que embrujaba el doble. Aquella voz era inconfundible, su ronco tono, su pasión latente en cada palabra. Amaba esa canción, aunque hacía años que no la escuchaba. Me le uní en la segunda estrofa causando que se sorprendiera, al tiempo que seguía cantando con sentimiento y mal, como yo.

Don'tcha know that no one alive can always be an angel?
When everything goes wrong, you see some bad
But oh, I'm just a soul whose intentions are good
Oh Lord, please don't let me be misunderstood

Luego del coro me dijo riendo:

—No sabía que te gustaba el Jazz.

—No es que me guste el género, sin embargo es imposible que escuches a Nina Simone y no quedes hipnotizada.

—Eunice embruja, tienes razón. ¿Cómo llegaste a ella? —hablábamos bajito para seguir siendo conscientes de la canción.

—A mi abuela le encantaba —sólo con mencionar a mi nana no pude evitar sonreír con melancolía, al Cielo imitar mí gesto con la cabeza ladeada, esa sonrisa me hizo querer darle un beso, lo que llevé a cabo, ella lo contestó asombrada en un principio, sin embargo pronto su reserva dio paso a la pasión.

— ¿Y tú? —dije acelerada luego de separarme un poco de ella, la voz de Eunice (su nombre real) seguía domando el ambiente. Me observó desconcertada un momento— ¿Cómo llegaste a Nina? ¿O eres fan del blus y del Jazz? —aclaré. Sacudió un poco la cabeza antes de hablar.

—Mi papá amaba el jazz, crecí con las voces de Nina, Nancy, Ella  y un poco ahora de Jones. Digamos que me lo trasmitió, en mí no es extraño —deslizó sus dedos por mi cabello —, pero tú eres tan joven, casi me da un ataque cuando comenzaste a cantar.

—Sé que lo hago mal, aunque no pensé que tanto —su sonrisa se ensanchó, acomodó una mano en mi mejilla, acariciándome con esa suavidad tan característica en ella.

—No seas tonta, sabes por qué lo digo, entiendo que tu abuela lo escuchase, aun así, ustedes están acostumbrados a otra música.

—Cielo, hablas como si tuvieses setenta años y yo doce —imité su postura, deslizando mi mano por su mejilla contraria —. Solo tienes treinta y nueve años. Y nos pasó parecido, te gusta el jazz por tu papá, a mí me gusta Nina por mi abuela. La edad no tiene nada que ver.

—La edad cimienta gustos. Estoy segura que creciste con… No sé, ni siquiera tengo idea de lo que está de moda hoy día.

— ¿Y qué?, siendo sincera yo tampoco tengo muy claro lo que está de moda. Además eso no tiene que ver nada con esto —dejé un beso suave en su cuello que olía de maravilla. Me quedé acurrucada allí un momento.

—Siento lo de tu abuela, se ve que la adorabas, no hablas de nadie de tu familia, excepto de ella —susurró acercándose a mi rostro, intentando que alzase la vista, al hacerlo me regaló su boca de forma lenta, hasta que otra canción vieja me hizo ponerme de pie: Maniac se había tomado la sala, al igual que a mí, no podía evitar revivir la escena de Flashdance, comencé a deslizarme fácil gracias a las medias, Cielo rompió en una estruendosa carcajada. Quise picarla un poco.

—Mira, también me gusta Vaselina —seguía moviéndome, esperando que saltase, si tenía esa canción, debía saber de qué película formaba parte de la banda sonora.

Sólo arrugó el gesto mientras me seguía viendo hacer el oso. Tomé sus manos poniéndola de pie entre risas y protestas. La alenté a que bailara conmigo, se resistió en un inicio, cruzando las manos bajo los pechos, pero mi insistencia, mi algarabía le hizo sucumbir, moviéndose tímidamente al principio, para dejarse llevar por completo después: su melena se movía rozando su cadera, llenando el espacio de la fragancia de su champú y saltando a la par que su cuerpo. Hacíamos caras, movíamos los pies contra el suelo. Las manos, los dedos de forma dispareja. No cambiaría su rostro feliz por nada del mundo, no cambiaría su sonrisa, su vivacidad; era como un trago de agua helada: calmaba mi sed, saciaba mi ser de forma brutal. Por sobre todas las cosas, sobre el plano sexual, sobre el plano monetario, deseaba siempre tenerla así: satisfecha, sin barreras, sin ser presa de prejuicios de edad o género, de deber hacer o no; sólo permitiéndose sentir, actuar, amar.

