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× VALENZUELA ×

Ren simplemente observaba sentado con la espalda encorvada las tostadas que su madre había preparado sin ganas de comerlas. Lo inundaba un sentimiento horrible de vacío, tanto en su estómago como en su corazón. Era un tipo de angustia latente junto a un dolor inexplicable, como si una gran jeringa le exprimiera poco a poco la vida.

Su triste y desganada mirada se paseaba distraídamente por el fondo blanco de la taza en la que anteriormente había té, pensando en que todo era más sencillo cuando sus únicas preocupaciones eran un árbol malvado de sus pesadillas y si iba a cenar churros o no. Todo era más sencillo cuando podía correr donde sus padres para refugiarse y esperar a que los problemas se solucionaran solos o los solucionara alguien más.

Pero los tiempos cambian, y ya era ahora de que él cuidara en silencio de aquellos a los que amaba, porque si no lo hacía él nadie más lo haría en su lugar; sin mencionar el dolor físico que debía aceptar cabizbajo, sin protestar porque su vida dependía de ello. Porque nadie más sabía que sí, que en realidad su vida dependía de ello. Y para él estaba bien, estaba dispuesto a callar su sufrimiento porque el corazón de Ren Forden era tan puro que incluso estaba dispuesto a aceptar todo tipo de crueles y dolorosas torturas a cambio de que nadie supiera lo que se sentía ser pisoteado y estar completamente solo. A cambio de que nadie más llegara a sentirlo.

—Está mucho mejor —comentó su madre harta del silencio tratando de abrir una conversación señalando el hematoma ya casi invisible en su mejilla.

—Supongo —murmuró sin aportar mucho.

Ella bebió resignada al silencio de Ren un poco de café inspeccionando la postura apesadumbrada de su hijo que aún no probaba un bocado de nada. Solo bebió su té rápidamente y luego se mantuvo en completamente callado con la mirada perdida hundido en sus pensamientos. Al pensar en la comida, recordó lo que debía saber.

—¿Estás desayunando en la escuela, Ren?

El muchacho levantó la vista a su madre, quien ladeaba la cabeza. Cualquier chico habría inventado una llana excusa, pero él conocía a la perfección a Gabriela. Él conocía ese tono de voz, que sonaba casi como reprimenda. También conocía esa astuta mirada acusadora que se trataba de camuflar en inocente curiosidad. La conocía tan bien que sabía que ella tenía clara la respuesta a esa pregunta, y tan solo trataba de acorralarlo. 

—No —respondió y los ojos de Gabriela brillaron confundidos. Ella no esperaba que mintiera, pero tampoco previó que le dijera la verdad tan directamente. Por su lado, Ren sintió algo de alivio al decir por fin la verdad. O al menos la mitad de una.

—¿Y? —insistió buscando una explicación.

En lacónicos segundos Ren consideró todos los factores antes de responder para no meter la pata. No podía decirle que estaba desayunando en casa antes de ir a la escuela, porque si bien era un chico responsable que ordenaba su cuarto, tendía su cama y ayudaba en los deberes; eso no quitaba el hecho de que odiaba lavar los trastes. En ocasiones prefería limpiar el baño con tal de no tener que lavar los trastes. Odiaba el olor de la lejía, y también la sensación grasienta en las manos.

—El entrenador nos recomendó desayunar liviano para la competencia de relevos. Me llevo una fruta y la como en el camino a la escuela —explicó manteniendo el tono de su voz procurando verla a los ojos consciente de que una de sus debilidades al mentir era no ver los ojos de la persona a la que mentía, y también tratando de no hacer ninguna expresión exageradamente sospechosa.

Su madre asintió varias veces satisfecha sin encontrar fallas en su aclaración, creyéndole cada palabra. Ren asumió que Alan le comentó de la situación, ya que otra persona no pudo ser; Marco era demasiado despistado como para darse cuenta de ese tipo de detalles. En realidad era demasiado despistado para darse cuenta de cualquier cosa incluso siendo evidente.

Sí, SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora