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× EL DIRECTOR ×

Alan aguantó la respiración para evitar hacer el más mínimo sonido al cerrar la puerta del auto a su lado. Atisbó la calle a sus espaldas para asegurarse de que no había movimiento cerca, y para cuando regresó a su lugar se encontró con la mirada de Ren que acababa de sentarse en el asiento del copiloto junto a Gabriela. Intentó mover sus labios y sonreír, pero cualquier músculo en su cara se movió excepto el indicado y lo único que hizo fue una débil mueca.

-Estás bien -consiguió decir.

Ren se volteó hacia el frente junto al crujido del freno de mano cuando Gabriela lo destrabó sin devolverle una sola palabra. A Alan le pareció que en lugar de sorpresa, Ren lo había mirado como si fuera un extraño. Con la misma expresión casi espantada con la que se mira sobre el hombro cuando se es repentinamente frenado por un desconocido en la mitad de una calle vacía.

No obstante, su impresión no podía ser más errónea. Ren no dudaba que fuera él, sino que no lograba creer en lo que su propia vista le mostraba. Fijó sus ojos en sus rodillas sin parpadear intentando saber si lo que veía era la realidad o una ilusión de su mente perturbada.

Parpadeó al sentir el vehículo vibrar mientras Gabriela aceleraba. Levantó la vista a ella, quien lo miró de soslayo y quitó una mano del volante para acariciarle el rostro y apretar su barbilla con un cariño angustioso mientras alternaba la mirada entre él y el camino. Luego quitó la mano para poder girar y Ren tuvo la certeza de que lo que ocurría era real.

-Pónganse el cinturón -ordenó Gabriela, rompiendo repentinamente el silencio dentro del auto.

Ren cruzó un brazo hacia el cinturón de seguridad que colgaba sobre su hombro derecho. Al hacerlo, detuvo los ojos en el espejo retrovisor y vio a Alan mirando el cinturón a su lado con una palidez espantosa, temiéndole al solo hecho de intentar alcanzarlo por el dolor que sabía que sentiría a pesar de que con Gabriela había hecho un rápido e improvisado vendaje para detener lo mejor posible el sangrado e inmovilizar su hombro. La herida de salida era como una boca y las astillas de su clavícula debían ser sus dientes porque sentía que los agudos pinchazos que se movían dentro de ella intentaban devorar poco a poco su carne.

Cualquier tentativa al movimiento fue descartada porque una mano cruzó su rostro y tomó el cinturón que le parecía inalcanzable. Gabriela se movió un poco para darle paso a Ren que se estiraba a gatas entre los asientos delanteros para ayudar a Alan. Se sujetó del respaldo de su propio asiento para no perder el equilibrio mientras extendía el brazo derecho y tiraba de la cinta hasta engancharla en el seguro junto a su cadera.

Alan apartó el rostro girándolo hacia la ventana sin atreverse a mirarlo. Se le hacía más soportable el dolor de ponerse el cinturón él mismo que el tener que enfrentarlo en ese momento, porque a pesar de que ya lo había asegurado, Ren no volvió a su asiento, esperando lo que sabía que Alan estaba guardándose.

No debió esperar mucho. Pronto, Alan volvió a girarse y lo miró cabizbajo, casi tan triste como avergonzado.

-Lo siento -murmuró, moviendo la mirada desde el rostro de Ren con un par de pequeños cortes y la herida con bordes verdosos en su nariz hasta cualquier otro lado para luego volver a Ren.

-No lo sientas -respondió luego de unos segundos de silencio.

Volvió a su asiento sin decir más y aseguró su propio cinturón. Pero Alan en lugar de tranquilizarse, se alteró. La vergüenza que lo consumía era tan grande como la culpa que lo amedrentaba de maneras que antes le eran inimaginables, tanto que no podía soportar no ser increpado, castigado u odiado por lo que había provocado.

Sí, SeñorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora