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Hacía y deshacía cada vez que su garganta ardía ante la potencia de un grito en una nueva discusión. Podía crear los días y romper las noches en cuestión de instantes. Pero no podía romper el agarre de su brazo alrededor de mi cintura cuando, entre la escalofriante e inconsistente templanza, compartíamos noches enteras.

Su mirada tenía el mismo fuego que sus padres habían usado para incendiar todo lo que hasta sus tres años de vida habían creado.

Cuando el recuerdo le azotaba el rostro con la misma fuerza que un cinturón sobre la piel de una joven y rebelde espalda, me tenía en silencio dejando que mis dedos dibujaran senderos en su cabello. Le dolía llorar, le ardían las lágrimas y los gritos que la ahogaban a tal punto que no podía evitar temblar.

Habría dibujado galaxias enteras en su cuero cabelludo con tal de que no se desplomara así otra vez.

A pesar de saber que ella no habría dejado nada por mi.

En la piel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora