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× UN DEPREDADOR Y UNA PRESA ×

El instinto de supervivencia es un impulso que nace y domina a un ser vivo cuya vida corre un peligro de proporciones fatales. En el caso de los animales, se ven empujados a incurrir a cualquier práctica necesaria para mantenerse con vida. Y cuando se encuentran bajo la amenaza de un depredador la primera acción de conservación es la huida. En el reino animal, la presa huye del depredador porque es consciente, de manera instintiva, de su vulnerabilidad física. Su instinto biológico la obliga a correr, el enfrentamiento no es una opción cuando los roles naturales están estrictamente definidos. Un pez no encararía a un oso. Una cebra no retaría a un cocodrilo. Un conejo no increparía a un zorro. Sin embargo, existe un instante de excepción. Un instante que es tan leal a las leyes naturales como lo son los roles biológicos: el instante en el que la presa lucha cuando su muerte es segura. El pez se agita en las fauces del oso. La cebra, con el hocico destrozado y sumergida bajo el agua, patea al cocodrilo. El conejo, con el pelaje manchado de sangre, rasguña al zorro. En el momento en el que el escape fracasa, en el que la presa está herida, incapaz de huir una vez más incluso liberándose, pelea. Se trata del instinto más desgarrador de los seres vivos, que se aleja por mucho del primero, cuya finalidad es huir de la muerte: el último instinto es aferrarse a la vida.

Los seres humanos, obedeciendo a su naturaleza animal, no se comportan de manera diferente. Ren lo entendió cuando agarró el codo de Alan para arrastrarlo y hacerlo correr junto a él al darse cuenta de que el auto, la única vía de escape que les aseguraba una buena posibilidad de librarse de sus perseguidores, era inútil. Alan intentó seguirle el paso. Ren corrís mucho más lento de lo que podría incluso cojeando como lo hacía para no alejarse de Alan, quien no soltaba su propio brazo flácido y no emitía ninguna queja ni mostraba señal de dolor además de su piel pálida y sudorosa cada vez más opaca, enfriándose de manera lenta e inevitable.

Ren miró atrás, a las lagunas de luz de las farolas, a la penumbra entre las construcciones, y se dio cuenta de que solo aplazaba su muerte, una muerte que incluso Alan, a pesar de no haber dicho una sola palabra, ya parecía haber aceptado. Él estaba siendo el ratón malherido y agonizante que sigue agitando las patas lánguidas en el aire, atrapado entre los dientes de un gato, sintiendo su sangre drenarse hacia su garganta y los colmillos destrozando sus huesos como si aún tuviese oportunidad de escapar. Y Alan lo seguía viendo firmemente hacia el frente, sin molestarse en atisbar a sus espaldas, en cerciorarse de que no estuviera en la mira de la pistola de Ian o Adams porque ya había entendido y aceptado la evidente realidad de que ya no tenían oportunidad. 

Ren volvió la vista al frente, a la calle vacía que parecía un profundo e insondable túnel. Sus labios se estiraron, tensos, dejando entrever sus dientes apretados. Recordaba haberle confesado a Dina que se odiaba por jamás poder hacerle frente a Ian. Que cada vez que intentaba ser firme o enfrentarlo de alguna manera Ian siempre lograba recordarle su posición sin dificultad. Ren miró hacia atrás una vez más, a Alan corriendo con una debilidad moribunda a sus espaldas, y lo agarró nuevamente de la camiseta para hacerlo correr más rápido. Alan se dejó arrastrar. Ren intentó evitar el pensamiento de que Alan estuvo en su posición, arrastrándolo, empujándolo a moverse y él jamás tuvo el valor. Incluso si le hubiera significado la muerte, ahora que pese a su situación no lo devoraba el miedo que antes era una ventisca helada, le habría sido más fácil vivir consigo mismo si hubiese sido más fuerte. Si hubiese mirado al arma de Ian tal como él lo había hecho con el arma de Alan.

Soy una presa, había pensado todo ese tiempo. Y en ese instante, corriendo por la calle, despavorido y dominado por el terror natural de cualquier bestia, lo entendió.

Se detuvo y tiró de Alan para hacerlo detenerse tan rápido como él. Alan finalmente hizo una desgarradora mueca de dolor cuando se movió de manera brusca para no perder la estabilidad. Abrió la boca pero el ruido de la playera de Ren rasgándose lo hizo olvidarse de su pregunta. Lo vio luchar con las costuras que él habría podido desgarrar con facilidad de haber estado en mejor estado mientras volteaba una y otra vez al edificio, a casi tres calles de distancia.

Sí, SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora