Capítulo 9

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Rebusqué entre las amarillas hojas de aquel grueso libro de anuncios un buen laboratorio para imprimir las fotos que había tomado ayer. Maryugenia había partido temprano a su empleo y llegaría tarde, así que tenía que buscar alguna manera de pasar el rato.

Refunfuñé para mis adentros por no entender nada de lo que me mostraba el libro y me pregunté entonces cómo podría encontrar el laboratorio si no sabía siquiera leer el anuncio. Definitivamente tenía que aprender italiano. Aquella idea me hizo pensar en Javier y reí como tonto al recordarle. Pero eso abrió paso a una pregunta que me hizo fruncir el ceño... ¿por qué? Sin embargo, no era tan tonto como para no entender absolutamente nada de ese anuncio, me ubiqué un poco al distinguir las imágenes y garabateé la dirección en un papel de aquel lugar que parecía ser lo que yo buscaba.

Salí del departamento con la dirección en mente que afortunadamente había encontrado en la guía mientras trataba de acomodar mi cámara fotográfica en el estuche. Mis pies siguieron caminando entre tanto que intentaba introducir toda la cámara y de pronto mi andar se vio interrumpido al chocar con otro cuerpo.

-¡Lo siento! –dijimos ambos al unisón.

Levanté la mirada y me topé con un bello rostro meramente inmaculado. Su piel llana y pálida hacía lucir oscuros sus ojos, sin embargo poseían un hermoso color Siena con motas de luz y las pestañas se expandían con firmeza hacía arriba. Sus labios rellenos y rosados se estiraron y formaron una bonita sonrisa curiosa.

-Hola –pronunció.

-Hola –dije, medio atontado por el bello rostro juvenil que tenía justo enfrente.

-Perdóname. Es que soy un poco distraída -musitó, ligeramente ruborizada.

-No, no; el distraído soy yo –dije y luego me reí.

-Soy Elizabeth –me estrechó la mano.

-Fidel –me presenté.

-Eres gocho –adivinó.

-Sí, Santa Ana, de allí vengo.

-¿En serio? Yo nací en San Cristóbal. Soy gocha también; pero con raíces europeas –explicó.

Ahora había entendido entonces, por qué me había hablado desde un principio en español; pero luego dirigí la mirada hacía la puerta del departamento en el que ella iba a introducir la llave antes de que yo le chocará.

-¿Vives aquí? –balbuceé, al captar el trío de números que formaban el trescientos ocho.

-Sí, con mi tía; te dije que tenía raíces europeas.

La vieja gruñona con la que Maryugenia me había dejado la llave de su apartamento era tía de la linda muchacha que me sonreía en este instante. Abrí los ojos ante la sorpresa.

-¿Eres sobrina de la señora Magaly? –inquirí.

-Sí, ¿la conoces?

-Sí, bueno no –dije y su expresión pasó a ser una mueca de confusión. –Mi amiga me dejó la llave de su departamento aquí y sólo pasé a recogerla, de allí conozco a tu tía –expliqué.

-¡Oh! ¿Eres tú el lindo chico que se mudó con Maryugenia? –preguntó, como si hubiese completado un rompecabezas en su memoria.

-Sí y... gracias por lo de 'lindo'.

-Oh, bueno, eres lindo –musitó y se encogió de hombros. –¿Vas a algún lado?

-Sí, a un laboratorio de fotografía. ¿Sabes dónde queda la calle Squero de San Trovaso? –pregunté, mirando el papelito arrugado en mi mano y tartamudeando al leer el nombre de la calle.

-Sí, es cerca de uno de los canales hacía el norte.

-¿Está muy lejos?

-No, puedes ir caminando; son como cinco cuadras de aquí.

-Oh, gracias.

-Puedo llevarte si quieres, tengo auto –ofreció.

-No, gracias, hoy caminaré, tengo tiempo de sobra –musité con aplomo.

-Oh, está bien, ¿puedo invitarte luego un café? Para conocernos, digo, vamos a ser vecinos –se encogió de hombros un tanto avergonzada y ligeramente ruborizada.

-Claro, me encantaría.

-Hasta luego, entonces.

-Hasta luego –dije. –Oh, y grazie mille –murmuré lo que había aprendido de Javier el día de ayer, cuando agradeció al mozo.

Elizabeth me sonrió.

-Di niente, bel bambino –pronunció.

Me ruboricé un poco y le dije adiós con la mano; luego bajé las escaleras y me encaminé por las calles de Venecia esperando encontrar lo que buscaba.

Luego de unos minutos y de contabilizar mentalmente las cinco cuadras que Elizabeth me había mencionado, miré hacía el pequeño recuadro blanco ubicado en el muro externo del último edificio de la cuarta calle: Squero de San Trovaso. Sonreí satisfecho al haber acertado en mi búsqueda. Tenía la calle, pero aún me faltaba el laboratorio, decidí caminar hacía la izquierda, en donde los números ascendían, tenía que encontrar el doscientos treinta y siete.

Afortunadamente lo encontré, además de que pude visualizar fuera del lugar el letrero en letras grandes y negras que decía "Photo Lab". Eso hasta un torpe puede entenderlo.

Crucé la acera y me adentré en el lugar solitario y oscurecido, solamente iluminado por las luces del exterior que traspasaban por el ventanal, pero aquello no redujo ni un poco los escalofríos.

-¿Hola? –musité, esperando a que alguien en el oscuro lugar me respondiera.

-¡Tonta máquina! –gruñó una voz que salió de detrás de los almacenes. Una voz de un hombre.

Me quedé pasmado, y mis pies se quedaron congelados en el mismo lugar en donde se habían parado.

-¿Hola? 

Manual de lo Prohibido (Favier Galvano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora