la trampa

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Enzo volvió al presente y se fijó que Helena contemplaba unas flores. El elfo de acercó a ella con cuidado y arrancó una de esas flores y la colocó con sutileza en la melena de la muchacha quien le sonrió con ternura ante el gesto de Enzo.

Ammía miró con cierta picardía pero guardó silencio para no ser imprudente. Poco después aparecieron Leonardo y Gerardo con frutas y conejos para cocinarlos en una fogata.

Tras comer, todos conversaban. Dríada exploraba un poco más el terreno para guiar con más precisión a los demás. Gerardo que era muy observador, notó la bella flor que Helena lucía en su melena.

—Seguramente te colocaste esa flor para lucir más hermosa para mí– decía galante el arquero– pues te confieso que luces aún más hermosa.
—Siempre tan adulador y galante– respondió sonriente la muchacha– me parece que Enzo supo elegir la flor que mejor me sentaba y me la colocó.

Gerardo quedó boquiabierto y Helena río con gracia. Sílfide que también sonreía añadió un cierto comentario:
—Creo que sería más útil que usaras el arco para disparar una flecha a las estrellas, que un solo gesto galante para ganar el amor de Helena.
—No pienso darme por vencido– respondió el muchacho entre risas pero, con una mirada determinante dirigida a Enzo– por cierto Sílfide, gracias por haber devuelto mi arco. Me sentía incompleto.

Ante el gesto de agradecimiento, Sílfide asintió sonriente al muchacho y éste a su vez, le dió un tierno abrazo y un beso en la mejilla– cada día doy gracias por haber conocido a Sílfide, siempre me ha protegido, desde niño.

El ser alado se sintió ruborizada ante aquellas palabras y mucho más por el gesto y recordó la expresión de felicidad en la cara de Gerardo cuando ella le devolvió el arco poco después de la lucha contra los Estirges.

—Lo cierto es– le escuchó decir a Leonardo– que admito que te va mejor en combate con el arco. Realmente eres talentoso. Aún recuerdo lo que nos pasó semanas atrás en aquel poblado misterioso...

Enzo, Gerardo y Leonardo llegaron a un pueblo para buscar algo de provisiones y alguna prenda para Ammía, la cuál estaba de cumpleaños ese día, también les sería útil para enterarse de algún rumor.

Leonardo se había distanciado de sus dos compañeros buscando un obsequio digno de una princesa, fue cuando vió bastante retirado del mercado, un puesto atendido por una atractiva mujer.
—Sé bienvenido viajero a mi humilde puesto– dijo la mujer, de silueta esbelta, cabellera peliroja y de rostro manchado por pecas que le daban un aspecto atractivo–¿Busca algo en especial? Tal vez le pueda ayudar.

Agradado con la noble bienvenida, Leonardo se acercó confiado– la verdad sí, busco un obsequio para una señorita que está de cumpleaños.
—Una mujer– dijo con tono misterioso y mirada pícara– tal vez esto le agrade– la vendedora le enseñó un bello collar con piedras de un tono rosa opaco, decorado con orfebrería.
—¡Me parece perfecto!– le comentó emocionado Leonardo–¿Cuántas monedas le debo?

La mujer dejó de hurgar entre sus cosas y se acercó lo suficiente a Leonardo, sin dejar de mirarlo con aquellos ojos vivaces casi hipnotizadores. En sus manos sujetaba un bolsito de cuero– no me debes nada viajero.

Acto seguido, sopló un poco del contenido del bolsito, el cual era un polvo arenoso de color negro dominando por completo al guerrero inmediatamente.

El príncipe elfo tuvo una corazonada mientras caminaba con su capucha puesta por las calles del mercado. Sentía una extraña energía que lo condujo al mismo puesto apartado donde momentos antes estuvo Leonardo.

