PRÓLOGO.

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SENTÍA que le abrasaban los pulmones. Las gotas de sudor le resbalaban por la frente, se le metían en los ojos y le nublaban la vista. El público cada vez gritaba más y él, aunque apenas lo oía debido al martilleo de la sangre en los oídos, sabía por qué gritaban. La meta estaba a pocos metros Le dolía todo el cuerpo. No podía correr más, pero debía hacerlo. Agonizante, consiguió entrar en la línea de meta una cabeza por delante del otro competidor. -¡Y gana... Alfonso Herrera! -gritaron por megafonía. El público rugió, enarboló banderines y tiró confeti. Ambos competidores siguieron corriendo a menor velocidad para no sufrir lesiones musculares. Ambos respiraban con dificultad. -Maldita sea, Alfonso, me has vuelto a ganar -dijo el más bajito al cabo de unos segundos. Alfonso se rio a pesar de que le dolía todo.

 -No estaba dispuesto a entregarte el trofeo -contestó-. Me gusta cómo queda en mi mesa. -Querrás decir que te gusta darme envidia con él -dijo George Yorita, su socio y mejor amigo. -Venga, ya, George. Nunca he hecho eso. -¿Ah, no? ¿Y entonces por qué le sacas brillo siempre que entro en tu despacho? -Porque los trofeos hay que cuidarlos... -Ya, claro -se rio George. En ese momento, apareció una mujer de rasgos japoneses con un niño pequeño en brazos. -Te he visto correr, papá -dijo el pequeño-. ¿Por qué has dejado que el tío te ganara? George sonrió y abrazó a su mujer y a su hijo. -Alfonso tiene muy claro lo que quiere y, cuando se propone algo, lo consigue. -Estás malacostumbrado, Alfonso -remarcó Laura Yorita-. No siempre puede uno conseguir lo que quiere. -Hasta ahora, sí -murmuró George-. Se acaba de comprar un cochazo que no puedes ni imaginar. Un Mustang del 65 en perfectas condiciones, descapotable, con los asientos y los tapacubos originales y... -¿Te quieres quedar aquí cayéndosete la baba . mientras hablas del coche de Alfonso o me acompañas a casa a acostar a Collin? -lo interrumpió su mujer. -No, voy contigo -sonrió George-. Nos vemos el lunes en la oficina, Alfonso. Más te vale no llegar con ese coche y no sacarle brillo al trofeo delante de mí, ¿eh? Alfonso observó a la familia alejarse. George agarró a su hijo de la mano y a su mujer de la cintura y le dijo algo al oído que la hizo reír. No, no era cierto. No tenía todo lo que quería. Todavía le quedaba una cosa. -¿Quiere agua, señor? Alfonso agradeció el detalle y se dedicó a observar a los demás corredores que estaban cruzando la meta. Acababa de entrar una mujer muy guapa, de pechos grandes, cintura estrecha y piernas largas. Le parecía conocida. Sí, de repente lo recordó. La había conocido en una fiesta hacía unas semanas y alguien le había dicho que era actriz.

Entonces, no le había prestado demasiada atención, pero ahora se fijó más atentamente en ella. Era guapa y caminaba con elegancia y seguridad. Además, no llevaba alianza. Se le ocurrió una idea. Una idea loca, completamente ridícula. Sí, también había sido una idea de locos montar una empresa de electrónica con todas las existentes cayendo en Bolsa de forma estrepitosa o entrar en Internet cuando todas las como estaban cerrando. En breve, lo iba a intentar y le iba a salir bien porque lo cierto era que todo lo que se proponía le salía bien. 


Trampa de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora