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ZACK ALLEN

Mi día empezaba corriendo por todo el campus como parte de un nuevo castigo por haber llegado tarde al entrenamiento otra vez. No había podido dormir bien, pues pensaba en aquella chica, aquella que me había hipnotizado y podía llegar a decir; literalmente.

Y como si mi mente la llamara, el cabello rojizo movido por el viento se apareció por los pasillos hasta dejarme ver a la chica, de la cual aún no sabía ni su nombre.

—¡Hey! ¡Hechicera! —grité llamándo su atención y corrí hacia ella antes de que se fuera—. Buenos días —le sonreí.

—¿Qué tienen de buenos? —dijo de mala gana.

—Ash, que amargada, ¿A dónde ibas? —la seguí una vez que quiso evitarme.

—¿Te poseyó el espíritu de una vieja metiche o qué? —dijo y caminó más rápido.

—Vieja metiche tu abuela, sólo quería ser amable.

—No me interesa tener que relacionarme contigo, déjame en paz.

—No —dije seguro.

—Te arrepentirás toda tu miserable vida —sostuvo fuertemente el borde del cuello de mi camisa y enterró las uñas de su mano dominante en mi brazo.

—Eres muy tierna, eso ni siquiera duele —sonreí al verla tan cerca de mi rostro y por primera vez había admirado sus lindos ojos brillantes y las pequeñas pecas en sus mejillas—. ¿Qué me miras tanto?

—Tienes un moco —dijo con asco y se fue.

¿¡Un moco!?

Me limpie la cara inmediatamente, deseando desaparecer de la tierra por la vergüenza, sin embargo, no tenía residuos de nada y en ese momento me di cuenta de que mentía, se había librado de mí de la forma más tonta posible.

Que idiota.

Con una risa tosca regrese a la cancha de entrenamiento, pues nuestro próximo partido sería pronto y estaba decidido a ganarlo, si o si.

[...]

La tarde era cálida y el sol estaba en todo su esplendor, sin embargo, no era para nada insoportable, el aire corría, el sonido de los aspersores se escuchaba de fondo, mientras la suave brisa golpeaba mi rostro y me sentía feliz, muy pocas veces el universo se ponía de acuerdo para que yo fuera feliz.

Caminé hacia el estacionamiento en la parte de adelante del instituto, los cuerpos iban y venían, pero mi mente sólo pensaba en una y de verdad quería verla.

—¡Adiós Kylie! —a mis espaldas un chico se despedia de lejos de la pelirroja.

—¿Adiós? —se notaba confundida, sin embargo no le tomó importancia, siguió su camino decidida y yo la seguí.

—Oye —me hice a su lado con una sonrisa.

—¿Ahora qué? —preguntó con un suspiro pesado.

—Ven conmigo —la tomé de la mano, pero ella soltó mi agarre enseguida.

—Déjame en paz —alargó, para luego caminar en sentido contrario.

—¿Por qué eres tan testaruda? —la tomé del brazo y la cargué en los míos.

Pataleo un par de veces, sin embargo, logré que entrara al auto y cerré la puerta una vez que yo entré.

—Abres la maldita puerta ahora o te aseguro que tu devilucho cuerpo va a sentir tanto dolor que querrás que se arranque los ojos y te mate por compasión —dijo muy molesta.

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