—Un viajero– dijo la mujer pelirroja con un tono de voz seductor– sé bienvenido. Si necesitas algo, solo debes pedirlo.
—Los aretes que tienes allí– dijo el príncipe señalando la pequeña mesa de madera en donde estaban colocados varios objetos– ¿De dónde los sacaste?

La mujer tenía algo en especial que lograba neutralizar su propio autocontrol, como si intentara dominarlo de alguna manera. De pronto Enzo vuelve en sí y en un arrebato de ira, sujeta  la mesa y la sacude con rabia. Aquello impregna magia oscura.

Sorprendido, pudo ver a Leonardo inmóvil, cómo un muñeco bajo los escombros. Algo le había hecho aquella desconocida.

Los pobladores se percataron del percance entre Enzo y la vendedora e iban a defenderla hasta que ella ataca a Enzo elevándolo por lo aires con tan solo un movimiento de manos. Las personas asustadas empezaron a buscar refugio, ya que se trataba de una bruja de magia negra.

—Ustedes los elfos poseen un agudo sexto sentido. Huelen el mal, pero no son inmunes a este tipo de magia– dijo con suficiencia la bruja mientras arrojaba otro ataque contra Enzo, quien ya actuaba creando una especie de escudo protector con su poder.

Haber pasado tanto tiempo excluido del resto del mundo le traía como consecuencia, la falta de práctica para combatir seres malignos. Aquella mujer le estaba dando una paliza.

—Ser maligno, no puedes contra el bien– dijo molesto Enzo poniéndose de pie–¡muestra tu verdad! ¡No eres humana!
—Correcto elfo– sonrió la mujer pelirroja cuyo aspecto empezó a transformarse en una criatura amenazante... Una harpía.

De aquel cuerpo femenino, brotaron alas de buitre, sus piernas tomaron también una grotesca forma del ave y se abalanzó en contra de Enzo.

Guiado por el escándalo generado, Gerardo corrió para investigar, presintiendo que tal vez sus compañeros de viaje estaban en apuros y no se equivocó.

Pudo ver a Leonardo inconsciente y en el cielo a la harpía atacando a Enzo. Apuntando con temible precisión, Gerardo logra disparar una certera flecha que atraviesa el pecho de la bestia, dando fin a su vida.

—Te debo mi vida y eso no lo olvidaré– dijo Leonardo una vez más en el presente.
—No lo he olvidado camarada– comentó Gerardo con una ladeada sonrisa.
—Al menos ese ser no tenía conexión con Ágatha– suspiró la princesa Ammía.

Helena se apartó del grupo, pensaba en Abelardo y en lo que pudiera estar pasando con él– ¿Dónde estás?– pensó la muchacha y unas lágrimas de nostalgia recorrieron su rostro al recordar lo apuesto que lucía su amado en la ceremonia.

La princesa Ammía se acercó conmovida a su amiga y la abrazó de un costado– llora amiga, aliviará tus penas y angustias. Lo más seguro es que no hayas tenido tiempo para desahogarte.
—Lo extraño– dijo solloza la doncella– y el no saber acerca de él me preocupa mucho más.
—Sabes que deseo ayudarte. En cuanto estemos en el reino pediré ayuda a los dioses y reuniré un ejército. Cómo sea daremos con Abelardo. Te lo juro Helena.

Gerardo permaneció en silencio con un extraño sentimiento en su interior, en alguna ocasión había deseado que Abelardo y Helena no estuviesen juntos para él poder enamorarla; ahora, sentía culpa por aquel pensamiento ya que en parte su deseo se realizó.

Enzo también se sentía mal al ver sollozando a Helena, él sí había actuado egoísta al no ser del todo sincero con ella, tan frágil y delicada.

Leonardo con un poco de timidez, se acercó a ambas y de un bolsillo sacó un pañuelo y se lo entregó a Helena, quien agradeció el gesto. A la princesa egipcia, aquello le pareció especial porque Leonardo había mostrado sensibilidad y empatía.

La Reina de la Magia Oscura (La Confabulación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora