Capítulo 1 - Lanna

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Estoy cansada.

Llevo más de tres horas caminando entre el lodo y las hojas secas.

Mis pies se hunden en el lodo y me es más difícil caminar, necesito encontrar un refugio ya si no quiero quedarme en la intemperie a mitad de la noche.

Las tonalidades rojizas en el cielo me hacen saber que el sol ya se está ocultando y sigo sin encontrar algo que sea útil.

Mis ojos se sienten muy cansados, quizás sea porque tengo sueño, o quizás porque he pasado las últimas horas llorando, tal vez ambas.

A lo lejos parece ser que hay una pequeña cabaña, luce muy descuidada así que no creo que este habitada.

Hago un esfuerzo descomunal y me apresuro allí. Cada paso duele, arde y hace recorrer en mi pierna entera un dolor punzante, casi insoportable.

La puerta está abierta completamente, los vidrios de las ventanas están estrellados y cubiertos de polvo. Al subir las escaleras del pórtico, la madera rechina y se hunde ante el peso.

Con mi cuchillo en mano me adentro a la estancia y barro con la mirada toda la habitación. Golpeo un par de veces el muro esperando algún merodeador que se encuentre dentro, pero no se escucha nada.

Cuando estoy segura que no hay nada ni nadie, cierro la puerta y empujo la mesa de centro para bloquear la puerta.

Me quito mi mochila y me siento sobre el viejo sofá. Estoy exhausta.

Del bolsillo de mi pantalón saco el collar con dije de corazón que mi padre me dio antes de escapar. Era de mi mamá y fue lo único que pudimos conservar de ella.

Me recargo sobre el respaldo y cierro los ojos; cientos de flashes de recuerdos atraviesan mi mente... Mi papá. Él quedándose atrás para ayudarme a escapar de esas personas. La última mirada que me dirigió, llena de disculpa y arrepentimiento. Las últimas palabras que me dirigió.

Una lágrima se me escapa sin darme cuenta.

Cuando abro los ojos, la poca luz que quedaba del atardecer, se ha ido. La oscuridad se ha apoderado del lugar.

Apenas logro diferenciar las siluetas del lugar.

"Mierda"

[...]

El frío hace que un escalofrío recorra todo mi cuerpo.

Me remuevo en mi lugar y la superficie blanda me hace querer permanecer más tiempo acostada, pero el frío me lo impide.

Me incorporo mientras parpadeo un par de veces. Ya amaneció, está nublado y hace un frío terrible.

En mi mano aun llevo el collar de mamá. Con algo de dificultad lo cuelgo en mi cuello.

De mi mochila saco una chaqueta cazadora y me la pongo, también amarro mi cabello en una coleta.

Tomo una lata de verduras enlatada y me dispongo a comer.

No sé que hacer, no tengo a donde ir... Desde que escapé no tengo rumbo fijo; volver, definitivamente, no es una opción.

Mi mejor plan es continuar en línea recta hasta encontrar algo o a alguien, sé que no es la mejor opción,  pero es lo único que puedo hacer por ahora.

Tomo la escopeta y acomodo mi revolver en la cinturilla de mi pantalón. Cuando estoy lista quito el mueble de la puerta y salgo.

La niebla cubre las copas de los árboles y el paisaje es muy agradable.

No hay merodeadores cerca, no se escucha absolutamente nada, además de mis pisadas sobre las hojas y alguna que otra ave.

Trato de ignorar el dolor en mi pierna, quizás la herida se infecte, a no ser que ya lo este. El torniquete con tela ayuda, pero no demasiado.

Mientras camino trato de recordar una de mis canciones favoritas de siempre, para distraerme un poco. Ha pasado tanto tiempo (más de seis años, antes de este desastre), desde que la escuché, pero nunca se va de mi mente del todo.

[...]

Hace rato que he llegado a un pequeñísimo pueblo después de pasar el bosque. Sin embargo, sigo indecisa sobre abandonar la arbolada y adentrarme a el.

Hay casas mas grandes que la cabaña de la que salí esta mañana, están algo distanciadas una de la otra.

Debe haber alguien ahí, hay un rastro de merodeadores rematados al rededor y parecen recientes.

Tengo un debate interno sobre qué hacer. Estoy herida y no podría escapar si me los topase, además pueden ser varias personas.

Decido quedarme otro rato aquí, a una distancia prudente y escondida detrás de un árbol grande a orillas del bosque.

Escucho un ruido a lo lejos y se abre la puerta de una casa.

Dos hombres salen de ella, conversan entre ellos. Ambos tienen armas colgando de su espalda, lucen como si tuvieran más de 30 años.

Después un tercero sale detrás de ellos y se une a la conversación, me lo pienso dos veces y decido que lo mejor es irme sin que se percaten de mi presencia.

Doy un par de pasos hacia atrás sin despegar la vista de los sujetos, al darme vuelta, mi cuerpo impacta sobre algo blando.

Rápidamente me alejo y dirijo la mirada a la persona que se encuentra a menos de un metro de mi. Me toma del antebrazo con fuerza e impide que huya.

Es mucho más alto que yo, no se ve mayor que los otros hombres. Tiene el cabello castaño y barba igual, su piel es blanca y tiene los ojos marrones.

-Pero mira que tenemos por aquí -habla y una sonrisa se dibuja en su rostro-, ¿cómo te llamas, cariño?

Trato de alejarme de él, pero su agarre es firme e impide cualquier movimiento de mi parte.

-Suélteme -digo tratando de sonar determinante, pero estoy al borde del pánico.

Mi corazón late demasiado rápido, mi mente está completamente nublada por el miedo, no sé de que sean capaces estas personas.

-No escuché tu nombre.

No digo nada.

-¡Eh Raúl! ven aquí -grita el hombre.

Miro hacia atrás y los tres hombres que estaban en la puerta de la casa han fijado su atención en nosotros. El hombre, que supongo es Raúl, se adelanta hacia aquí y los otros dos lo siguen.

-¿Y esto? -cuando se acerca lo suficiente habla. Me quita la escopeta de las manos y se la da al que está atrás de él.

Tiene el cabello negro, su tez también es blanca y su semblante es demasiado duro.

-Al parecer está perdida -habla con diversión, el hombre me sujeta.

No sé que mierda le parece gracioso.

-Será mejor irnos ya -Raúl mira al hombre y luego a mi, y se da la vuelta para dirigirse a otro lugar.- Puede que no esté sola.

El sujeto comienza a caminar detrás de él y me jalonea para que yo avance también.

Comienzo a forcejear aun más, mi pierna comienza a doler con los movimientos bruscos.

-¡SUÉLTAME!, ¡AYUDA! -grito con todas mis fuerzas. Sé que es muy probable que nadie me escuche, pero no sé que otra cosa hacer.

-Cállate- escupe Raúl de manera amenazadora- no me gustaría matarte tan rápido.

-DÉJENME IR -grito de nuevo, pero me ignoran.

Trato de zafarme con todas mis fuerzas, en la primera oportunidad que tengo meto mi mano al bolsillo de mi cazadora. Saco una navaja y se la encajo en la pierna al sujeto que me sostiene, éste grita y afloja su agarre, aprovecho y me libero de él.

Alguien me toma de la muñeca y mi rostro se gira violentamente tras la bofetada que Raúl me proporciona. Me apunta con la escopeta.

-Vas a pagar...

-¡HEY! -otra voz masculina lo interrumpe.

Un grupo de personas aparecen en nuestro campo de visión, todos están apuntándole a los cuatro hombres que me quieren llevar.

-¿Qué mierda están haciendo?

~*~

El último de nosotros | Carl Grimes- EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora