Capítulo 15

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Ubbe espió dentro del cuarto y observó a Erika durmiendo profundamente, sonrió. Parecía un gatito con los brazos enredados alrededor de la almohada. Era sorprendente que en tan poco tiempo ya no pudiera imaginar la vida sin ella.

Siempre supo por su propia educación que una situación así podía funcionar y funcionar bien para todas las partes involucradas, pero verlo y experimentarlo de primera mano lo confirmaba.

Y hablando de ello, debía telefonear a sus padres. Estarían interesados en saber sobre Erika, y ni él ni Hvitserk o Ivar habían conversado con ellos desde hacía más de un mes.

Silenciosamente, se retiró del cuarto y se encaminó hacia la sala de estar. Hvitserk levantó los ojos del ordenador.

— ¿Continúa durmiendo?

Ubbe asintió.

— Creo que la dejamos exhausta.

Hvitserk sonrió y Ubbe se maravilló ante lo satisfecho y contento que se veía su hermano.

— ¿Has visto a Ivar? Pensé que deberíamos telefonear a mamá y contarle sobre Erika.

La preocupación relampagueó en los ojos de Hvitserk.

— Salió al granero. Creo que hoy sufre mucho, aunque él no lo admitiría, se puso bastante grosero conmigo cuando le pregunté.

Ubbe blasfemó. Ivar había mejorado tanto últimamente; la oscuridad en sus ojos casi se había desvanecido y él sabía que Erika tenía mucho que ver con ello, pero además, Ivar había mejorado físicamente desde su retorno de Kattegat. Estaba lejos de ser el herido cascarón de hombre que Ubbe y Hvitserk habían recogido en el Hospital de la cuidad hace un año, aunque ocasionalmente, sus piernas todavía le daban problemas.

Ubbe se volvió y caminó a pasos largos desde la sala de estar hacia la puerta de atrás. Sin molestarse en coger el abrigo, cruzó la pequeña distancia entre la cabaña y el granero. Entró y vio a Ivar sentado en una bala de heno. Al acercarse, pudo percibir el rostro de Ivar contraído de dolor. El sudor perlaba su frente y estaba pálido.

Ivar estaba inclinado, masajeando el área de encima de su rodilla. Cuando Ubbe estaba a un metro de distancia, levantó la vista y lo vio; los ojos azules de Ivar eran de un color intenso, señal del dolor que tenía. Dejó caer las manos y se levantó. Gimió cuando la pierna se le agarrotó. Ubbe se acercó y sostuvo a su hermano contra su cuerpo, para impedirle caer.

— Estoy bien— masculló Ivar.

— No, no estás bien, maldita sea. Deja de intentar ocultarlo al resto de nosotros, por el amor de Dios.

— Olvídalo, Ubbe. Puedo lidiar con esto por mi cuenta.

— Podrías— aceptó Ubbe— Pero no seas estúpido, Hvitserk y yo estamos aquí para ayudarte. Y ahora también está Erika.

— No quiero que lo sepa— dijo ferozmente Ivar.

Ubbe parpadeó sorprendido.

— Siéntate aquí—dijo, empujando de vuelta a Ivar sobre el heno— ¿Ahora, cuál demonios es tu problema?

Ivar restregó distraídamente su pierna.

— ¿Hay alguna cosa que yo pueda hacer? ¿Quieres una píldora?

Ivar agitó la cabeza.

— No quiero más la porquería de píldoras. Es sólo una mala mañana, no sé por qué duele. Simplemente, duele.

— Tal vez debiéramos llevarte de vuelta al médico y permitir que te examine de nuevo.

— No hay nada que él pueda hacer.

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⏰ Última actualización: Jul 23, 2023 ⏰

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La mujer de los RagnarssonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora