6. Invierno Y Fuego

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"Si no hay admiración, no existe y él odia ser invisible".

...

Ando hasta el comedor. Al fin veo a la chef, de quién habló Camila ayer. La mujer debe cruzar ya los cuarenta años. Usa un traje blanco, típico de quien cocina en lugares de prestigios. Se gira hacia mí, da un parpadeo curioso.

—¿Aryanna Viscardi?

—Hola, sí, soy yo, la nueva —confirmo su duda.

Asiente ligera, dibujando una sonrisa afable.

—Un placer, bienvenida. Ayer no te vi.

—Sí, se me asignó otra parte de la casa. Me dice Génesis que debo llevarle el desayuno a Silvain...

—Ya lo estoy terminando, ayúdame a ponerlo todo en la bandeja. —emite y lo hago.

Arándanos, fresas y chocolate; waffles con miel, hay filetes con huevos, zumo de naranja y café. Es mucha comida. Y todo se ve apetecible con demasía. Me ha dicho la ama de llaves que Silvain come en la terraza, por eso no pregunto hacia donde dirigirme cuando ya sostengo la pesada bandeja. Después del recorrido, estoy a pocos pasos de salir a la terraza y ver a mi jefe. Me siento apresada por la corriente de inseguridad que no deja de fluir en mi torrente sanguíneo. Aún así, atravieso el trayecto que falta. El aire golpetea mi rostro, hace volar varias briznas de mi pelo castaño, a esa altura vuelvo a quedar cautivada por el panorama que se expresa con naturalidad, y deja de serlo cuando su voz suena, entonces giro la cabeza direccionando mis ojos hacia él.

Terriblemente perfecto, lleva una camisa remangada hasta los codos. Sentado en la silla, con el imán de sus azulados en un impacto sobre mis orbes grisáceos, me veo desalmada y estúpida en mi lugar. Es como si mis pies se han trabado al suelo, con suerte escapo de la pausa y en cuestión ya dejo el desayuno en la mesa. Me encuentro cerca de él, al alcance de aquel anclaje avasallante, pero siquiera ha dicho una palabra.

—Buenos días —saludo, enderezo mi espalda, parezco tranquila, pero esa fachada imperturbable no es certera.

Me responde, sin embargo ha surgido la correspondencia de manera forzada, con la evidente connotación a secas en la voz. Es de esperarse, me retiro dos o tres pasos atrás. Descruzo los brazos, y los cruzo de nuevo, inquieta. Sé que debo aguardar hasta que acabe de comer, y yo que pensé que sería pan comido. Prefiero hacer las tareas de ayer, a esto. Entre cierro los ojos, el sol me da de frente, es algo molesto, trato de huir de su luz que provoca un ligero lagrimear de mis ojos, pero no hay sombra aquí. Él, parece cómodo y paciente a la hora de comer. Cuando no me ve, lo estudio, su forma de engullir es como la de un robot, sin errores, le hallo en excesos de remilgos, con la servilleta de tela doblada a la medida, se limpia la comisura. Le encanta comer a la intemperie, al aire libre, cosa que es agradable hasta cierto punto. No para mí, que ni engullo, y estoy de pies y batallando con la crueldad de aquel astro.

—Acércate —dice de súbito, mis extremidades ante lo inesperado tardan en responder.

Estoy ante él, como ha pedido, ahora espero su demanda. Soy un llavero de nervios, y cuando sus ojos, hélice que atraviesa hasta varias capas de mi piel, se quedan varados en los míos, ya siento de nuevo el ardor de la cortada. ¿Qué tiene ese hombre causando tanto arrobamiento en mi sistema? Es difícil, aún así recobro el valor casi extinto.

—¿Qué desea, señor? —me aventuro a preguntar.

—Jefe —me corrige, levantando las cejas. Lo engreído se le sale hasta por los poros —. Dime, ¿a qué sabe esto? —prosigue untando una fresa en el chocolate y me la ofrece.

El JEFE NARCISISTA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora