II. Un vendaval de ojos azules con un toque a Vanila.

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En la cultura medieval cristiana el número tres es un número perfecto, así mismo, al cinturón de Orión se le reconoce por sus tres estrellas, tan hermosas y brillantes, eso leí en el artículo del periódico que un señor sostenía casi en mi nariz al viajar esta mañana en el transporte público, pues bien, tres meses llevaba ya en la institución, siendo testigo del fortalecimiento de un equipo maravilloso, realizando mi labor con dedicación además de entrega total.

Ese martes brumoso, en el que me di cuenta de cuánto llevaba allí, Clara fue de visita con el pequeño Lucas, todo fue alegría: el bebé pasaba de mano en mano, con su madre regalando sonrisas a diestra y sin diestra, mostrándose en realidad feliz, cómoda además de orgullosa por su retoño. Todo muy lindo, fraternal. La bomba detonó de forma silenciosa, esparciéndose sólo por los rostros de los presentes cuando, antes de irse, dijo que estaba pensando en retirarse unos años de la labor para cuidar a su pequeño. Hubo quienes estuvieron de acuerdo, otros que la alentaban a no pausar su carrera, yo, de contar con voz y voto, habría sido de las segundas, sin embargo yo no era madre de un pequeño que me encandilaba, que me enamoraba cada día con sus mejillas regordetas y sonrosadas, por lo que no tenía ni puñetera idea de lo que estaba pseudo opinando, de lo que si estaba segura era que el presente en la oración que soltó, era en realidad pasado, pues sus ojos me dejaban más que claro que ella ya decidió dejar por un tiempo su carrera para dedicarse a su hijo.

La visita, la noticia dejó algo disperso al equipo, quienes tenían la misma certeza que yo, al igual que apreciaban trabajar con ella.
A la hora del almuerzo, bueno, a las tres ya pasadas -en definitiva hoy tenía algo con aquel número- bajé a la cafetería, sola, pues todos ya habían aprovechado el tiempo. No pensaba comer mucho, de igual modo adquirí el hábito de ingerir poco más que un sándwich, el estar constantemente ocupada me quitaba el apetito.

Estaba por hincarle el diente a la comida cuándo vi a Clara de espaldas, con la cobijilla azul decorada con dibujos animados de los cuales no tenía idea, cayendo sobre su hombro, tapando el bultillo de una cabeza casi calva por su tierna edad, hacia ella avanzaba con alegría un torbellino pelirrojo que abrazó con fuerza tanto a madre como a hijo, me sorprendía de lo sociable que era esta mujer, de cuánto parecía darse a la gente.

Observé la interacción, captando la delicadeza con la que Cielo sostenía a la criatura: como se deshacía en más sonrisas observándolo y como se lo pegaba al pecho con cariño. Me pregunté si tendría ella hijos pues se veía que le gustaban, por lo menos los bebés, podría ser una buena madre, además se veía preciosa deslumbrada por la ternura del chiquillo. Imaginé que sería en exceso protectora, amorosa. También estaba el hecho de haberla visto con su sobrina, se notaba que la quería, justo ese día al parecer le enseñó a no colarse, lo que yo, obviamente no hubiese hecho, por lo que pensaba que sería un buen modelo materno.

Estaba suponiendo aquello con tan pocas bases que me enfurruñé con mi ingenuidad. Mi propia madre parecía un ángel de puertas para afuera, no obstante, la realidad era mucho más fría, más dolorosa. Despegué los ojos de la escena cuando sentí que la médica dejaba caer los suyos sobre mi chismoso cuerpecito, me centré en comer, en volver a mis labores, de vez en cuando me acordaba del rostro en demasía dulce de Cielo, de Clara y me esforcé por evocar si alguna vez mi madre me miró de aquel modo, o mi padre. No tenía registro de aquello, me dije, creando una burbuja que casi podía sentir extenderse por mi cerebro, que probablemente al tener la edad de Lucas, me observaban con ese amor reflejado, que alguna vez se sintieron felices de tenerme, me dije también que fue probable que con el tiempo se cansasen de mí, mas no haya sido así siempre, por esa razón me dejaron con mi abuela al cumplir seis años. A pesar de ello, adorné el tiempo anterior a mis recuerdos, con sonrisas, caricias y palabras amorosas. A veces uno debía mentirse un poco para no quedarse estancado.

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