Capítulo 8|Problema

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MIÉRCOLES 18 DE NOVIEMBRE, EN GLUMY...

Faltaban algunos días para esa gigantesca luna que cubriría cielos en muchos lugares, pero más en el hemisferio norte del mundo.

Mucha gente; en ellos la mayoría adultos jóvenes, comenzaron a tomar el tren que pasaba muy cerca de aquel pueblo muerto llamado Glumy.

Vestidos con ropas negras por completo, bien peinados y elegantes. Todos ellos con mascarillas hechas de telas magenta que ataban por la nuca y les cubría parte del rostro; sus ojos eran los únicos que se miraban y eso era un procedimiento para que ninguno conociera el rostro del otro.

Caminaron en silencio, como si el viento los arrastrara hasta el centro del pueblo abandonado donde el sigilo en el suelo se contenía. Todos formaron un círculo; se arrodillaron y besaron la tierra contaminada, luego se tomaron de las manos demostrando su hermandad.

Las mujeres fueron las primeras en comenzar con sus alabanzas. Los cantos con sus voces eran delicados y lentos; era melancolía pura, deseo y mucha tristeza en momentos. Pocos segundos después los hombres se unieron y el canto tomó un tono tétrico que erizaba la piel. Los búhos y lechuzas se unieron en ululatos despiadados, el clima cambió hasta que el frío calaba en sus huesos y la tierra comenzó a levantarse al aire un par de centímetros sobre el suelo.

Una de las mujeres, la más adulta de todas, abandonó los cánticos y soltó sus manos de quien la sostenía para levantarse y hablar.

—Es momento de obedecer a Moun —dijo.

Luego de un par de minutos todos se silenciaron, se levantaron y de los bolsillos en sus pantalones sacaron algo: una fotografía. Todos tenían la misma foto con el mismo rostro de aquella joven.

—Esta es la persona que necesitamos. Carlingford en Irlanda.

—¿Cómo sabemos si es ella? —averiguo alguien del círculo.

—Ella sola se expondrá. Y que nada nos detenga.







AL MISMO TIEMPO, EN IRLANDA...

La chica estaba a punto de salir del trabajo. Recogió las seis tazas en los escritorios y como pudo comenzó a llevarlas al lavabo, sin embargo en su camino una cayó al suelo haciendo estruendo y regándose en varias partes.

—¡Cielos! —exclamó.

Dejó las demás en un lado y se agachó para recoger aquellos restos. En su intento por tomar todas en la mano, uno de esos pedazos le hizo una gran herida en la palma de su mano; era una raya enorme que dejó salir mucha sangre por lo abierta que estaba.

Ella se desesperó para poner su mano bajo el grifo de agua, porque en realidad le tenía terror a la sangre. Y una vez que el líquido carmesí dejó de salir buscó algo con lo cual ocultar su herida, por suerte encontró una benda en el botiquín y cubrió toda su mano con ella.

Terminó su labor y tomó sus cosas para salir e ir a casa.

En el trayecto vio por el rabillo del ojo algo que se movía en la oscuridad, sentía esa sensación de ser acechada y cada vez aumentaba el ritmo de su caminata. Al doblar en una calle, el gran cuerpo de Maxim hizo que el impacto fuese duro y ella rebotara. De no ser porque él la sujetó del brazo ella se hubiese ido al suelo.

—¿Quién eres tú? ¡Sueltame! —ella se arrebató y él la dejó libre al instante.

—¡Lo siento! Perdón, no fue mi intención asustarla, señorita —contestó ocultando sus manos tras la espalda—. Soy Maxim.

Moun [Oscuros #3] [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora