IX. La diatriba del bien y del mal

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Me quedé en blanco por completo mientras sentía el viento de la noche, el dinamismo que las palabras escuchadas afloraban en mi piel. Deseé pedirle que ahondara en el tema a pesar de que no era prudente, no con un testigo momentáneo, no con las copillas aun pululando por el sistema de quien me turbaba en exceso, no con su insistente mirada que me aflojaba el corazón y la cordura como, según había dicho, me quería aflojar la ropa.

Nos subimos al auto amarillo tres mentes confundidas, ansiosas y algo ebrias, la mía no era presa de los efectos del licor, más bien lo era de la verborrea de la pelirroja y de su hechizo. Me dejaron primero en mi apartamento, me despedí bajito, siendo presa de un sin fin de emociones que se acrecentaron cuando al llegar a mi piso encontré a Ibarra allí.

— ¿Qué haces acá?

<<Dios menos mal no bebí porque sentiría que estaba alucinando ya al ver esa figura corpulenta frente a mí>>.

—Necesitaba verte —parecía en exceso cansado.

— ¿Por qué, pasa algo?

—Sí, Luna. Siento que necesito hablar contigo —su voz estaba tintada de más agotamiento, no era sólo su cuerpo el que expresaba aquello, era como si su cansina apariencia proviniese de un rincón de su interior.

—Ven, entremos.

Se hizo a un lado para dejarme abrir. Me cuestionaba con velocidad qué podría estar sucediendo, esperaba que estuviese bien, por lo menos, que su porte alicaído no fuese por algo sin reversa. 

Cuando ingresamos quedé por segunda vez en blanco aquella madrugada silenciosa; él me acorraló contra la puerta, poniendo ambas manos en mi rostro. Me sentía algo asustada por más que no ejerciera fuerza sobre mi cuerpo. Estaba allí plantada como una muñeca a la que maleaban a su antojo. Una que estaba de pie por sus propios medios a pesar de que no sabía cómo.

— ¿Estás con Cielo? —intenté darme cuenta de si estaba bebido por medio de su aliento, sin hallar el característico tufo cuando este impactó en mi rostro. En este momento esa hubiese sido una alternativa perfecta para explicar su proceder. Recordé que debía darle una respuesta por lo que con voz trémula hablé:

— ¿Qué?

— ¿Están juntas?

—No, ya te dije que no somos nada —solté con tristeza.

— ¿Pero tu aun la quieres, verdad? —creo que dotó la oración de duda sólo por cortesía.

—Muchísimo —me observó por un lapso algo largo hasta que suspiró. La escena se me hacía en exceso surrealista, ¿por qué estaba actuando así? Percibía cómo se contenía, cómo evitaba acercarse más. Dios, ¿qué hacía acá y por qué no me zafaba de su agarre?

—Luna, ¿puedo besarte? —abrí los ojos en exceso.

— ¿Por qué me preguntas eso?

—Porque si de mí dependiese ya lo estuviera haciendo solo que no soy un zafado para hacer algo que no quieres.

— ¿Qué te pasa esta noche? —en realidad no comprendía nada, ¿y Evelin?

—Que siento que no estoy avanzando, que estoy corriendo en círculos detrás de ti —casi al tiempo que esas palabras inundaron la sala, el sonido del agua impactando contra las superficies expuestas se hizo presente, dotando la escena de un grado mayor de melancolía. Asociaba a la lluvia con recuerdos algo tristes y esta no era la excepción.

Observé el rostro contraído, los labios que habían dejado escapar esa oración que tan bien me describía.

"...estoy corriendo en círculos detrás de ti."

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