-Javier, ¿recuerdas lo que te dije acerca de la privacidad de las personas? –inquirí.
-¿Es el primer día que se conocen y ya tienen secretos entre ambos? –preguntó, queriendo sonar divertido, pero pude identificar en su voz algún tono amargo muy bien escondido.
-¡¡Wepaaaa!! –bromeó Maryugenia, atada de la cintura de Javier.
La fierecilla refunfuñó palabras ininteligibles.
Miré a Eileen, quién mantenía su mirada fugaz, primero mirando el piso, luego a mí, después a Maryugenia y por último a Javier, para después volver al piso. Imaginé que estaba ideando alguna forma de salir del embrollo.
-¿Sabes Maryugenia? –dije, como si nada. –Creo que invitaré a salir a Elizabeth –solté, no muy seguro de lo que estaba haciendo; pero si algo había que distrajera a Maryugenia de emparejarme con Eileen, era emparejarme con alguien más.
Funcionó, la mirada de todos se posó sobre mí. La de Eileen, agradecida por haber cambiado de tema; la de Maryugenia, resplandeciendo de emoción; y la de Javier, seria, rara.
-¿En serio? –gritó de emoción.
-Sí, la verdad es que es una chica muy agradable y muy linda además –dije, al fin y al cabo eso sí era verdad.
-¿Y cuándo? –se soltó de la cintura de Javier y ató su brazo al mío, haciéndome caminar y separándome de Eileen.
Ellos nos siguieron muy de cerca.
-No lo sé, mañana quizá –me encogí de hombros, indiferente.
-¿Entonces te gusta Elizabeth? –preguntó y miré por la colilla del ojo a Javier, quien iba un paso atrás de nosotros junto con Eileen; repentinamente atento, de nuevo.
¿Qué iba a decir? si decía que sí, Maryugenia especularía bastante hasta llegar a los planes de boda, era capaz; si decía que no, entonces no concordaría en nada con lo que yo había dicho antes, y quedaría como... un tonto.
-Pues... emm...–tartamudeé.
-¡Chicos miren eso! –interrumpió Eileen, señalando hacía una góndola. –¡Quiero subir!
-¡Yo también! –dijo Maryugenia.
-¿Qué dicen, chicos? –preguntó Eileen.
-Emm... bueno, yo... paso –musité, no tenía muchos ánimos de subir y andar sobre las aguas.
-Yo también –dijo Javier, con las manos en los bolsillos. –Vayan ustedes, nosotros los esperamos.
Capté la situación entonces, Javier y yo, solos de nuevo. La fierecilla brincó de alegría, y su grito era completamente entendible: ¡Sí, sí, sí, sí!
-¿Quieres ir, Maryugenia? –preguntó Eileen.
-Sí, hace mucho que no me subo a una, pero quiero que Javier y Fidel vengan también.
-Perdóname, Maryu; de verdad, yo paso. Puedes ir tú, Javier –dije al interpelado. –No se preocupen por mí, yo los espero.
-No, vayan ustedes –dijo él. –Esperaremos aquí –sonrió y besó la frente de Maryugenia.
-Aguafiestas –se quejó Maryugenia, pero igual se alejó junto con Eileen hacía la góndola.
Pero antes, Eileen me miró y me guiñó un ojo disimuladamente, entonces caí en cuenta de que había hecho lo mismo que yo había hecho antes con ella; sacarme de una situación incómoda.
Cuando se perdieron entre la multitud, me giré a mirar a Javier.
-¿Por qué no fuiste? –pregunté.
Se encogió de hombros.
-Ya me subí la vez pasada, me gusta más estar en tierra –dijo.
-Ya somos dos.
Nos sentamos en una de las bancas, sintiendo cómo el aire movía mi cabello.
-¿De qué hablaban Eileen y tú? –preguntó, como quien no quiere la cosa.
Me solté a reír.
-Ya recordé que eres curioso –musité.
-Qué bueno que lo sabes, así que dime ahora –quiso sonreír.
-No, no te voy a decir. Eso es entre tu hermana y yo –no sabía por qué, pero la fierecilla se sentía demasiado bien provocando celos en Javier, o al menos, creyendo que lo hacía.
-Me voy a enterar, ya verás –amenazó y luego sonrió.
-Ya veremos –reí.
-¿Quieres un helado? –preguntó.
-¿Intentas sobornarme con helado?
Él rió.
-¿Puedo?
-Lo siento, no –negué con la cabeza, divertido.
-Bueno, entonces te lo invito, ¿quieres?
Le miré, entrecerrando mis ojos en él.
-Sin mañas –alzó las manos.
-Está bien.
Nos paramos y nos dirigimos a la pequeña heladería que estaba enfrente.
-¿De qué lo quieres? –me preguntó.
-Chocolate.
Me sonrió y luego se dirigió hacía el chico rizado detrás del mostrador.
-Due gelato al cioccolato, per favore –musitó, con ese acento italiano ferozmente irresistible.
-Subito –dijo el chico y se dio la vuelta, tomando dos copas y depositando en ellas dos bolas grandes de helado de chocolate en cada una.
Le colocó chispas de chocolate arriba y luego nos lo entregó. Yo le agradecí con una sonrisa. Javier le pagó al chico y éste se dio la vuelta de nuevo para tomar el cambio.
-Che bella coppia che fate –dijo él, cuando le devolvió el cambio a Javier y luego me sonrió.
Javier rió y guardó su cambio en el bolsillo trasero de su pantalón.
-Grazie –musitó.
Me sentí tonto, definitivamente tenía que aprender italiano. Cuando salimos del establecimiento me mordí el labio inferior, indeciso de preguntarle a Javier, qué era lo que había dicho el chico.
-¿Está rico? –me preguntó él, con esa sonrisa burlona en su rostro.
-¿Eh? Sí –dije.
-Ni siquiera lo has probado –observó y luego comenzó a reír.
Qué torpe.
-Ah, sí, cierto –reí, sintiéndome de verdad tonto. –Oye, ¿qué dijo el chico cuando te devolvió el cambio? –pregunté, tratando de no verme curioso.
Él rió.
-¿Por qué quieres saber?
-Es bueno recopilar palabras en italiano para aprenderlo –qué excusa tan tonta.
Rió por lo bajo.
-Bueno, te digo si me dices lo de Eileen –negoció.
-Olvídalo –me negué.
-Eres duro –rió.
-Sí, y tú muy curioso. Así que olvídalo.
-Está bien. Ya veremos quién cede primero –especuló, divertido.
ESTÁS LEYENDO
Manual de lo Prohibido (Favier Galvano)
RomanceFalso y pérfido eran sinónimos de mi nombre. De todos los papeles que pude protagonizar, era dueño del único que todo el mundo en mi situación, rechazaría. Lo peor era que esta no era una obra de teatro, cuyo objetivo es sólo representar, actuar y f...