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× AVANZAR Y RETROCEDER ×

Ren empacó y debió estar listo para marcharse temprano por la mañana, solo un par de horas después de su rápida e interrumpida conversación. Alan lo presionó para que terminara rápidamente su desayuno sin hacer caso a las miradas severas de su padre y celó siempre de cerca los movimientos de Ren asegurándose de que no perdiera el tiempo. Lo vigilaba desde las escaleras y fingía hacer algo en su habitación viéndolo de reojo e insistiendo silenciosamente en que se diera prisa.

No pudo quitárselo de encima en ningún momento. Estaba a tan solo unos pasos incluso mientras bebía sus medicinas y sabía que esperaba detrás de la puerta cuando se cambiaba de ropa. Casi podía tolerar su asfixiante vigilancia, pero lo que lo hacía sudar era la ansiedad de no poder hurgar en la escalera. Cada vez que subía o bajaba sabía que si Alan ya no lo miraba desde algún lado lo haría en los próximos cinco segundos.

Pero haber mentido y diseñado historias tantas veces le había otorgado cierta experiencia. En una de sus injustificadas vueltas por la casa se acercó a la cocina hablando fuerte con el pretexto de hurtar algunos dulces para llevarle a su madre. En los segundos en que Alan aún no aparecía alrededor como un ave de rapiña y esperaba que su madre terminara de empaquetar la comida tomó las llaves del auto que esperaban en la encimera y las metió con sigilo en su bolsillo.

—Saluda a Gabriela de mi parte. Iremos a verlos pronto. —Ren sonrió asintiendo y quitando con suavidad la mano de su bolsillo—. Cuídate mucho.

Al salir de la cocina cargando un paquete repleto de lo que estuvieron horneando más de tres horas, Ren se topó con Alan de pie en medio de la sala cargando su bolso listo para meterlos a ambos al auto sin más retraso. Fingió absoluta ingenuidad mientras lo seguía lentamente a la entrada, y manteniendo un ritmo apelmazado y lento, se quedó de pie en el umbral viendo que Alan dejaba el bolso en el suelo junto al auto mientras buscaba las llaves en sus bolsillos.

—¿Está todo bien? —preguntó, viendo que miraba el suelo buscando lo que él tenía escondido.

—Sí. Vuelvo enseguida, debí dejar las llaves adentro.

Ren se hizo a un lado para que entrase nuevamente en la casa, y desde su posición lo observó ir directamente a la cocina. No pasó un segundo antes de que se devolviera extrañado.

—Creo haberte visto dejarlas junto a tu televisión ayer —dijo, entrando sutilmente de vuelta a la casa.

Alan no dudó en ir a comprobarlo. Mientras subía las escaleras Ren dejó el bulto de olor a mantequilla y canela sobre un mesón y esperó quieto hasta que Alan regresó con el ceño más fruncido que antes.

—No están allí.

—Deben estar en alguna parte aquí abajo entonces —sugirió Ren con tono persuasivo.

No había terminado de hablar cuando Alan se precipitó sobre los muebles hurgando en busca de las llaves. Ren simuló ayudarlo un momento, pero luego se acercó a las escaleras.

—Aprovecharé para ir al baño. Revisa que no se hayan caído en el comedor —dijo antes de subir los primeros peldaños lentamente, y luego a zancadas los demás.

Sentía sus latidos como martillazos en el pecho mientras esperaba quieto, con las manos apoyadas en cada pared a ambos de sus lados y sin respirar para poder ser capaz de distinguir cuando Alan se alejara. Escuchaba con atención los crujidos de los cajones y el roce acelerado de los muebles tras los que buscaba. Se tensaba listo para saltar arriba cuando lo notaba acercarse y apenas relajaba los músculos cuando su bullicio se distanciaba.

Sin embargo, pese a que lo embargaba la ansiedad, llegó el momento que esperaba: el volumen de los sonidos cerca del pie de las escaleras disminuyó y no tardó en escuchar las sillas del comedor rechinar contra el suelo.

Sí, SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora