CAPÍTULO VI: Conversación de Aliados

2 0 0
                                    

          El Mestizo se cercioró de que absolutamente nadie estuviese en la casa. Para ello, Chalco tuvo que esperar que Emérita saliese al mercado a hacer las compras diarias para el almuerzo, y a que Alberto se vaya a trabajar, aunque este señor siempre salía muy temprano de casa, mucho antes de las siete de la mañana. Luego de percatarse de la ausencia de ambos, hizo una llamada a alguien por celular de diminuto tamaño. Lo había tenido oculto, sin que ninguno de los señores de la casa se hubiese percatado de aquel aparato. Sacó de su bolsillo un papelito arrugado, el cual contenía un número telefónico. Marcó y la impaciencia no le fue ausente. Esperó que contestasen, hasta que, a la cuarta timbrada, respondieron:

—Oiga—reclamó el Mestizo. — ¿Cómo van las cosas?

—¿Qué? ¿Es que acaso usted, señor, no ve las noticias o la televisión?

—Sí—murmuró, recordando que no puede gritar. —Pero a veces la prensa exagera a una gran escala muy terrible.

—Pues todo lo que se dice es verdad. Pero pierda cuidado. Estoy haciendo todo lo posible para que ignoren ese caso. Y estoy pagando abogados, aunque usted no me crea.

—Muchas gracias...

—Te apoyo solo porque cuando era congresista me apoyaste en todo. Y porque me diste chamba como presidente de tu gabinete en tu gobierno.

—Sí. Y eso me parece bien. Ayer por ti, y ahora por mí. Te estaré plenamente agradecido.

—Así es. Y, ¿cómo se encuentra, señor Chalco?

—Muy bien, felizmente. Gracias a Dios.

—Qué bueno, qué bueno saber eso. Y espero que el dinero si le alcance.

—No hay problema con eso...

—La señora lo trata bien, me había dicho usted la vez anterior. ¿Sigue siendo esto así o algo ha cambiado?

—Sí. La señora es una buena mujer. Su esposo es algo serio, pero también es buena gente. Me han tratado hasta ahora muy bien.

—Además creo que usted es de ahí, ¿o me equivoco?

—Claro, pues. Entre paisanos nos tenemos que apoyar. Y la señora me apoya muchísimo...más que el marido, incluso.

—Por cierto, Chalquito, Francesca se ha comunicado conmigo hace dos días...

—¿Qué dice mi Zarca? —preguntó alegremente.

Muchos recuerdos invadieron la mente de El Mestizo. El momento y el día en que la conoció en una reconocida universidad de los Estados unidos, cuando era un respetado profesor en una de las más prestigiosas universidades del mundo, cuando hicieron el primero contacto visual, cruzándose como docentes colegas en los tan conocidos "breaks", lapsos en los cuales los profesores, librándose por tan solo minutos de sus alumnos, conversaban y se conocían mejor.

—Solamente me ha preguntado cómo está usted. Le dije que está bien, y que está sano y salvo. Que no hay peligro, y que, a estas alturas, es muy difícil que lo encuentren. Hasta ahora nadie sospecha que está usted en el país. Todos siguen creyendo que está por afuera, en el extranjero...

—¿Pero ella sabe que estoy en Chimbote?

—Claro, claro. Me preguntó dónde está escondido, y le dije que en una zona alejada de Chimbote.

—Qué bueno. Muchas gracias. ¿Hay otra novedad?

—No. No hasta ahora. Por el momento no, sino, ya se la hubiera hecho saber.

—Por cierto, disculpa por lo que declaró mi zarca a la prensa. Sobre hablar cosas...

—Ni lo digas, ni me lo hagas recordar. No importa, Chalco. Eso ya pasó. Ahora hay que estar alerta ante cualquier cosa...

—Esa Gringa estará como loca, seguro. Porque no me cabe duda que ella fue quien empezó todo esto. Resentida de mierda, carajo. Y como no ganó, quiere vengarse de mí. Lo bueno es que hasta ahora no tienen pruebas de eso.

—Ni creas, Chalco. Sino ¿por qué crees que te han dado prisión preventiva, búsqueda esto...captura internacional?

—Pero no entiendo por qué Segura me ha delatado.

—Es que tú eres un sabido, pues Chalco. Habíamos quedado en un acuerdo. Por mi parte, yo ya cumplí. Pero tú no, pues. Ustedes quedaron repartirse mitad y mitad, pero tú te cogiste más de la mitad, y encima, lo que más le jodió, fue cuando contrataste a otra empresa para la construcción del Patriota. Y eso le molestó y por eso hasta ha mostrado documentos donde te delatan. Y agradece que no hay videos, así como el de la dictadura de los noventa, porque si hubiese sido así, ni en Chimbote estuvieras ahora. Solo queda esperar que las aguas y tormentas se calmen; te aseguro que se van a calmar, estimado. Hablaré con algunos jueces y veré cómo podría solucionar tu caso.

—Te estaría agradecidísimo...

—Bueno, Chalquito. Te dejo. Tengo una ceremonia con otros colegas. Cualquier cosa yo te llamo o me das una llamadita.

El señor del otro lado del celular colgó primero, y continuó haciendo sus cosas y preparándose para una reunión que, en realidad, no existía. ¿Quién había sido aquella persona a quien había llamado? El Mestizo guardó el celular de donde lo había sacado, pero antes de ello, lógicamente lo apagó para no levantar ninguna sospecha. Estaba muy exhausto y estresado de no hacer nada; prácticamente era prisionero, pero a diferencia de los otros, era un prisionero en libertad. Extrañaba a su Francesca, a su Zarca, a sus ojos verdes. Extrañaba todo, extrañaba su libertad, pasear por diferentes partes del mundo, comprarse lujos, sin huir de nada ni de nadie, sin temor de ser capturado o grabado, o ser visto por alguien y que llamen a las autoridades para su captura inmediata. Pero sinceramente, en realidad, ¿El Mestizo tenía algo que ver con el caso Solzinha? Sincerándonos, sí. Y por ser un mestizo de las pampas, le vieron la cara de idiota e ingenuo, y ahora estaba acorralado, sin saber qué diablos hacer, solo esperando y dependiendo que el aliado del otro lado del celular lo ayudase o a seguir escondido, o a librarlo del polvo y paja que le había ofrecido.

Voces del rencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora