Capitulo 7 Durante el atardecer

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El sol cruzaba lentamente el umbral del horizonte, oscureciendo con mesura los colores azules del cielo a una tonalidad compuesta entre lo anaranjado, rojizo y morado que traslucía a través de las pocas nubes que se desvanecían en la atmósfera. De forma endeble, pero a su vez intensa, las diminutas líneas de luz del ocaso brillaban contra los escombros putrefactos de Wartwood, atravesando los restos de concreto, madera y cristal, iluminando los vestigios del pueblo como un respetó solemne a quienes alguna vez lo habitaron.

En las afueras de la villa derruida, dos figuras se adentraban en la espesura del bosque, siguiendo un camino ominoso rodeado por arbustos y arboles de gran tamaño, donde el tenue eco de sus pasos y los sonidos ocasionales de la cruda naturaleza, predominaban en una harmonía estridente.

—Ya casi llegamos —uniéndose a los chasquidos de las hojas secas siendo aplastadas entre pisadas lentas pero constantes, la voz de Sprig se hizo presente igual que un pequeño susurro que se perdía en la sinfonía natural del ecosistema—La lluvia de la semana pasada parece haber arruinado parte del camino... —comentó, observando de forma contemplativa como parte del sendero parecía volverse indistinguible entre el lodo y la vegetación agónica a sus alrededores—Es una suerte que me lo sepa de memoria no crees? —se volteo con una media sonrisa hacia su compañera, esperando encontrar una expresión tranquilizadora en el rostro de la adolescente de cabellos castaños, sin embargo, únicamente fue recibido por la misma mirada fantasmal que había visto durante todo el recorrido hasta este momento, la misma imagen carente de expresiones que nació hace tan solo una hora en aquella casa derrumbada.

Desde el momento en el que se alejaron de Felicia's Tea Shoppe, Anne Boonchuy se había mantenido en absoluto silencio, ignorando cualquier intento de conversación por parte de la joven rana como si esta no existiera ante sus ojos. La mirada de la adolescente únicamente permanecía fija en sus pies, apoyada en Sprig como un peso muerto que se movía en piloto automático, guiada por una muleta viviente hacia algún lugar desconocido que en estos momentos no parecía importarle.

—De cualquier forma... —suspiro—No te preocupes ¡Sé por dónde vamos! —su sonrisa no flaqueo, a pesar de todo, la rana de color rosado seguía haciendo todo lo posible por alejar el ambiente depresivo que los embargaba, conocía a Anne por tan solo unos días, mas algo en él no podía soportar verla tan desanimada... de alguna forma sentía que aquello era su culpa. No sabía con exactitud que había visto en la casa de Felicia...

"Y-yo... yo... A-amigo yo... Lo siento... "

Pero... conocía de primera mano los misterios perceptibles he imperceptibles de su mundo, como para hacerse una idea de que fue realmente... y ese era el principal motivo por el que no se dirigían a la granja en primer lugar, esa era la razón por la que estaban recorriendo este bosque en pleno auge del anochecer, aun a sabiendas de lo que eso significaba; tenía que mostrarle algo a Anne, tenía que hablar con ella... era muy consciente de que la humana no estaba en las mejores condiciones, la situación no podía ser si no la peor realmente... pero ya había pospuesto y evitado esta conversación por demasiado tiempo... se lo debía, ella había sido muy paciente respetando su silencio sin queja alguna, era lo menos que podía hacer para evitar que algo así volviese a suceder... no... era algo que debió haber hecho desde un principio.

—Espero estar haciendo lo correcto... —pensó mientras sus ojos regresaban hacia la profundidad del bosque, contemplando como las copas de los árboles cubrían las luces del atardecer a medida que se acercaban a su destino.

El tiempo pareció transcurrir con velocidad, y luego de aproximadamente diez minutos de una caminata silenciosa, los pasos de Sprig así como los de Anne se detuvieron. Frente a ellos, a través de un umbral de enredaderas, la imagen de un prado pantanoso se alzaba como un paisaje lúgubre que enmudecería el alma de cualquiera cuyos ojos lo contemplase fijamente. Era un inmenso campo abierto, donde un gran número de árboles y raíces muertas envueltas entre setas luminiscentes, se erguían de forma endeble y desigual en la tierra, rodeando los bordes del claro como un muro enmarañado de manos huesudas que rogaban misericordia a los dioses inexistentes en los cielos. El césped era muy largo y muy corto la vez, una sábana de malezas quebradizas, que abundaba en algunas áreas, mientras que en otras ni siquiera se molestaba en crecer, mostrando tierra lodosa o simplemente húmeda, donde charcos y pequeños riachuelos de agua estancada se formaban, brillando ante las luces ya oscurecidas del atardecer o al de algunas luciérnagas que apenas y se podían ver en el aire. En el centro de todo el prado, donde la mayor cantidad de hierbas y malezas crecían entrelazadas, alrededor de ochenta y cinco pilas de rocas se esparcían por la tierra; estaban colocadas de forma separadas una de otras, a manera de un círculo minuciosamente ordenado que terminaba en un espiral hipnótico adornado con un número considerable de flores de diferentes tipos y colores.

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