Capítulo 2

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Maldiciendo por lo bajo, Ubbe sostuvo la cabeza de Erika mientras ella caía. La sacó de la silla y la agarró en los brazos. Estaba claro que estaba exhausta y probablemente hambrienta, como lo indicaba su delgadez.

— La pondré en mi cuarto— dijo mientras se dirigía al pasillo.

— Iré con Ivar a buscar el coche— dijo Hvitserk. A pesar de que Ivar era lisiado no lo trataban como uno y aunque quisiera hacerlo Ivar no los dejaba.

Ubbe puso a Erika en la cama y la cubrió con la colcha. Gimió suavemente, y una expresión de dolor cruzó su rostro, pero no abrió los ojos.

Sintió una punzada en la sien y rechinó los dientes. Estaba huyendo de algo, o de alguien. Estaba tan asustada como un potro recién nacido y en sus ojos había tantos secretos, que en algunos momentos era difícil distinguir el color. La contusión de las costillas lo molestaba. Podía ser de alguna caída, pero lo dudaba. No parecía reciente. Tomó entre sus dedos un mechón de cabello, notando la desigualdad de color. Apostaría que era morena. Del mismo color que el vello entre sus piernas.

Con una ternura que no exhibía desde hace mucho tiempo, arregló la colcha en torno a su cuello y caminó callado hacía la puerta. Se sentó en unos de los sillones de la sala para esperar a Ivar y Hvitserk. Ellos llegaron después de media hora conduciendo el Jepp negro que habían llevado desde un principio.

-¿Qué encontraron?

-Nada- contestó Hvitserk.

Ubbe alzó una ceja. Entonces el ángel había mentido. ¿No estaba pensando claramente y honestamente pensaba que no la iban a descubrir?

— ¿Cómo está?— preguntó Ivar

— Durmiendo- contestó Ubbe— Necesita comer.

Hvitserk parecía preocupado. Un sentimiento que Ubbe comprendía. Que ellos hubieran encontrado a su mujer, era nada menos que sorprendente, pero parecía que traía problemas; Ivar pareció incómodo

—Nunca pensé que la encontraríamos. Y ahora que la tenemos, todo lo que puedo pensar es: ¿Y si no quiere quedarse? Yo también lo sentí. Floki dijo que siempre lo sabríamos, pero hasta ahora, creí que era una exageración.

— Lo sé— citó en tono bajo Hvitserk— Yo también lo sentí.

— Tiene problemas— habló Ubbe— Tiene una contusión del tamaño de mi mano en las costillas, y no me gusta imaginar cómo sucedió. Y no es pelirroja natural; hizo un pobre trabajo para parecer que sí. Una señal de que tenía brisa.

—¿Crees qué alguien la sigue?— cuestionó Hvitserk, con el rostro ensombrecido.

Ivar cerró los puños y tensó la mandíbula— ¿Quién querría lastimar a una cosa tan pequeña?

— No sé, pero una cosa es cierta. No podemos dejarla ir, no importa lo que tengamos que hacer— dijo Ubbe duramente.

— ¿Quién va a abordarla primero?— preguntó Ivar.

Ubbe se puso pensativo

— Iré yo— dijo finalmente— Es como tiene que ser. Es mi responsabilidad; ustedes me ayudarán a hacerla sentirse lo más cómoda posible. Vamos a tener que ir despacio o temo que pueda enloquecer.

—Ve con calma, Ubbe

—¿Qué quieres decir con eso?— preguntò Ubbe mirando al mediano

Hvitserk no retrocedió— Sabes exactamente qué quiero decir. Tú domas, está en tu naturaleza. Vas a tener que limitarte con ella. No creo que vaya a confiar si se siente amenazada.

Las palabras irritaron a Ubbe, pero sabía que Hvitserk tenía razón. Era autoritario, tanto en su vida personal como en la profesional. Para él, Erika ya era suya, no importaba si lo aceptaba o no.

