Capítulo 3

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Oí perfectamente el chasquido de los labios de Maryugenia contra alguna parte de la cara de Javier mientras yo intentaba tragar el pedazo de oblea que se me había atorado en la garganta, sintiendo cómo me raspaba.

Intenté tragarla y luego tosí cuando lo logré, medio asfixiado aún. Maryugenia apareció de pronto a mi lado, mientras la puerta de la entrada estaba ya cerrada.

-Fidel, ¿estás bien? –me preguntó, pero la tos seca que salía de mi garganta me impedía hablar. –Te daré un poco de agua, espera –corrió hacía la llave y tomó un vaso, llenándolo rápidamente con el líquido que salía del grifo.

Se acercó a mí y me extendió el vaso, yo tomé del agua, esperando que aquel ardor en la garganta desapareciera y la tos se fuera también.

-¿Mejor? –inquirió.

-Sí, –dejé el vaso sobre el pretil de la cocina –gracias.

-Eso te pasa por atragantarte de comida, bestia –bromeó.

Reí ante el apodo que desde hace años llevábamos diciéndonos.

-Bueno, eso me pasa porque me hiciste venir desde el otro continente sin comer –refuté, riendo.

Maryugenia se sentó a mi lado y me arrebató la galleta para terminarla de comer ella.

-¡Oye!

-Hay pizza en la nevera, creo que eso podría llenarte más que una galleta –dijo.

-Tengo más sueño que hambre, así que mejor mañana me llevas a desayunar –sonreí –Oye, Maryu...–vacilé y me dediqué a juguetear con los dedos de mi mano –Javier es... ¿tu novio?

-Y lo que más amo –afirmó.

-¿Y por qué no me lo había contado, señorita? –me hice el indignado.

-Porque... llevo un mes saliendo con él.

-¿Un mes? ¡Nuestra última llamada fue ayer! –le recalqué.

Ella se encogió de hombros en su lugar.

-Bueno, bueno, quería darte la sorpresa.

-Pues, lo lograste. Pensé que después de lo de Orlando tú ya no...–me quedé a la mitad de la frase, pero ella me entendió.

-Sí, yo también lo pensé. Si no, no hubiera huido del país como cobardemente lo hice –sonrió. –Pero conocí a Javier y... lo amo.

-¿De verdad? Hace un mes que salen, qué tanto lo puedes conocer –musité.

-Lo suficiente. Fidel, –me miró seria– pensé que estarías contento por mí.

-¡Lo estoy! –y lo estaba de verdad, pero algo se removía dentro de mí, algo que me hacía estar confundido. Ese tipo de confusión cuando no te explicas, el por qué las cosas avanzan tan rápido y cambian de un día para otro. –Estoy feliz de que hayas seguido adelante con tu vida, me pones el ejemplo –admití.

-¿Qué quieres decir con que te pongo el ejemplo? ¿Sigues enamorado de Chiqui? –saltó hacía atrás mirándome con los ojos como platos.

-¡Para nada! Eso ya pasó, a lo que me refiero es que, no te quedas estancada en un pasado; como yo con la pelea con mi familia. 

-Oh, Fidel, eso fue hace ya tres años, ahora eres una fotógrafo profesional y tienes mucho que sacar de esa vida que llevas –me pasó el brazo por los hombros. –Pero ahora no hablemos de temas tristes, mejor dime, ¿has conocido a alguien especial?

Sonreí ante su curiosidad y su enorme sonrisa indagante. Pero a la mente se me vino el nombre de Javier Zambrano, como una oleada del viento, rápida y fugaz.

-Qué cosa más extraña...

-¿Qué? ¿A quién conociste? –me di cuenta entonces de que lo había pronunciado en voz alta, o lo suficientemente fuerte como para que Maryugenia me oyera.

-¿Eh? Ah... –tartamudeé. 

-Vamos, Fidel, sé que conociste a alguien, tus ojos me lo dicen –insistió, con la sonrisa aún más amplia y los ojos chispeantes de curiosidad.

-Pues, amm... sí y no –farfullé.

-¿Sí y no? ¿Cómo es eso?

-Bueno, conocí a alguien que a decir verdad, me deslumbró; pero...

-¿Pero qué?

-Pero, no puedo decir que sea ese "alguien especial" –hice las comillas con mis dedos.

-¿Por qué no?

-No creo en el amor a primera vista, lo sabes –sacudí la mano, como restándole importancia al asunto.

-Sí; ¿pero sabes? Con Javier fue amor a primera vista –sonrió, como si de pronto se hubiera perdido en el recuerdo. –¿Tú dónde conociste a la chica? –preguntó de repente.

-Emm... en...–vacilé, mientras buscaba algún lugar ideal –en el avión.

-¿Se sentó junto a ti? –la curiosidad de Maryugenia parecía nunca terminar.

-Mmm...–recordé entonces cuando Javier se sentó a mi lado en el piso del pasillo, reí –algo así.

-¿Quieres contarme?

-No en realidad, no tiene demasiada importancia, Maryu. Era sólo una chica atractiva, cuántas más no hay aquí.

Y era cierto, porque para empezar, Javier sólo era una cara bonita entre muchos otros rostros en toda Venecia y además, no podía inventarme una historia acerca de una chica sólo por no tener el valor de decirle a Maryugenia que su novio me parecía lo más atractivo desde que había llegado a Venecia.

Pero eso en mí no era normal.

-Estoy realmente cansado, Maryu. Dime ¿dónde está mi cama?

-Habitación –corrigió ella y luego sonrió. –Justo allá –señaló hacía la derecha, apuntando una puerta de madera, blanca.

-Gracias. Mañana será un día fenomenal, mañana que no esté tan cansado.

-Que duermas bien, Fidel. ¡Wow! No puedo creer que estés aquí –lo último pareció que se lo dijo a ella misma –¡Te quiero!

-Y yo a ti. Buenas noches.

Arrastré las maletas hasta el pequeño cuarto que sería mi habitación y luego me interné en él. Era de tamaño medio, ni tan grande ni tan pequeño. Ideal para mí. La cama estaba al otro extremo de la puerta, contra esquina, cerca de la ventana; había un pequeño escritorio a lado derecho y un armario enfrente de la cama. Saqué de la maleta más pequeña el estuche donde traía mi cámara, y tomé una foto de la habitación. Aventé luego las maletas en alguna parte de la habitación y puse con cuidado la cámara en su estuche y lo coloqué sobre el escritorio, estaba demasiado cansado como para ponerme a acomodar la ropa justo ahora.

Me acosté sobre la cama y coloqué las manos bajo la cabeza, entonces me puse a pensar en todo lo ocurrido durante el día, y el rostro que había traído a mi memoria, era tan bello como el de un ángel, pero, un rostro que no me pertenecía. Pero, ¿por qué había pensado en él? ¿Por qué había pensado en la idea de que Maryugenia y Javier no se conocían lo suficiente como para decirse 'Te amo'?; me reí por lo bajo al descubrir que lo que yo tenía ahora era envidia, desde Chiqui sólo tontas habían figurado en la lista de mi corazón, y ahora Maryugenia había encontrado a alguien que no lo parecía, y yo le tenía envidia. Volví a reír. Qué patético. Pero lo cierto era que detrás de aquella risa burlona había una palpable preocupación, el corazón de Maryugenia no podía volver a romperse por segunda vez en una forma tan desastrosa como la primera. Allí figuraba mi miedo.

O eso creía yo.

Manual de lo Prohibido (Favier Galvano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora