Capítulo Séptimo

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Café con leche y medias lunas, una merienda tardía que SeungHyun agradeció con el alma (demasiadas energías gastadas en lo que iba del día...). Sentado sobre la cama, acababa de terminar de vestirse cuando JiYong entró al cuarto portando la bandeja en sus manos y la más hermosa de sus sonrisas pintada en los labios.

–Perdona que haya tardado, pero... se había enfriado –ironizó guiñando un ojo, depositando la taza humeante en las manos del rubio, que agradeció con un gesto sin apartar la mirada de él.

Luego de que sus pasiones se hubieron calmado, ambos se sentían más relajados, aliviados, pero aún confusos. Envueltos en un silencio cómplice se mantenían presos de un desconcierto cálido, nacido desde la misma certeza de sus sentimientos, esas certezas que de tan firmes engendran dudas en lo más profundo del alma por el miedo a que algo las arruine. Cómodos y satisfechos, pero a pesar de los momentos íntimos vividos aún los inhibía la tangible cercanía del otro.

JiYong bebió su café y sonrió, sus ojos brillantes diciendo lo que sus labios callaban. Se sentía nervioso y a la vez orgulloso de que esos hermosos ópalos estuvieran a merced de cada uno de sus movimientos. No podía ufanarse, él se sentía exactamente igual.

–Dime la verdad... lo hice mal, fui desastroso...

SeungHyun sonrió, evaluándolo un momento con la mirada.

–No –respondió con suavidad–. Pero mejorarás.

–No estoy acostumbrado a esto, es nuevo para mí... Pero confío en el talento de mi profesor –admitió con una sonrisa traviesa, jugueteando con sus labios, mientras las mejillas se le cubrían con un infantil rubor –¿Qué te pasa? –preguntó risueño cuando el silencio se prolongó demasiado.

SeungHyun no respondió en seguida, prendado como estaba de cada detalle que descubría, ínfimas y sin embargo encantadoras particularidades: el sweater tejido a mano, tal vez demasiado grande para su contextura pequeña, desbocado en el escote dejando ver tímidamente un poco de la suave piel del cuello; el pantalón jogging que en nada combinaba con el resto, tomado al azar pues él en la prisa de su pasión había hecho trizas el anterior; los anteojos que parecían carecer de montura, dos cristales que concordaban a la perfección con el rostro de rasgos delicados...

–Hoy es un día muy especial para mí –confesó, casi sin pestañear.

–Me lo imagino, no todos los días se ganan las Olimpíadas, mucho menos en la forma en que tú lo hiciste.

–...No me estoy refiriendo a eso –aclaró con voz suave, mientras JiYong endulzaba su mirada, sonrojado–. Hoy... fue la primera vez que lo hice –admitió con una paz que descubrió no haber sentido nunca.

De inmediato los ojos cafés se alzaron hacia él, incrédulos.

–Vamos... no soy tan estúpido.

–Lo fue. En cierto sentido.

–Sí, la primera vez que lo hiciste en mi casa –bromeó JiYong, bebiendo su café.

–No... La primera vez que me entrego a alguien que no es Vladimir.

La sonrisa de JiYong de desdibujó lentamente, y bajó su taza hasta depositarla sobre el platillo, abandonando la vista dentro de ella, su respiración agitándose levemente. Fue como si la sombra de una nube hubiera caído sobre ellos, ocultándolos de la tibieza del sol que habían disfrutado hasta entonces.

–¿Entonces es verdad...? –preguntó, aunque sabía que no necesitaba respuesta. Su rostro se encendió, los labios apretados con fuerza. Una ola de celos y odio pareció invadirlo como un viento frío, estremeciéndolo–. No es posible que lo ames.

–Salvó mi vida, es mi padre, ¿cómo piensas que no puedo amarlo?

–Ese hombre no es tu padre –exclamó de pronto, en un tono bastante elevado que de inmediato intentó disimular–. Además... ¿es verdad que... te tomó cuando todavía eras un niño?

SeungHyun suspiró. La maldita historia otra vez. Pero tendría que contarla de nuevo en algún momento de todos modos.

–A los once años, sí. Y en este mismo país.

–¡Oh por Dios, SeungHyun ! ¡Es un enfermo! ¿Cómo puedes permanecer con él luego de eso? ¿Estás loco o qué rayos tienes en la cabeza?

–Habla quien permaneció con un golpeador toda su vida hasta que por poco lo mata –respondió el ruso abandonando su taza, mirándolo con firmeza–. Al menos Vladimir me ama y me trata con cariño.

–Pero... ¡es un perverso! Por favor, alguien que hace eso a un niño merece la muerte.

Sangre Sobre El Hielo (кровь на льду) | GtopDonde viven las historias. Descúbrelo ahora