Nuestras risas se mezclaban en el espacio y cuando terminó la canción, nos acercamos al tiempo, estrechándonos, llenándonos de regocijo. Ella daba todo en esos abrazos, entregaba casi un mundo, me sentía feliz de ser receptora de algunos más especiales.

—Los vecinos me van a demandar, o me van a acribillar en el chat que tenemos —su voz llegaba directa a mi oreja, endulzándome el tímpano, haciéndome cosquillas. Notaba también el latido frenético de su corazón contra el mío.

—Eso que importa ¿Ellos no hacen ruido nunca?

—A las tres de la mañana... Bueno, no.

—No te creo —la encaré, estaba enamorada del color que adquirían sus mejillas, le daba un toque fresco, algo infantil —, ¿No hacen fiestas?

—No, Lu. Ellos tienen unos ochenta años, son una pareja monísima, solo que bueno, fiestas, fiestas no hacen.

— ¿Y están en el chat?

—Son bastante modernos, con lo de alejar el celular para ver bien y mirar más allá del marco de las gafas y todo.

Reí imaginando la escena.

—Pero tenemos un punto, creo que la canción pudo ser de su agrado, puede que te manden un corazón al chat por revivir viejos tiempos —me dio un beso en la nariz, siendo presa del júbilo aún, después bajó el rostro, dejando su frente sobre la mía.
—Algo más... ¿Cómo que Vaselina?

—Claro, ya sabes, en la que actúa Di caprio —eso la hizo reír fuerte, comprendió que le estaba tomando el pelo. La apreté contra mi cuerpo, dejándome embeber por el aroma de su sudor mezclado con su perfume y melena fragante —: Sé que es Flashdance.

—Es un clásico maravilloso.

—Lo es, no obstante eres más maravillosa tu —se removió para que la soltara, cuando me aparté un poco para rebatir, en un movimiento rápido envolvió sus manos tras mi cuello atrayéndome al encuentro inminente de nuestras bocas.

—Eres tan tierna —murmuraba entre besos —, tan hermosa, milu. Me es difícil resistirme a ti, no creerte, no tragarme cada palabra linda que me dices, no admirarte u observarte al tenerte cerca. En realidad, soy como una niña a tu alrededor —dejó de besarme, respirábamos con dificultad. Comenzó a acariciarme los labios con la punta de su fina nariz —Eres una gran, gran tentación. Toda tú, por dentro y por fuera. No sé cómo, de verdad que no sé cómo agradecerte cada cosa que haces por mí.

—Así como hoy, no tienes que agradecer nada, sólo déjate llevar. Permíteme involucrarte en mis estupideces, en mi vida, Cielo. Te lo he dicho, te quiero, muchísimo —suspiraba al escucharme. Antes de que dijese que "no era tan sencillo" seguí hablando —. No te pido que hagamos las cosas del todo públicas, sé que te cuesta, solo te pido que sigamos con esto.

—Soy una cobarde egoísta. No quiero hacerte daño, tu mereces todo ¿Quién no estaría feliz de estar contigo?

—Pues yo soy feliz estando contigo. ¿Eres tú feliz conmigo?

—Mucho, aunque no está en mi rutina diaria sudar a las tres de la mañana.

—Eso se puede arreglar, puedo hacerte sudar más seguido, más tarde o varias veces —besé su cuello remarcando el lado por el que quería llevar la conversación o las rondas de ejercicio que estaba proponiendo.

—Luna —hablaba entre risas —, sabes de lo que hablo —dejé un beso suave en sus labios, ella lo profundizó cuando me iba a alejar.

—Sé que hablas de la sesión de baile, solo sentí que me ibas a dar calabazas, me dio algo de miedo. Es como que ibas a seguir por el lado de que no estaba bien que me escondieras y eso.

—Eso iba a decir, pero no te iba a dar calabazas. No mereces que te esconda.

—Tú tampoco te merecías lo de tu esposo y mira.

—Yo ya no lo permito, mi vida.

—Y yo quiero estar contigo, mi amor —se mordió el labio, viéndome fijo, me estaba empezando a preocupar que no le gustase el apelativo o que me fuese a decir que no quería estar conmigo, aunque sabía que sí, lo de hace un momento me confirmaba que podía hacerla feliz.

—Yo también quiero estar contigo, Lu.

—Eres un regalo en mi vida, Cielo, un presente maravilloso.

Lástima que los regalos se pierden, no son para siempre y estaba a punto de llegar una difícil prueba a nuestras vidas. Lástima también que no se pueda congelar el tiempo en nada más que recuerdos y peor aún, que seamos tan contrarios que rememorando momentos alegres caigamos en las garras de la melancolía.

Mil CielosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora