Capítulo 13

1 0 0
                                    

-Javier, ¿recuerdas lo que te dije acerca de la privacidad de las personas? –inquirí.

-¿Es el primer día que se conocen y ya tienen secretos entre ambos? –preguntó, queriendo sonar divertido, pero pude identificar en su voz algún tono amargo muy bien escondido.

-¡¡Wepaaaa!! –bromeó Maryugenia, atada de la cintura de Javier.

La fierecilla refunfuñó palabras ininteligibles.

Miré a Eileen, quién mantenía su mirada fugaz, primero mirando el piso, luego a mí, después a Maryugenia y por último a Javier, para después volver al piso. Imaginé que estaba ideando alguna forma de salir del embrollo.

-¿Sabes Maryugenia? –dije, como si nada. –Creo que invitaré a salir a Elizabeth –solté, no muy seguro de lo que estaba haciendo; pero si algo había que distrajera a Maryugenia de emparejarme con Eileen, era emparejarme con alguien más.

Funcionó, la mirada de todos se posó sobre mí. La de Eileen, agradecida por haber cambiado de tema; la de Maryugenia, resplandeciendo de emoción; y la de Javier, seria, rara.

-¿En serio? –gritó de emoción.

-Sí, la verdad es que es una chica muy agradable y muy linda además –dije, al fin y al cabo eso sí era verdad.

-¿Y cuándo? –se soltó de la cintura de Javier y ató su brazo al mío, haciéndome caminar y separándome de Eileen.

Ellos nos siguieron muy de cerca.

-No lo sé, mañana quizá –me encogí de hombros, indiferente.

-¿Entonces te gusta Elizabeth? –preguntó y miré por la colilla del ojo a Javier, quien iba un paso atrás de nosotros junto con Eileen; repentinamente atento, de nuevo.

¿Qué iba a decir? si decía que sí, Maryugenia especularía bastante hasta llegar a los planes de boda, era capaz; si decía que no, entonces no concordaría en nada con lo que yo había dicho antes, y quedaría como... un tonto.

-Pues... emm...–tartamudeé.

-¡Chicos miren eso! –interrumpió Eileen, señalando hacía una góndola. –¡Quiero subir!

-¡Yo también! –dijo Maryugenia.

-¿Qué dicen, chicos? –preguntó Eileen.

-Emm... bueno, yo... paso –musité, no tenía muchos ánimos de subir y andar sobre las aguas.

-Yo también –dijo Javier, con las manos en los bolsillos. –Vayan ustedes, nosotros los esperamos.

Capté la situación entonces, Javier y yo, solos de nuevo. La fierecilla brincó de alegría, y su grito era completamente entendible: ¡Sí, sí, sí, sí!

-¿Quieres ir, Maryugenia? –preguntó Eileen.

-Sí, hace mucho que no me subo a una, pero quiero que Javier y Fidel vengan también.

-Perdóname, Maryu; de verdad, yo paso. Puedes ir tú, Javier –dije al interpelado. –No se preocupen por mí, yo los espero.

-No, vayan ustedes –dijo él. –Esperaremos aquí –sonrió y besó la frente de Maryugenia.

-Aguafiestas –se quejó Maryugenia, pero igual se alejó junto con Eileen hacía la góndola.

Pero antes, Eileen me miró y me guiñó un ojo disimuladamente, entonces caí en cuenta de que había hecho lo mismo que yo había hecho antes con ella; sacarme de una situación incómoda.

Cuando se perdieron entre la multitud, me giré a mirar a Javier.

-¿Por qué no fuiste? –pregunté. 

Se encogió de hombros.

-Ya me subí la vez pasada, me gusta más estar en tierra –dijo.

-Ya somos dos.

Nos sentamos en una de las bancas, sintiendo cómo el aire movía mi cabello.

-¿De qué hablaban Eileen y tú? –preguntó, como quien no quiere la cosa.

Me solté a reír.

-Ya recordé que eres curioso –musité.

-Qué bueno que lo sabes, así que dime ahora –quiso sonreír.

-No, no te voy a decir. Eso es entre tu hermana y yo –no sabía por qué, pero la fierecilla se sentía demasiado bien provocando celos en Javier, o al menos, creyendo que lo hacía.

-Me voy a enterar, ya verás –amenazó y luego sonrió.

-Ya veremos –reí.

-¿Quieres un helado? –preguntó.

-¿Intentas sobornarme con helado?

Él rió.

-¿Puedo?

-Lo siento, no –negué con la cabeza, divertido.

-Bueno, entonces te lo invito, ¿quieres?

Le miré, entrecerrando mis ojos en él.

-Sin mañas –alzó las manos.

-Está bien.

Nos paramos y nos dirigimos a la pequeña heladería que estaba enfrente.

-¿De qué lo quieres? –me preguntó.

-Chocolate.

Me sonrió y luego se dirigió hacía el chico rizado detrás del mostrador.

-Due gelato al cioccolato, per favore –musitó, con ese acento italiano ferozmente irresistible.

-Subito –dijo el chico y se dio la vuelta, tomando dos copas y depositando en ellas dos bolas grandes de helado de chocolate en cada una.

Le colocó chispas de chocolate arriba y luego nos lo entregó. Yo le agradecí con una sonrisa. Javier le pagó al chico y éste se dio la vuelta de nuevo para tomar el cambio.

-Che bella coppia che fate –dijo él, cuando le devolvió el cambio a Javier y luego me sonrió.

Javier rió y guardó su cambio en el bolsillo trasero de su pantalón.

-Grazie –musitó.

Me sentí tonto, definitivamente tenía que aprender italiano. Cuando salimos del establecimiento me mordí el labio inferior, indeciso de preguntarle a Javier, qué era lo que había dicho el chico.

-¿Está rico? –me preguntó él, con esa sonrisa burlona en su rostro.

-¿Eh? Sí –dije.

-Ni siquiera lo has probado –observó y luego comenzó a reír.

Qué torpe.

-Ah, sí, cierto –reí, sintiéndome de verdad tonto. –Oye, ¿qué dijo el chico cuando te devolvió el cambio? –pregunté, tratando de no verme curioso.

Él rió.

-¿Por qué quieres saber?

-Es bueno recopilar palabras en italiano para aprenderlo –qué excusa tan tonta.

Rió por lo bajo.

-Bueno, te digo si me dices lo de Eileen –negoció.

-Olvídalo –me negué.

-Eres duro –rió.

-Sí, y tú muy curioso. Así que olvídalo.

-Está bien. Ya veremos quién cede primero –especuló, divertido.

Manual de lo Prohibido (Favier Galvano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora