1

1.1K 130 61
                                    


Chuya.

Solté una risa ante lo que me encontraba apreciando, divertido ante el espectáculo que brindaban mis amigos payasos, haciendo expresiones extrañas y soltando chistes que tan solo unos jóvenes de dieciocho años como nosotros podrían pensar que eran realmente graciosos.

Éramos unos inmaduros, todos nuestros padres lo habían dejado en claro y se esforzaban en repetirnos aquello de forma constante, como si dejásemos de lado nuestras obligaciones, las cuales no hacíamos, todos ayudábamos a nuestros padres y trabajábamos, era nuestra necesidad y obligación.

Todos lo entendíamos, y lo aceptábamos, obedecíamos y complacíamos cada orden de nuestros padres, así debía ser.

Me ajuste mejor el kimono, preparándome para nuevamente retomar mi trabajo, la plantación de arroz era un buen negocio, lo suficiente como para no morir de hambre y sobrevivir, y eso era lo que importaba.

Mi padre era un medico, sin embargo, había insistido por mi cuenta a buscar trabajo y ayudarlo, después de todo, ser un medico de guerra podía llevar a un hombre a envejecer con anticipación, y eso era lo que sucedía, mi padre estaba cansado y lo sabía con solo ver su expresión.

Así que había aceptado ayudar en la plantación de la familia de un amigo, el trabajo era pesado y agotador, sin embargo, no me quejaba.

No había espacio para quejas en los inicios del periodo Edo.

Por ende, viajaba desde mi casa en el pueblo, hacia las plantaciones todos los días, no era un trayecto demasiado largo, pero si lo suficiente como para tardarme un poco y poner a prueba mi estado físico durante los veranos abrazadores.

- Volvamos al trabajo – nos decía el padre de mi amigo, un hombre serio y frio

- Si, señor – respondimos de inmediato

En silencio cada uno retomó sus respectivas tareas, no me quejaba realmente, me repetía que no debía quejarme, que lo hacía por mi familia, sin embargo, una parte de mi, una parte que cada día tomaba una mayor fuerza, me decía que había un mundo mas allá de mi pueblo, y que debía ir a averiguarlo por mi mismo.

Pero, por el momento, decidía simplemente callar esos pensamientos.

Y seguir trabajando.

- Apuesto que fue un mercenario – dijo un compañero mientras observaba al padre de mi amigo, todos soltamos risas mientras seguíamos con nuestras actividades, yo trabajaba la tierra

- Deja a mi padre en paz – comentó mi amigo, riendo de igual forma

- Solo piénsalo – retomó el otro – además, debe haber una razón de que ni siquiera tu quieras decirnos – yo guardaba silencio mientras los escuchaba

- Solamente él me pidió no comentarlo – respondió este

- Eso solo confirma mi teoría

- Tal vez es un criminal de guerra – dije, sin tomarle real importancia al asunto

- Tal vez – respondió mi amigo

- Mi padre no es nada de eso – recalcó el otro

- Podrías darnos una pista – propuso uno

- Claro que no lo haré – respondió – dejen el tema y trabajemos – todos reímos

- Siempre es la misma respuesta – termino por decir otro

Entonces el tema terminó, y continuamos hablando sobre otras cosas, como la posibilidad de que nuestro amigo y el hijo del dueño de esa plantación, terminase por contraer matrimonio con una chica adinerada dentro de poco tiempo, él no tenía nada que decir al respecto, los matrimonios se llevaban a cabo de esa forma y el amor poco importaba.

EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora