Recuerdos

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Draken había pasado los últimos años lamentando su más grande pérdida, la tristeza persistía atacándolo en grandes olas que golpeaban con fuerza contra su pecho, había días en que éstas olas lo tumbaban y amenazaban con ahogarlo, hundirlo entre la arena y sepultarlo por siempre.

Muchas veces había querido buscar ayuda, pero apenas ponía un pie fuera de la cama para comenzar a hacerlo su cuerpo se sentía pesado, entumido, y la cabeza le pulsaba por sentir que no merecía deshacerse de sus pesares.

Cuando la noche llegaba y tenía que ir a su departamento de alquiler, recordaba cada momento de su adolescencia, con el tiempo las memorias se habían vuelto borrosas, pero había una en especial que seguía tan clara como años atrás.

Los ojos caídos y perdidos de Mikey, juntos a las pestañas claras y el suave cabello rubio decorando sus hombros que nunca habían sido muy anchos, la sonrisa de labios delgados y apretados entre sí que jamás alzaba sus mejillas, y la manera en que le decía que ese era el final. Draken nunca había sentido su corazón más roto que en ese momento, pero luego, igual que un ritual, recordaba la muerte de Emma, y con ello la penúltima pelea que Mikey y él tuvieron, si es que se puede considerar así.

Le pesaba el pecho cuando imágenes de él golpeando el pequeño cuerpo del chico que más quería se hacían presentes, duras y crueles, persistían en su memoria solo para recordarle que lo había tenido todo y lo había despreciado como un estúpido.

Había sueños dulces pero crueles donde podía encontrarse de nuevo con el jóven rostro de un Sano Manjiro de quince años, porque si había algo que Draken deseaba no olvidar, era eso. Los ojos negros confianzudos, adormilados, con el cabello rubio revuelto enmarcandolos sobre la cara tierna. Y la voz cantarina y a veces desganada repitiendo ese estúpido apodo que ahora extrañaba.

Cuando las lágrimas comenzaban a agolparse, Draken imaginaba lo que habría pasado de haber tomado otras decisiones, de haber logrado detener a Mikey, o de haberlo consolado en lugar de apalearlo.

Se imaginaba viviendo juntos, tal vez lo tendría ahí en el departamento, revoloteando a su alrededor exigiendo comida y atención, o tal vez vivirían en la casa de los Sano, y Draken tendría que salir más temprano para llegar al taller a tiempo, pero Mikey lo atrasaría cada día con pedidos estúpidos que él no podría rechazar. Y los “Ken-chin” sonarían en cada uno de sus días, por las mañanas al despertar y las noches antes de dormir, y Draken no tendría que conformarse con sueños maliciosos que apretaban su corazón.

Era por esas fechas que todo se volvía peor, su cumpleaños era el peor de los días, su teléfono se llenaba de felicitaciones, pero hace tiempo se había resignado a que por mucho que esperara, no recibiría nada de parte de él.

Egoísta, se negaba a creer que Mikey no lo recordara, que no sufriera la distancia y el paso de los años una mínima parte de lo que lo hacía él. Porque eso sería injusto, porque era Mikey quién dependía de él, pero entonces ¿por qué Draken seguía llorando por su ausencia?

...

—¿Puede ponerle un lazo?

No te atreverías. Mikey miró furioso al hombre que le había dado el baño más horroroso de todos, ni siquiera cuando Sanzu le lavaba el cuerpo y la tina se volvía roja por la sangre que caía había sido tan espantoso como tener las manos de ese hombre hundiendolo en agua espumosa y refregando su pequeño cuerpo.

Inui sonrió burlón mientras veía al perrito gruñón sobre la barra. El encargado de la veterinaria rascó su nuca dudoso, no recordaba la última vez que un perro le había complicado tanto su trabajo, y por la mirada mordaz que le dedicaba, suponía que un lazo no le agradaría en absoluto.

—¿Está seguro señor? No creo que a su mascota le agrade la idea...

—Lo sé, por favor póngale uno. —Mikey volteó a verlo de golpe y le gruñó enseñando los dientes. —Que sea rosa.

Tú, maldito bastardo hijo de puta, cuando logre ponerte las patitas encima...

En medio de su declaración de guerra, una pequeña galleta con forma de hueso se colocó frente a su cara. Mikey parpadeó confundido. El encargado sonrió cansado y acarició el pequeño lomo que aún estaba un poco húmedo. —Has sido muy valiente, amigo. —recompensó, instándole a comer su premio.

Mikey la tomó, porque era de mala educación rechazar la comida. Tal vez últimamente no comía tanto como antes, pero seguía disfrutando de los dulces. Inui bufó viendo como el perro ignoraba el lazo con moño que le ponían en el cuello por estar comiendo su premio.

Pagó, dio las gracias y tomó al animal en brazos, quien ya parecía lo suficientemente cansado como para seguir forcejeando con él.

Bañado, comido y con el viento pegando en su rostro, Mikey dormitó contra el pecho del nuevo villano de su vida.

Regalo de cumpleaños || DraMiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora