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Dedicado a CarlieLeblanc ♥

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—¿Quieres algo de beber?

Bennet me mira por encima del hombro cuando se dirige a la cocina tras haber dejado a su mascota en el patio trasero. Me quedo mirando una vez más el cuadro de un campo de flores que cuelga de la pared.

—No, gracias —susurro. Él se posiciona a mi lado.

—¿Te gusta? Lo pintó mi abuela.

Lo observo con sorpresa.

—¿De verdad?

—Sí, le gustaba mucho pintar.

Sonrío antes de regresar mi vista a las pinceladas de colores en el lienzo. La imagen me hace sentir tan feliz... casi puedo sentir el sol sobre mi piel y el viento en mi cabello, oler el perfume de las flores. Suspiro.

Todavía no puedo creer lo que te hace sentir el arte. Una pintura, una canción, un libro... Son capaces de evadirte de la realidad y transportarte a otro mundo.

—Yo también pinto —me escucho confesar. Siento la mirada de Bennet escaneando mi perfil, pero no despego mi vista del cuadro—. Casi nadie lo sabe, es mi secreto.

Sonrío con ironía. Tantas cosas que debería mantener en secreto y son las que debería gritar a los cuatro vientos las que prefiero callar.

—¿Por qué?

Me encojo de hombros.

—No lo sé. Me da vergüenza, supongo. No soy muy buena en ello, solo lo uso como... desahogo.

Me río antes de mirarlo, burlándome de mí misma, pero él ni siquiera sonríe. Me admira con mucha seriedad y tengo la sensación de que está intentando mirar a través de mis defensas. Me pongo tan nerviosa por algún motivo, que sin ser consciente hago lo que siempre me funciona como distracción.

Tuerzo los labios en una sonrisa traviesa y me acerco para colocarle una mano sobre el pecho. Siento la fuerza de sus músculos bajo mi palma, el calor que irradia su piel y el fuerte latido de su corazón. Mis dedos se contraen cuando posa su mano sobre la mía.

Su otra palma sube hasta ahuecar mi rostro y pasa su pulgar por mi mejilla.

—¿Desahogo de qué? —pregunta en voz baja.

Me encojo de hombros una vez más...

—¿Importa?

—Claro que sí —susurra.

Se inclina a depositar un beso suave en mi mejilla y suspiro. Mis dedos se cierran en la tela de su camisa y tiro más cerca de él. Sus manos me acarician las caderas cuando entierro mi nariz en su pecho. Hay algo en él, en su actitud y calma, que me da deseos de contarle todo.

Pero al final el miedo gana y solo digo:

—A veces tengo días malos y no me siento como yo.

Su mano sube por mi espalda en una caricia lenta hasta llegar a mi cuello.

—Es normal tener esos días. Mientras no olvides eso, que son malos días y no una mala vida, todo está bien.

Sonrío.

—Qué sabio eres.

Enreda sus dedos con cuidado en el cabello de mi nuca y tira suavemente de él, de manera que pueda mirarlo a los ojos.

Cherry bombDonde viven las historias. Descúbrelo ahora