— Lo recordaré— dijo secamente, sacándole una sonrisa burlona a Hvitserk— Ahora que hemos acabado, voy a verla. ¿Por qué no preparan la cena?

Ubbe se encaminó a su cuarto, para ver a Erika durmiendo tan plácidamente. Después de quitarse las botas, levantó la sábana y se acomodó a su lado. Sorprendiéndolo, ella emitió un suspiro y se acurrucó contra él.

Los senos de Erika se frotaron eróticamente contra su pecho, y su masculinidad creció contra los muslos. Cuando se movió contra él su camisa se subió sobre las caderas, exponiendo su trasero. Incapaz de contenerse, levantó su mano para acariciar sus caderas y junto a las caricias alzar su camisa hasta la cintura.

Los rizos oscuros lo atrajeron, bajo su mano acariciando su cuerpo hasta llegar a su monte venus, le separó los labios vaginales y resbaló el pulgar hacia abajo, sobre su botón. El dedo corazón bajó más, tocando su entrada, mientras que su pulgar seguía acariciándola.

Ella gimió, cuando la penetró con un dedo y comenzó un leve movimiento circular. Estaba caliente y mojada; él estaba listo para estallar solo con tocarla. Continuó su masaje, respiró apresuradamente, Erika se movió contra su mano. Sumergió su dedo en ella, cerrando los ojos imaginando que era su pene; escuchando los suspiros y jadeos leves de Erika, inclinó la cabeza y movió sus labios por su cuello, hasta llegar a un tensó pezón. Cuando lo tocó Erika gimió sonoramente; movió su pulgar más rápido, mientras chupaba su seno, Erika se apretó contra su mano, cerrando sus piernas en torno a ella, a medida que alcanzaba su orgasmo. Ubbe captó su gritó de placer con la boca, mientras la besaba lentamente retiró la mano de su centro, él podía sentir su esencia en su mano y quiso saborearlo. Estaba dolido por enterrar su eje entre sus piernas y así poder amarla como nunca.

Después de una leve sesión de besos, los ojos de Erika se abrieron somnolientos, los labios hinchados de sus besos.

— Dime que no estoy soñando— susurró ella.

— No estás soñando— dijo Ubbe con voz ronca.

Con los ojos amplios, ella dejó salir un grito de sorpresa. Se alejó de él, cubriéndose con la sábana.

— ¿Qué demonios está pasando?— exigió ella, con la voz aún rasposa por la pasión. Miró a Ubbe con confusión en sus ojos y su lucha entre el placer que sentía y su instinto natural.

—Te di un orgasmo— dijo él simplemente.

— Yo... tú...— tartamudeo Erika.

Ubbe pasó su mano por la nuca y la acercó.

— Por si te lo preguntas— le dió un beso largo y duro, beso que Erika siguió poniendo sus manos en el pecho de Ubbe; separándose levemente y hablando sobre sus labios dijo— planeo volver hacerlo— Ella lo empujó

— Pero...— Erika estaba en dilema, trataba de pensar razonablemente, pero teniendo a Ubbe y su olor cerca era imposible.

— Me deseas—citó él con certeza— Y yo te deseo más de lo que desee a alguna otra mujer, y voy a cuidarte.

Erika lo miró fijamente, en shock. Su corazón se aceleró aquella declaración le llegó directo a su corazón. No solo había experimentado el mayor -y único- orgasmo de su vida, si no que tenía a un hombre apuesto y varonil diciendo que estaba dispuesto a cuidarla como ella siempre deseó alguna vez en su vida. Pero no podía creerle, para empezar su corazón la había puesto en esa situación por su deseo por ser amada y apreciada. Con el simple pensamiento de lo estúpida que fue la hace vomitar.

—¿Quién te hirió, cariño? ¿Quién metió el miedo en tus ojos?

La mujer de los RagnarssonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora