CAPÍTULO 10

241 28 0
                                    


CAPITULO 10 LO RELACIONADO con el antimonopolio ya está todo hecho y el informe final estará para hoy. Podemos empezar con los pagos la semana que viene -dijo George Yorita abriendo la carpeta que tenía en la mano-. Lewis ha calculado lo que le corresponde exactamente a cada empleado y la cantidad media es de cincuenta y ocho mil dólares por persona y... por Dios, Alfonso, ¿qué demonios te pasa? Alfonso dejó de mirar por la ventana y se giró hacia su socio. Nada, no me pasa nada. -Venga ya, a mí no me engañas. Es la tercera vez que entro en tu despacho hoy y no le has sacado brillo al trofeo ni una sola vez. A ti te pasa algo. ¿Es por tu prometida?

  -No, no es por Heather -contestó Alfonso-. Sé lo que estoy haciendo -le aseguró. -Ya -dijo George yendo hacia la puerta-. ¿Sabes? Si le dijeras lo que sientes por ella, tal vez funcionaría. Cuando George salió, Alfonso suspiró. Respetaba y quería a su amigo, pero en aquella ocasión George se equivocaba por completo. Alfonso volvió a mirar por la ventana. Recordó la noche anterior, cuando había entrado en la tienda y había visto a Aní con aquel vestido, oliendo tan bien... Inmediatamente, se había dado cuenta de que iba a tener problemas. Como un tonto, había ignorado la alarma que había sonado en su cabeza, se había dicho que podía controlar la situación y, por supuesto, no había sido así. Sabía que no debía besarla, pero no había sido capaz de resistirse. Había querido besarla desde los diecisiete años y, por fin, tenía la oportunidad. ¿Cómo no iba a aprovecharla? Recordaba el día en el que se habían conocido como si fuera ayer. Estaba a punto de mandar a cierto sitio al cretino de Pete Mitchell cuando apareció una coleta y le había gritado a su contrincante que le dejara en paz o que le iba a contar a su madre qué había sido de su preciada colección de frasquitos de perfume. Pete se había ido a regañadientes y, justo cuando Alfonso se disponía a decirle a aquella niña que se fuera a casa a jugar con sus muñecas, ella se había girado y le había sonreído. En ese momento, Alfonso sintió una punzada en el corazón. Qué guapa era. Tenía los ojos verdes, la piel pálida y pecas. Los rizos casi le llegaban a los hombros y su uniforme de animadora revelaba unas piernas largas y bonitas y unos pechos con muy buena pinta. Tenía diecisiete años y, con la revolución hormonal, se había excitado. Por suerte, había conseguido disimularlo. Aquella niña era muy pequeña para él. Cuando se enteró de que tenía catorce años, decidió que, definitivamente, era muy pequeña para él, así que decidió ignorarla, pero la mica era insistente. Se pasaba a buscarlo a su casilla, se sentaba con él en la cafetería a la hora de comer, se le pegaba al volver a casa andando. En uno de esos paseos le había hecho sonreír por primera vez desde que sus padres y su hermana habían muerto. 

Había bajado tanto la guardia con ella que un día se encontró hablándole de Molly. Era su hermana pequeña, le llevaba seis años y era un incordio. La solía soportar como podía, pero una mañana, tras una noche en vela estudiando para un examen de cálculo, se había hartado y le había dicho que lo dejara en paz. Unas horas después, en mitad del examen, el director había entrado en su clase con lágrimas en los ojos y le había dicho que lo acompañara. No había llorado entonces y no lloró cuando se lo contó a Anahí aunque ella sí lo hizo y por los dos. Sin embargo, al llegar a casa de su abuela aquella noche, se había acostado y notó el nudo que llevaba seis meses en su pecho se había hecho más grande. De repente, las lágrimas brotaron de sus ojos a borbotones y, tras un buen rato llorando, se quedó dormido con más facilidad de lo normal. Se despertó sintiéndose un poquito mejor y desesperadamente enamorado de Aní. Intentó convencerse de que le recordaba a su hermana pequeña y que la tenía que tratar como tal, pero en lo más hondo de su corazón sabía que lo que estaba haciendo era esperar a que creciera para casarse con ella. Las cosas no habían salido como él quería. En los años siguientes, sus padres se divorciaron, su hermana mayor se casó a toda prisa y su padre murió. Aquella combinación de acontecimientos no le benefició lo más mínimo pues Aní se con- virtió en una joven a la que los hombres daban miedo. De hecho, cambiaba de novio como de camisa. Dejaba a todos los que querían algo serio con ella, así que Alfonso decidió que si él intentaba algo iba a correr la misma suerte. Tenía que tener paciencia. Al final, Aní terminaría por vencer sus temores y entonces habría una oportunidad para ellos. Sin embargo, para su frustración, seguía encantada con ser solo su amiga y seguía t e n ie n d o n ov io s a q u í y a l l á a los que dejaba en cuanto la sombra del sexo aparecía entre ellos. Alfonso había esperado, pero llegó un momento en el que ya no pudo esperar más, así que puso en marcha un plan para romper las barreras. Con un abrazo aquí y una caricia allá consiguió que Aní se fijara en él de otra manera. Las cosas iban bien. Tan bien que Alfonso compró una casa y se la enseñó. Vio en sus ojos que le había gustado mucho. Tanto que pocos días después Aní se fue a Nueva York Entonces, Alfonso decidió olvidarse de ella y seguir su vida. Había montado una empresa próspera, había conocido a otras mujeres y se había convencido de que lo había superado, de que ya no la quería. Claro. Ya no la quería. No, qué va. La noche anterior, Aní lo había besado como él siempre había soñado que hiciera. Besarla y tocarla había sido una experiencia impresionante, pero lo que había sucedido a continuación había sido horrible. Sus palabras no podrían haber sido más insultantes ni desagradables. Menos mal que Heather había aparecido. Alfonso le había explicado lo sucedido creyendo que le iba a mandar a paseo, pero para su sorpresa no había sido así. ,

Trampa de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora