Ginebra.

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Miss Catia había sido avisada de una nueva huérfana, la primera niña en dos largos años, muchos detalles no habían sido contados respecto a la criatura, pero Miss Catia no podía evitar sentirse más que emocionada.

Beck había cumplido los quince en diciembre, aquella mañana había estado tallando un trozo de madera que le regaló Paco luego de ayudar a los leñadores.

A Beck se lo podría haber descrito, en la mayoría de las veces, como inteligente, pero desinteresado, a excepción de ése día, que, apenas escuchó el chirrido de la puerta al abrirse, se recostó en las vigas descubiertas del techo para observar al invitado.

Eran dos hombres, larguiruchos y de rostro sonso, llevaban ropas verde oscuro y zapatos puntiagudos. Delante de ellos, había una figura de aspecto vulnerable.

Miss Catia sonrió y se acercó.

-Tú debes ser Ginebra- aseguró en un tono de voz meloso.

-Prefiero Gina- susurró una voz ronca, que parecía provenir de la niña, su cabeza estaba siendo tapada por una capucha azul, luego, por su espalda descendía la capa, con un tono más oscuro, hasta su cintura, debajo de ésta resaltaba un gran tutú de bailarina.

Beck observó atento las manos de la niña, estaban cubiertas con guantes de cuero marrón.

-De acuerdo- murmuró la señora- Puedes llamarme Miss Catia, yo me encargaré de tu cuidado, de ahora en adelante ¿Sí?- La caperuza azul tardó unos segundos en asentir.

Miss Bethanna apareció por la puerta, Beck se aferró a su viga por si las dudas.

-Bethanna por favor, llévese con usted a Gina- La joven aprendiz de Miss Catia se acercó a la caperuza y le tendió la mano, ella tardó unos segundos en reaccionar y luego se marcharon de la sala de estar.

Miss Catia desvaneció la gran sonrisa que llevaba en el rostro, y con ceño preocupado se giró a observar a los hombres de verde.

-¿Desean pasar? ¿Una taza de té?- inquirió ella, hospitalaria.

-Estamos bien- murmuró una voz gruesa- No tenemos mucho tiempo disponible.

-Fue encontrada en un circo, en las afueras de Sandra Ámbar, el sitio estaba destruido y ella estaba encerrada, hatada de pies a cabeza, observando la jaula de un tigre muerto- El hombre tomó aire- Odia la lluvia, cuando vea indicios de ésta, dele hiervas para dormir, no querrá pasar un mal rato.

-Nos retiramos.

-Si tiene algún problema, háganoslo saber.

Y sin más, antes de que Miss Catia pudiese soltar una sola palabra, se fueron.

Cuando Beck se aseguró de que nadie lo estaba observando, saltó de las vigas, esperó un calambre en los tobillos cuando aterrizó bruscamente, pero no llegó.

Se sacudió el polvo, del techo, de los hombros y la espalda, se dio la vuelta y se encontró con dos grandes ojos de diferente color, el derecho era avellana y el izquierdo era azul.

-Saltas realmente alto- susurró con su voz ronca, llevaba una galleta en una de sus manos enguantadas y una bolsa en la otra- Supongo que ya sabes cómo me llamo, pero dime Gina, es mejor.

Entonces se dio la vuelta y subió por las escaleras.

Beck la observó hasta que desapareció por la apertura del segundo piso, observó su trozo de madera y no pudo dejar de pensar en la historia de Gina durante varias horas.

Habían pasado dos semanas desde que la caperuza azul había llegado al Orfanato de Santa Celestina, y en ningún solo momento se había bajado la capucha de la cabeza.

Nadie la había obligado, simplemente se notaba que aquello no cuadraba. Miss Catia le había sugerido que se la bajase, pero ella se negaba con un simple y rotundo “No”.

Todos en el caserón sabían que Miss Catia podía llegar a ser muy persuasiva, pero tras la historia de la pequeña, y por encima que era la única niña que había llegado en años, Miss Catia solo deseaba consentirla y ganarse su cariño.

Beck había salido a pasear a los perros del caserón solo, para ganarse la paga de Enrico y Paco. Cuando comenzó a sudar decidió sentarse sobre una de las rocas delante del Lago Groff, soltó a los perros y dejó que éstos fuesen a refrescarse.

-Tienes el cabello bastante largo- murmuró una voz ronca.

Se dio la vuelta, sabiendo que aquella voz le pertenecía a la caperuza, y tenía razón, el cabello de Beck le llegaba hasta el final de la nuca. La niña llevaba entre sus manos enguantadas a un pez plateado, completamente tieso.

-Lo has atrapado, parece.

-No ha costado mucho- observó entre sus manos, alzó los ojos y el azul brilló- ¿Cuántos años tienes?

Beck carraspeó.

-Quince- se pasó una mano por la frente- ¿Y tú?

Gina se levantó del suelo y se acercó al lago, soltó al pez, ella lo observó, aunque claramente éste no se movió.

-¿Cuántos crees que tengo?- inquirió ella y se dio la vuelta.

Beck pudo notar que ya no llevaba el tutú de bailarina, ahora llevaba una bata blanca y estaba descalza, la capucha, por supuesto, puesta.

-Trece, no sé, ¿Cuántos?

Gina se encogió de hombros.

-No lo sé- sonrió- Y no saberlo me parece bien.

La Capa de Aquel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora