CAPÍTULO II: La llegada del exmandatario

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Emérita encontrábase sentada en una de sus pocas y deterioradas sillas de madera que había en su sala de falso piso; piso este en el que, por los años, se podía observar notorias grietas y lo cenagoso que estaba; lo último ocasionado cuando rociaba agua para no levantar polvo, costumbre que tenía desde que, luego de noches sin pegar los ojos, y estar pendiente de cualquier ruido, invadieron ese terrenito que ahora es su hogar.

Estaba vestida con una falda  rojo-oscura, unas medias de lana marrón que le llegaban pasando las rodillas, y un polo que su esposo le había dado como obsequio, el cual fue un presente de una empresa de pinturas para la cual él trabajó hace menos de dos meses. Era ya de noche. Estaba mirando las noticias y, con una mano que sostenía el periódico que había comprado en la mañana, se echaba aire, acompañada de una pena ajena por todo lo que se estaba diciendo de El Mestizo. Ella había sido una de las pocas personas que confió en él en estas últimas elecciones, en las cuales apareció en los últimos lugares, y una de las muchas que votaron por él mismo en las realizadas en el nuevo milenio, donde perdió, injustamente, por un fraude electoral efectuado por el ese entonces presidente-dictador, Alberto Fujimori. La mirada de la señora de setenta años permanecía en la pantalla chica del televisor, cuya antigüedad hacía no muy notoriamente visible lo que se quería ver en ella, con ciertas distorsiones que hacía incómoda la transmisión.

Se preguntaba si en realidad El Prófugo tenía una relación que le vinculara al caso Solzinha, una de las más prestigiosas empresas constructoras latinoamericanas que, hasta antes del momento de la solicitud de captura, no se tenía el conocimiento de que fuera corrupta. Sin embargo, aunque esta señora carecía de la plena certeza, apostaba, ciega y genuinamente, con todo el corazón encariñado, por la inocencia de este débil protagonista. No obstante, pensaba que, si él no hubiese tenido ninguna participación en este caso emblemático, no habría escapado y, sin duda alguna existente, hubiera enfrentado la justicia hasta que su inocencia, de la cual se jactaba, sea probada.

En los televisores no se difundían otras noticias que no hayan sido la búsqueda internacional de El Prófugo, aquel señor de sesenta años, primer presidente de las profundidades del Perú, nacido en la sierra de La Libertad, cuya infancia sufrida de vendedor ambulante para apoyar la escasa economía de su hogar fue recompensada con tal ostentación. "Pobre mi Mestizo", se decía Emérita una y otra vez para sus adentros con un suspirito que acompañaba a su lamentación. Sentía mucha aflicción y empatía por El Mestizo: de haber sido presidente del Perú y profesor de una de las más prestigiosas y respetadas universidades del mundo, a ser buscado internacionalmente, ofreciendo una recompensa a quien sepa y dé con su desconocido paradero.

"Pero la esposa le sabe algo al Luis Ángel Miller", se dijo con mucha seguridad, sin carecer de la certeza que tenía de su argumento que le servía como defensa para El Prófugo, refiriéndose al actual y recién prematuro Presidente de la República. La ex primera dama, esposa de El Mestizo, había amenazado al Presidente Miller con hablar de lo último que este había hecho. Emérita se preguntó si nuevamente había vendido al país, así como lo hizo cuando fue ministro en el gobierno de un respetadísimo mandatario, donde tuvo que huir como rata escondida en la parte trasera de un vehículo, luego de que un general de izquierda diera un Golpe de Estado al debilitado gobierno democrático de 19...

El reloj marcaba las nueve con treinta y ocho minutos; faltaba tan solo menos de media hora para que Alberto, su esposo, llegase de su trabajo. El señor de quien se hace mención trabajaba como carpintero en su propia casa. Sin embargo, había ciertos momentos donde, por el gran desempeño en lo que hacía, le requerían en otros lugares; oportunidad que no desaprovechaba.

Apenada no por su esposo, sino por El Mestizo, Emérita se puso de pie y, dirigiéndose a la cocina a prender las hornillas y calentar la comida para cuando su esposo llegase, escuchó cuchicheos en la puerta que daba hacia fuera; o, para ser más precisos, en la puerta que daba a la salida de la chacra. Como toda persona extrañada, sintió la innata curiosidad humana y, evidentemente, algún sentimiento asemejado al temor tácitamente hablando. Que hayan personas conversando, y que aquellas conversaciones se hayan asemejado a murmuraciones con un tono que parecía desear dejar su existencia, cerca de la puerta y, además, a tan elevadas horas de la noche, le pareció abrumadoramente extraño, pues bien ella recuerda, era la primera vez que sucedía lo que presenciaba.

Voces del rencorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora