|1| Algo no está bien.

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«Cuerpo en el abismo, corazón en el paraíso.»




- Xie Lian.





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Shen QingQiu abrió nuevamente sus ojos.



Él sabía que no estaba en su reconfortable cama y que tampoco estaba en el Pico Qing Jing. Estaba en ese momento tirado en el suelo de algún bosque del que no tenía idea de dónde estaba, podía sentir la hierba aún húmeda bajo su ropa y unos rayos de luz en sus ojos que se filtraban por las ramas de los árboles.





Incluso tratando de levantarse, su estómago todavía estaba revuelto y su visión se nublaba por lo que había sucedido. Viajar a través de un portal no era tan cómodo como lo había imaginado en las películas que veía con su hermana antes de la transmigración.






Y eso fue toda culpa de su doncella llorona.






- Luo...Binghe - Shen QingQiu todavía tenía la voz ronca del susto, pero no importaba, necesitaba llamarlo - ¡Luo Binghe!






¿Dónde estará él? Era obvio que si Shen hubiera caído en esa grieta, Binghe también habría corrido y caído, además él último recuerdo que tenía antes de desmayarse era de Binghe agarrando su mano.




Todo había sucedido tan rápido.






Toda la secta y algunas tribus demoníacas estaban haciendo una confraternización, después de que el propio Yue QingYuan tuvo la fabulosa idea, como una forma de tratar de unir más los reinos y calmar la atmósfera entre ellos, incluso ante las protestas de Liu Qingge, por supuesto. Ya la idea había funcionado muy bien, todos parecían disfrutarla, tanto sus discípulos como los innumerables demonios que habían sido invitados. Ning YingYing charlaba alegremente con algunos compañeros, mientras que Ming Fan devoraba la mitad del banquete que se estaba sirviendo, incluso ese maldito autor Shang QingHua se veía feliz mientras se aferraba a la espalda de Mobei-Jun.






Todo estaba bien, hasta el momento en que Luo Binghe, que estaba sentado a su lado, empezó a tener fuertes dolores de cabeza. A partir de ese momento ni siquiera Shen QingQiu pudo controlar la situación, cuando se dio cuenta de que la maldita espada ya tenía todos sus sellos rotos y ni siquiera Luo Binghe pudo mantenerla estabilizada.






Nadie presente en el sitio podría haber predicho lo que sucedería, y cuando Shen QingQiu cayó con su discípulo esa enorme grieta que de repente se abrió en medio de toda esa gente, ya era demasiado tarde para que alguien los ayudara.





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