-Prólogo-

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Lunes, 7 de abril de 2008

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-No puedes hacer esto... Dejarla aquí como si no te importara nada...

-¡Venga ya mamá! ¡Si a ti te encanta estar con ella!

-Pero eso no significa que me la tengas que dejar a mí porque tú no quieras cuidarla. Es tu hija...

La mujer más joven de las dos saca un cigarro, lo enciende y empieza a inhalar el humo que desprende. La otra mujer la mira decepcionada y decide darle un golpe a la mano de la que es su hija, lo que provoca que el cigarro caiga al suelo y la ira de Tania empiece a brotar. Las dos mujeres se miran fijamente durante unos segundos hasta que, a su derecha, la puerta se abre lentamente. Una pequeña niña de pelo negro como la noche y unos grandes ojos azules entra despacio hasta colocarse tan solo a unos centímetros de la que es su madre.

-¿Pasa algo mamá?

-No.

Tania mira hacia la ventana, la cual tiene a su izquierda. Tiene la mirada perdida y está preocupada porque no sabe si debe o no hacer lo que su corazón le dice. Cuando vuelve a mirar a su pequeña, sus ojos oscuros como el carbón se centran en aquellos ojitos celestes, llenos de pasión, curiosidad y ganas de vivir.

-Te vas a quedar aquí unos días, ¿vale? La mamá tiene que preparar unas cositas que cuando vuelvas a casa te van a encantar. -Tania baja la mirada y traga saliva. No le gusta mentir, y menos a aquella niña indefensa- ¿Por qué no te vuelves a ir a la cama? Ya es tarde y mañana tendrás que madrugar.

La pequeña abraza a su madre y a la que es su abuela. Va corriendo hacia la puerta, pero antes de salir se para, agarra con fuerza su oso de peluche y se gira.

-Buenas noches, ¡os quiero!

Y ahora sí, sale corriendo de la sala riendo y dejando, otra vez, solas a las dos mujeres.

-¿Me estás diciendo de verdad que le vas a mentir así a tu hija?

-¿Y qué quieres que haga? ¿Decirle que no puedo pagarle nada y que tengo que dejarla aquí para siempre? -Sus ojos empiezan a cristalizarse e intenta no soltar ninguna lágrima- No puedo hacer eso...

-Podrías...

-¡No! No pienso hacer nada de lo que me digas. Todo fue un error... Yo... Yo no quería... -Las manos le empiezan a temblar y aprieta los puños lo máximo que su fuerza le permite- Ella es un error y no pienso hacerme cargo.

Tania se va a ir cuando algo la detiene, agarrándola del brazo y haciendo que se pare en seco. Su mirada se cruza con la de su madre, que rebosa ira, a diferencia de la suya, que está llena de tristeza e intranquilidad.

-Vete de aquí... Y no vuelvas a hablar así de la niña. Mayra es tu hija te guste o no.

-Lo siento... No quería hablar así de ella... Tú sabes que la quiero ¿no?

-¡Vete! -Se acerca y quedan tan solo a unos centímetros la una de la otra- Y no vuelvas nunca más por aquí.

Y ahora sí, la suelta del brazo haciendo que se tropiece con sus propios pies y casi caiga al suelo.

Y así es como ella, la mujer que creó a esa pobre niña, se fue y no volvió, dejándola con su abuela, la que se convirtió en su madre y la que la cuidó hasta cuando ella misma no se podía cuidar a sí misma.

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