Greta Bobrova.
Mi odisea estuvo llena de peligros, aventuras, misterios que me rodearon por aquellos cinco años.
A mis diez años tuve que despedirme de mi aldea y empezar a independizarme. En este mundo me había tocado madurar antes de tiempo.
Había perdido mi infancia, lo cual era algo que nunca podría recuperar. Pero lo que más me dolía de toda esta situación era haber perdido a mi aldea, ya que debería empezar nuevamente todo.
Yo no quería cambiar. Conocía lo difícil que sería la vida para mí; una mujer, huérfana y con una apariencia que solo incrementaría la atención que las personas ejercían sobre mí.
Yo no aspiraba a ser doctora, no quería ser maestra, mucha menos jueza o algo por el estilo. Desde mis diez años mi único deseo era volver a ver mi aldea, ver las flores doradas que se agrupaban en la entrada.
Las personas del reino Daluk aplastaron los sueños que tenía aquella niña, convirtiéndome en alguien de lo más pesimista y desconfiada.
Algún lugar del reino Daluk.No tenía conocimiento del tiempo o las cosas que sucedían a mi alrededor. Toda mi vida se había convertido en un vaivén de emociones.
Mi lucha por sobrevivir en el mundo cruel era constante, intentaba escapar con todas mis fuerzas del reino que tanto odiaba, Daluk. A pesar de que no era del todo cierto, veía a todas las personas de este reino como una raza miserable.
En dónde había personas malas, también había gente buena. De dónde había malas experiencias, se podía sacar aprendizajes.
Era joven e inexperta, incapaz de aprender de ello. En mi mente solo cabía esa frase: "Ellos destruyeron todo". Aunque ciertamente no era la única sobreviviente al genocidio en mi aldea, sentía la intensa tristeza por separarme de cada uno de mis compañeros.
Mi alma era inocente, y eso era algo que verdaderamente no disfrutaba. Si hubiera sabido algunas cosas a mis diez años, mi vida hubiera sido muchísimo más fácil.
—¿Qué haces aquí de nuevo? —frunció el ceño—. Te dije que no podías pelear. Primeramente, este negocio es exclusivamente para hombres, ¿Qué haría una niña de diez años?
—Dame una oportunidad —imploré—. Necesito ganar dinero. Este negocio de pelear para ganar dinero es lo más justo que veo.
—Greta, ¿Si te doy comida te vas? Más que nada lo hago para protegerte.
—Yo no necesito que nadie me proteja —me encogí de hombros— En estos meses he vivido yo sola, sin necesitar la ayuda de nadie, pues ahora mucho menos. Más que conseguir dinero quiero aprender a pelear, porque sé que es algo que me serviría.
Las personas solían subestimarme. Obviamente, yo no tenía nada de fuerza física en ese entonces, pero tenía las capacidades, la decisión de poder crear un mejor futuro para mí.
Y por más extraño que sonara, sabía que si podía defenderme como mujer toda mi vida sería más fácil. Ya que, las cosas nunca estuvieron a mi favor.
Desde mi infancia fui obligada a sufrir, a aprender a valerme por mi misma. Incluso por momentos llegué a pensar que aquel genocidio fue culpa mía, porque si tan solo hubiera sido tan fuerte como mi mamá todo hubiera sido sencillo.
Eso era lo que quería; tranquilidad. Sin embargo, ya no podía hacer nada. La vida me había obligado a tener que luchar día a día, sin pensar en lo que pasaría mañana.
Recordaba con alegría aquellos fines de semana. Pasar la tarde con mis padres, jugar tranquilamente con mis amigos. Todo eso era de lo más habitual en ese momento, ¿Y ahora qué? Extrañaba todas esas sensaciones, dándome cuenta de que la felicidad estaba en esas pequeñas cosas.
A papá le gustaba cantar. Mamá y yo éramos sus mayores fanáticas, sus grandes oyentes, que aunque nuestros tímpanos estuvieran rotos... Éramos felices. Nuestra familia no era perfecta, ninguno de nosotros era el más inteligente o hermoso, pero estábamos bien.
Quería volver a estar bien, a pesar de no estar llena de perfección... El solo recordar la sonora risa de mi madre era lo que me daba la fuerza para levantarme incluso después del genocidio.
Donde sea que ella esté, estaría feliz de decir que era mi madre, y era algo de lo que yo me encargaría.
—Eres bastante independiente para tu edad —me sonrió— Te tengo una propuesta, jovencita. Te dejaré venir aquí, pero tienes que derrotarme en una batalla.
—Pan comido —me posé en defensiva, le hice señas de que se acercara más a mí.
El hombre con una expresión asustada dijo—: La muerte te tiene miedo a ti. ¿Debería contenerme?
—Dame todo lo que tienes. No me subestimes, porque aunque pierda seguiré luchando hasta salir victoriosa.
Suplicaba no ganar a la primera. Yo no estaba asustada de sí me dolería, no me interesaba sí pensaban que era débil. Todo lo hacía por el mero hecho de sentir la adrenalina, quería aprender a defender, y sabía el gran camino que conllevaba eso.
El hombre pateó mi cuerpo, haciéndome caer al suelo sin darme oportunidad para defenderme. Aun así, yo no me rendiría tan fácil. Si para mí fuera tan sencillo aprender, ¡Me aburriría demasiado! Por eso prefería perder, pero sabiendo que llevaría una enseñanza de ello.
Limpié el rastro de sangre de mi cara. Le regalé una sonrisa ladina— Es divertido pelear contigo. ¿Qué sigue?
Aprendiendo de mis errores podía lograr algo mucho mejor. No era buena desde un principio, pero manteniendo mi dedicación pude llegar a ser fuerte, a disfrutar mis logros de manera plena.
No era fácil aprender a aceptar mis errores, más siendo alguien pesimista como siempre fui. Sin embargo, en este mundo de peleas dónde me había sumergido estaba destinada a ser derrotada una y otra vez.
Esa era la Greta Bobrova que mi madre quería que fuera. Una chica que a pesar de no tener muchas oportunidades, pueda luchar por sí misma.
Mi felicidad era inexistente. No obstante, toda la adrenalina que me invadía al meterme en una pelea nueva era todo lo que necesitaba. Podría ser una mentalidad pobre, pero gracias a las circunstancias era lo más preciado que tenía.
Desde mis diez años me propuse a no confiar en nadie. Sentía el intenso temor de que alguien volviera a hacerle daño a las personas que amaba, por eso me distancié de todo el mundo.
Me enfoqué en crear una barrera para los demás. Para que nadie me hiciera daño tenía que bloquear a todo el mundo de mi vida, porque cuando una persona tiene acceso a tu corazón duele más su perdida.
Desde pequeña había visto lo que era el sufrimiento inmerecido, algo que mi propia familia tuvo que experimentar.
Desde siempre mi único deseo había sido volver con ellos, volver a verlos otra vez... Pero todo era una perdida de tiempo, imaginarlos solo hacía que mi pecho doliera.
—Mejoraras con el tiempo. Con tu perseverancia, serás una gran persona, Greta.
Yo sería una buena persona, haría sentir orgullosos a mis padres.
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El regreso del príncipe
AdventureEl príncipe Luca Fisher nunca había cumplido los estándares que se tenían para un monarca. Jamás había tenido el carisma para conquistar a multitudes, labia al hablar o la inteligencia para ser un buen líder, como lo eran sus padres. El futuro de to...