Capítulo 8

3 1 1
                                    

-Genial, entonces vamos –se colocó a mi lado de nuevo y me hizo caminar junto con él.

Maryugenia era muy, pero muy afortunada. Ahora sí que le tenía envidia.

Seguimos caminando y tras unos minutos, me mostró un pequeño restaurante propio de un hotel, y con mis torpes ojos y mi casi nulo aprendizaje del idioma italiano pude entender un letrero en la parte superior de la verde lona que decía Bonvecchiati. La primera reacción de mi cuerpo fue la sorpresa, aquel establecimiento era muy bello y parecía de verdad costoso.

-Te encantará la comida, ya verás –me dijo, con el entusiasmo palpable en su voz.

-Mmm... no es un poco ¿caro? –pregunté, terriblemente avergonzado ya que no contaba con mucho dinero italiano en mi bolsillo.

-No encontrarás mejor restaurante que este, anda, ven. No te preocupes por el dinero –me sonrió y me tomó del brazo, algo que me erizó la piel allí en donde él la estaba tocando, haciendo que una vibra recorriera mi espalda.

Me jaló hasta allí y habló en italiano al mozo quien luego de unos segundos nos acomodó en una mesa cerca de la orilla de la terraza, en donde debajo corría un canal de agua.

Me senté y luego Javier tomó su asiento enfrente de mí. El mozo, un sujeto calvo y refinado nos dio un par de menús y se retiró; inmediatamente hice un mohín al no entender nada en aquella carta color tinto.

-¿Qué quieres? –me preguntó Javier, amablemente.

Mi mirada revoloteó una vez más por la carta ininteligible y la expresión de confusión saltó a mi rostro. La entonada carcajada de Javier rebotó en mis oídos con ese encanto inspirador propio.

-¿Qué tal si pedimos lasaña? ¿Te gusta? –inquirió.

-Sí. –me sentí tonto y avergonzado y puse la carta del menú sobre la mesa, junto a la que Javier también había dejado.

Ordenó en italiano al mozo que de nuevo se había acercado y desvié mi atención hacía las aguas del canal que se abría paso debajo de nosotros por todo el largo de la calle.

-Grazie mille –la inconfundible voz de Javier me hizo voltear a mirarle y mientras le agradecía al mozo, escruté su bello rostro.

Sus ojos poseían un brillo especial, un brillo que opacaba ferozmente al fulgor de las estrellas y seguramente las hacía ponerse celosas; ya que este resplandor que sus ojos soltaban era tan bello y delicado y por supuesto, capaz de iluminar a toda una ciudad en tinieblas, también. Sus labios rosados parecían el cojín de plumas bordado en seda de alguna realeza y al estirarse, formaban una bellísima sonrisa de ensueño, como la de un niño tatuada en la cara de un galán de revista. Su rostro era perfecto con ese tapiz de piel clara como las perlas, todo perfectamente proporcionado.

-¿Tengo algo? –preguntó y me hizo aterrizar.

-No. –El color se me subió al rostro al haber sido descubierto en mi análisis visual de aquella maravilla que era su rostro.

Después de un silencio incómodo, en el acomodo de ideas, nuevas sensaciones y miles de cosas que hacían que mi estómago se moviera, una luz llegó a mi razón y pudo conectar con mi lengua y hacer salir mi voz.

-Me decías que Eileen había aceptado. ¿Cuándo sería? –dije.

-Bueno, si quieres, mañana mismo. –Comentó, animado.

–Mañana... ¿Pero qué tal si le dan a Maryugenia el trabajo?

-Buen punto, entonces sería quizá hasta el domingo.

-No falta mucho, de todas formas. –dije, sabiendo que mañana era viernes.

El mozo llegó y colocó los platos delante de nosotros. El olor a queso fundido de la lasaña se adentró en mi nariz y mis tripas rugieron. La sonrisa de Javier apareció fugaz en sus labios y el rubor tímido en mis mejillas.

Mientras comíamos saqué varias fotografías del lugar y justamente como la vez anterior, el rostro de él apareció furtivo entre algunas.

No sabía qué pasaba, no sabía por qué cada vez que Javier hablaba me maravillaba tanto, no sabía tampoco porque cuando me miraba algo se removía en mi estómago, ni tampoco sabía por qué cuando mencionaba mi nombre me sentía especial. Eso me obligó a pensar en Maryugenia y sin saber tampoco por qué, me sentí culpable de pronto. 



Todos mis intentos por hacer que él no pagará mi comida fueron en vano.

-Yo te invité. –terminó por decir y antes de que yo le refutara algo, tendió el dinero sobre la mesa.

Me llevó de regreso hasta el departamento de Maryugenia, mientras que la fierecilla rogaba encontrar alguna manera de extender el tiempo y si era posible hacerlo parar. Aquello me daba miedo, porque yo también lo deseé.

Cuando llegamos, él subió conmigo, encaminando sus pasos junto con los míos.

-Espero que a Maryu le hayan dado el trabajo. –musité, mientras mis pies medio cansados, subían desganados los escalones del edificio.

-Yo también. Sueña con eso desde hace tiempo. –concordó.

-Exacto, sé que la haría bastante feliz estar dedicando su tiempo a algo que le gusta bastante hacer. –sonreí.

Abrí el departamento y oí el chasquido de la llave al quitar el seguro, entonces Javier siguió mis pasos y se adentró también. Una rara combinación entre la extrañeza y la emoción creció repentinamente en mi fuero interno. Me le quedé mirando cuando cerró la puerta.

-Son las tres treinta, seguro que le dieron el empleo. –dijo, observando el reloj que colgaba de la pared.

-¿Tú crees? –pregunté, mientras sentía a la fierecilla celebrar de la emoción y no precisamente por una buena razón.

-Sí, ¿te molesta si la espero? –preguntó, jugando con una manzana que había tomado de algún lugar de la cocina.

-No, por supuesto que no, siéntate.

La fiera celebró aún más, el tiempo con Javier se me había expandido, al menos hasta que Maryugenia llegará. Esa última idea no le agradó del todo a la fierecilla.



El día terminó, Maryugenia había llegado pasadas de las cinco de la tarde anunciando jovialmente su nuevo empleo y Javier, luego de tres horas se había marchado. Ahora yo me encontraba recostado en la cama, mirando el techo de nuevo, como en la noche anterior; haciendo un análisis del día transcurrido y trayendo a mi mente aquel perfecto rostro, maravillándome al recordarlo.

Manual de lo Prohibido (Favier Galvano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora