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KYLIE O'BRIEN

Los minutos antes de la muerte son los más sagrados del mundo, donde ves tu vida pasar y los sentimientos se encuentran formando un mar de emociones y sensaciones.

Un auto a gran velocidad se desplazaba por la carretera a un impacto seguro contra una pequeña familia que intentaba cruzar la calle, una madre y sus dos hijas, tres almas inocentes.

Era mi decisión hacer algo, si quisiera moverme de las bancas de la parada del autobús y dirigirme hacia ellas. El mundo no merecía ayuda, tampoco las personas, pero los bebés; los bebés no tenían porque sufrir de la maldad de los humanos.

Me levanté de mi cómodo asiento y chasquee los dedos. Un viento se hizo presente al momento en que todo dejó de continuar, cuando las manecillas del reloj se detuvieron y el movimiento de los árboles se hizo nulo.

—Celeste Hume —mencioné al verla sonriente en su carreola.

La tomé entre mis brazos y acomodé sus pequeños mechones de cabello, era una bebé hermosa, ojos azules cual mar y cabellos dorados como el oro.

—Veamos quien es el hijo de...cúbrete los oídos —dije y ella llevó sus manos a sus oídos—, el hijo de puta que conducía como bestia.

Me adentre en el auto colocándome sobre su regazo. Mis ojos se abrieron a tope al ver aquellos ojos azules, claros y hermosos, me recordaban al punto en donde las estrellas brillaban débilmente, sin embargo, la luz provocaba que los colores se matizaran en un espectáculo azul grisaseo. Mi corazón empezó a latir fuerte y mi estómago a resolverse.

Era demasiado guapo.

Sus mechones castaños se ondulaban a la perfección, sus cejas pobladas pero definidas le daban un toque coqueto, tenía sus facciones muy marcadas, labios rosas y sobre todo olía delicioso.

¡Deja de verlo!

—Zack Allen, dieciocho años, 1.80m, sin licencia de conducir y un completo idiota —sonreí burlonamente—. Tienes suerte de que haya tenido compasión, si no hubieras tenido un trágico final.

Llevé mi mano derecha a su mejilla y en sus ojos le dejé ver su futuro; él despertándo después del accidente, saliendo del auto estrellado en uno de los árboles del parque, aturdido, confundido y temeroso, viéndo a lo lejos la carreola vacía de la pequeña niña a la que le había quitado la vida, junto a su madre y su hermana, la policía llegando y arrestandolo, largos días encerrado hasta ser juzgado, para luego ser condenado a muchos años en prisión.

El sufrimiento de él y su familia, el sufrimiento del padre y esposo de sus víctimas, su demacrado cuerpo luego de meses y por último su suicidio en una celda oscura y apestosa.

Una lágrima salió de sus ojos, para luego rodar por su mejilla, hasta por fin desaparecer en sus labios. Tenía impotencia, se notaba confundido e impaciente.

—¿Quieres ver a la bebé a la que le ibas a quitar la vida? —el chico no respondió, sin embargo, sabía que escuchaba todo lo que le había dicho anteriormente.

Le quité la manta a la pequeña y esta lo miró directo a los ojos con una sonrisa tierna, rió un par de veces y llevó sus manos a su boca haciéndo sonidos con esta, mientras pataleaba emocionada.

—Bien, regresa a tu carreola, sé feliz y pórtate bien, yo me encargo de esto —la teletransporte de nuevo a su carreola y esta vez el chico y yo nos quedamos solos—. También ibas a robar la vida de Mía y Scarlett...Joder, eres tan guapo, pero tan imbécil, supongo que al final nada es perfecto.

Suspiré rendida y me acomodé mejor en sus piernas, en ese momento sentí que el corazón en cualquier momento se saldría de su lugar, ni siquiera me había percatado que estaba sentada en su regazo. Me sonroje al instante y bajé mi cabeza.

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