Capítulo Sexto

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¿Cuánto dura un año...?

Trescientos sesenta y cinco días dirán lo más iluminados, pero no se trata de eso. La pregunta es... ¿cuánto tarda en pasar un año? ¿Cuánto tiempo dura un mes, un día, una hora...? ¿Qué es el tiempo después de todo? Sabemos cómo es el color verde, pero... jamás sabremos si para otra persona el verde es el mismo color que nosotros conocemos, o si lo ve de la misma manera... Del mismo modo, ¿cómo podríamos asegurar que el tiempo que tarda en transcurrir una hora es igual para uno que para otro?

Relatividad.

SeungHyun no era muy propenso a la filosofía. Lo blanco era blanco, lo negro era negro, y lo gris debía decidir cual de los dos bandos escogería, y tenía que hacerlo rápido, de lo contrario lo desechaba y pasaba a lo siguiente, fin del asunto. Las cosas en su vida debían ser claras, concisas y útiles, nada de abstractos y medias tintas. Tal vez por eso era tan brillante en matemáticas como mediocre era en literatura, y quizás también fuera esa la clave por la cual una disciplina estricta daba tan buenos resultados en él.

Pero a pesar de su naturaleza práctica en el último tiempo se había vuelto más reflexivo, algunas veces hasta distraído. Ya no era tan raro encontrarlo con la mirada ausente, sentado frente a su plato de comida sin haberla tocado siquiera, o caminado por el gran parque de su casa, generalmente a la puesta del sol, cuando se alejaba lentamente para despedir el atardecer en soledad. En más de una oportunidad le habían tenido que llamar la atención, en una cena, en una fiesta, incluso en algunos entrenamientos en los que Vladimir debió gritar varias veces su nombre para que el pelinegro aterrizara en la realidad y atendiera a sus indicaciones. Pequeñas distracciones que eran solucionadas al instante sin mayor problema, pero que no dejaban de ser un detalle curioso en su persona.

Ese "último tiempo", según el calendario, había durado un año. ¿Un año desde cuándo? Desde que se había hundido por primera y única vez en el cuerpo del ser que le había robado el alma. Porque él podía haber penetrado su carne, sí, pero ese ángel de brillantes ojos negros le había penetrado la vida. Y aunque era un hombre de acciones y no de meditaciones, ahora se hallaba filosofando sobre la imposibilidad de que ese año hubiera durado lo mismo que otros. ¿Acaso todo ese tiempo había sido igual al que pasara con su familia de los cinco a los seis años, cuando comía los pasteles que horneaba su madre mientras reía con su hermana por las historias que les contaba su padre en las largas tardes de invierno? ¿Habían transcurrido a la misma velocidad las noches bajo los puños de su primer tutor, que entre los brazos de Vladimir? No era posible. El segundo que tardaba su madre en besar sus mejillas no podía durar lo mismo que el golpe con un cinturón, o el orgasmo jadeado al oído.

De todos modos, como fuera que quisiese plantearlo, había transcurrido un año.

La bienvenida en Rusia había sido descomunal. Centenares de fans se habían agrupado para recibirlo, si bien no en el aeropuerto por lo inesperado de su regreso, sí en reuniones y fiestas dadas en su honor. En aquellos meses de pesadilla en Alemania, SeungHyun parecía haber olvidado que era un héroe nacional, y disfrutar de cosas tan banales como que todos hablaran su idioma y conocieran desde su nombre hasta su platillo favorito, habían sido los obsequios más gratos de recibir. Era evidente que ni una palabra de su peligrosa situación judicial había salido a la luz, cosa que le extrañó muchísimo al principio, pero que después aceptó con naturalidad. El tema era bastante sencillo, según Boris le había explicado: para los alemanes no era nadie como para desperdiciar media línea de periódico en él, y por otro lado a los rusos solo les interesaba lo que dijeran los rusos. Gracias a Dios por ello.

El cálido abrazo de su gente no tardó en devolverle las fuerzas que había perdido, y en pocos días había vuelto a ser el SeungHyun de siempre. Lejos parecían haber quedado esos días de incertidumbre y sufrimientos, y la normalidad invadía nuevamente su vida con la frescura con que sus pulmones se llenaban de los aromas de su amada tierra. El reencuentro con todo lo conocido lo llenaba de alegría: sus perros, su música, su comida, todas sus pertenencias... Dios, no quería volver a irse jamás de allí. Era como despertar de una pesadilla para comprobar que todo lo que amaba seguía en su lugar. No quería volver a soñar. Ni siquiera quería volver a dormir.

Sangre Sobre El Hielo (кровь на льду) | GtopDonde viven las historias. Descúbrelo ahora