Capítulo 14

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No llevaba la cuenta de los días en un calendario, pero ya eran más de dos semanas las que habían pasado desde que yo había llegado a Venecia, y con ello; la amistad crecía por varios caminos.

Elizabeth, se había vuelto una persona muy comprensible y amable conmigo, incluso, cuando la invité a salir, se mostró emocionada y dispuesta; ahora nos veíamos para tomar un café cada vez que queríamos, o si no, simplemente nos poníamos a platicar en el pasillo antes de entrar a nuestros respectivos departamentos. Había descubierto además, que tenía espíritu de poeta.

Con Eileen era distinto, había muchísima confianza, debido a que yo era la única persona que había descubierto su secreto y ahora, contarnos cosas era parte de una plática casual entre ambos. Era bastante atenta y siempre me preguntaba por Maryugenia. Cuando salíamos a pasear, nunca nos faltaba de qué hablar y al final del día, terminábamos contándonos secretos pequeños.

Jean era otra de las personas con las que había logrado una bellísima amistad en menos de una semana; su simplicidad y simpatía habían sido fundamentales para ello. Era muy animado y siempre, me contara lo que me contara, me sacaba una sonrisa. Además de que yo tomé por costumbre ir al negocio de su familia a revelar mis fotografías. Tenía apenas dieciocho años, pero su mente era tan madura que parecía incluso mayor que yo.

Javier, ese era un caso muy distinto a todos. Él se había vuelto un gran amigo, el tiempo que compartíamos juntos era mucho más grande que el de cualquier otro, debido a que cada noche a las siete tocaba el timbre y pasábamos una hora riendo, hablando y a veces jugábamos con la baraja de cartas que Maryugenia conservaba de su padre. Sí, la amistad entre él y yo crecía cada vez más; pero junto a ello, crecía también una extraña emoción cuando le veía, una extraña sensación cálida en mi estómago y un entusiasmo palpable al oír el timbre sonar cada noche. Pero sólo hasta que llegaba Maryugenia, porque luego, la fierecilla se apoderaba de mí y podía sentirla en mi fuero interno perfectamente disgustada, ella quería más tiempo con Javier. Todo aquello comenzó a darme cierto temor, estaba experimentando sensaciones bastante extrañas, al menos las denominaba así porque no tenían que pertenecerle al novio de mi mejor amiga.

Miré el reloj en forma de gato que pendía de la pared cercana a la cocina, eran las cuatro y media de la tarde. Tomé mi morral y me dirigí al estudio de fotografía de los Agnelli, para que Jean me ayudara con las fotos, como siempre. Al salir me encontré con Elizabeth quien al instante me regaló una bonita sonrisa.

-¿Vas a algún lado? –me preguntó.

-Sí, al laboratorio de fotografía de los Agnelli.

-Oh, ¿quieres que te acompañe? –se ofreció.

-Sí quieres, a mi me encantaría.

Así, salimos hasta allá. Elizabeth era muy inteligente. Maryugenia me había mencionado varias veces que era muy obvio que yo le atraía a Elizabeth; sin embargo, era como si mis ojos hubieran quedado cegados por un meteoro, y ya no pudieran ver las estrellas. En este caso; Javier sería el meteoro y Elizabeth la estrella.


Cuando llegamos, Jean tardó en salir, estaba peleando con la máquina de impresión, de nuevo.

-¡Espera sólo un momento, Fidel! –gritaba desde atrás, mientras que yo no dejaba de reír. Pobre de él, esa máquina siempre le sacaba canas verdes.

Elizabeth permaneció tranquila, observando las cosas en el local, hasta que Jean apareció por fin detrás del mostrador.

-¡Listo! –me sonrió con esa sonrisa que se expandía tierna sobre su rostro.

Cuando Jean desvió la vista de mí, la posó en la única otra persona que estaba conmigo. Elizabeth lo miraba embobada.

-Oh, –musité– Jean, te presento a una amiga. Elizabeth, él es Jean –dije a la interpelada– del que tanto te he hablado; Jean, ella es Elizabeth, mi vecina.

La cara de Elizabeth era de sorpresa, asombro y fascinación y en sus ojos existía un brillo que hace unos minutos no se encontraba allí.

-Hola –balbuceó.

-Hola –respondió él.

Ambos se sonrieron y luego Jean me dedicó su atención a mí.

-¿Fotos nuevas? –me preguntó, entusiasmado.

-Ya lo sabes –reí e hicimos lo de siempre.


Luego de unas horas y de que Elizabeth y Jean se conocieran más. Decidimos ella y yo que era hora de regresar. El sol ya se había puesto cuando Elizabeth y yo caminábamos hacía el edificio.

-Tu amigo es muy bonito –musitó, ruborizada ligeramente. –Muy simpático, además.

Me solté a reír.

-Creo que lo pude haber adivinado –admití y ella enrojeció más, la pálida piel de sus mejillas se pintó de color rojo.

-¿Por qué dices eso? –preguntó, avergonzada.

-Por tu cara y cómo lo mirabas.

-¿Tan obvio era? –hizo un mohín.

-Algo.

Ambos reímos.

-¡Elizabeth! –dije, de pronto, quizá hasta sacándole un susto por la forma en que me miró –¡Tú sabes italiano!

-Emm... sí –musitó sin comprender; y es que había cambiado de tema repentinamente.

-Dime qué significa...–hice memoria para acomodar las palabras en orden y tratar de pronunciarlas correctamente –"Che bella coppia che fate"

A lo mejor Javier creía que ya se me había olvidado lo que el muchacho de la heladería nos dijo y que no me quiso traducir, pero para mala suerte de él, yo tenía muy buena memoria.

-Qué bella pareja hacen –dijo, Elizabeth.

-¿Disculpa?

Elizabeth rió.

-Eso significa.

Abrí los ojos ante lo poco evidente y ante la ilógica de que me emparejaran a mí con Javier. Luego me solté a reír de nuevo; no sabía si avergonzado o de verás divertido.

-¿Por qué? –inquirió, Elizabeth.

-Porque... lo vi en la televisión, en una película. Quería saber qué significaba –inventé.

-Claro –musitó.

-Me tengo que ir. Buenas noches, Elizabeth –dije, fingiendo un bostezo.

Lo cierto era que después de mí tarde con Jean y Elizabeth, no estaba cansado; pero sí quería escapar de las escenas que Maryugenia y Javier protagonizaban en la sala. El chasquido de sus labios al juntarse, los suspiros, las caricias que se daban, todo me resultaba ahora insoportable.

-¿Tan pronto te irás? –me preguntó.

-Sí, estoy muy cansado –me pregunté si fingir otro bostezo sería muy exagerado.

-Está bien, hasta mañana. Descansa, que tengas una linda noche –me dijo y tuve que hacer hasta lo imposible por reprimir un suspiro.

-Gracias, hasta mañana.

Me dedicó una última sonrisa y al instante me vi obligado a responderla. No hacerlo sería prácticamente irrealizable.

Manual de lo Prohibido (Favier Galvano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora