En los Calabozos

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Una detonación ensordeció por fracciones de segundos a Gerardo. Tenía las manos aferradas a sus orejas, polvo y una extraña neblina invadía los calabozos. Debía correr pero no sabía hacia donde.

Pudo ver de pronto un rayo de energía abrirse paso entre la gruesa neblina y poco a poco el sonido volvía a él por fortuna. Escuchó que Ammía le gritaba, lo estaba llamando al mismo tiempo que alguien lo hacía caer al suelo y lo arrastraba.

En medio del caos y ya con sus sentidos claros, pudo ver qué de un potente destello iba en función de protección para frenar el otro ataque: Ágatha sostenía el báculo. Su rostro estaba lleno de ira, en especial hacia una persona...

Horas antes...

Leonardo estaba en la habitación que compartía con Ágatha, tomó sus espadas y las colocó en su cinturón. Se colocó su protector y salió a prisa de la habitación terminando de colocarse la capa con capucha a medida que avanzaba hacia la salida del castillo.

No tenía mucho tiempo presintiendo cómo podría reaccionar ahora Ágatha en su contra. Ya habían pasado una línea que le indicaba al muchacho que todo sería distinto.

Pronto amanecería, así que Leonardo se fue hacia la caballeriza y tomó un par de caballos, los guió hasta la entrada principal de los calabozos y los ató a unos troncos.

—Helena debemos movernos– le dijo Enzo al despertar a la muchacha. Debemos aprovechar ésta oportunidad para entrar, la mayoría duerme.

La joven aldeana asintió y se puso en marcha, dando pasos sigilosos se fueron adentrando en el pasadizo que los guiaría a los calabozos.

Aún molesta, Ágatha fué al interior del castillo y en el salón principal estaba el báculo, el cual tomó con ímpetu:
—Voy a deshacerme de un problema– se dijo así misma– uno que he demorado en solucionar.
—Alteza ¿Para dónde va? El joven Leonardo la estaba buscando– dijo Emma al verla.
—Sígueme sin hacer preguntas, veamos qué tan buena eres Emma– le ordenó Ágatha y dando pasos acelerados la siguió.

Mientras tanto, Leonardo entraba a los calabozos con el pretexto de que la reina quería verlos de inmediato en los terrenos del castillo del ala oeste, así que el grupo de guerreros se alejaron a prisa para no hacer enfadar a Ágatha.

Anduvo con pasos firmes y rápidos hacia donde estaba la celda de Ammía y Gerardo. La princesa egipcia al ver su semblante supuso que algo ocurría.
—¿Qué tienes? ¿Está todo en orden?
—Nada está bien princesa. Voy a liberarte– dijo el muchacho sonando ligeramente el manojo de llaves.

Gerardo se levantó de su catre en un salto– ese es mi guerrero favorito– dijo animado.
—Sin adulaciones por favor– respondió seco Leonardo– tengo unos caballos atados. No hay tiempo qué perder. Una vez fuera la huida debe ser de inmediato.

Tras un par de intentos fallidos, el muchacho pudo abrir la primera celda y la princesa salió sujetando consigo la muñeca que el mismo Leonardo le había obsequiado antes.
—Gracias por hacer esto– dijo conmovida Ammía.

De pronto, una fuerza sobrenatural embistió al guerrero dejándolo inconsciente al mismo tiempo que la reja de la otra celda salía disparada hacia el otro extremo.
—¡Helena!– exclamó Gerardo al verla y de buenas a primera la besó en los labios.

Ante aquel gesto tan abrupto, Helena le dió un puño a Gerardo– eso también lo extrañaba– dijo sobándose el mentón mientras que Enzo lo miraba con recelo.
—Debemos irnos ya de acá– apremió la joven aldeana.
—Espera, no podemos dejarlo allí– la retuvo Ammía señalando a Leonardo.

Con un soplido irritado Helena dijo– él es el culpable de que hayas estado acá encerrada todo este tiempo.
—Quizás, pero, era él quien iba a liberarnos antes de tu aparición sorpresa acompañada del mago mudo– dijo Gerardo y sin agregar más, cargó a Leonardo en su espalda.

La Reina de la Magia Oscura (La Confabulación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora