Keitha deslizaba sus dedos sobre las teclas del gran piano de cola, deleitando a los oídos de mi madre e irritándonos a Aideen y a mí. Desde que tengo uso de razón Keitha ha tocado el piano, estaba tan familiarizada con las sinfonías que las repetía solo para satisfacerse de una manera perfecta, pero jamás había fallado una nota. Nunca.
–Quemaré ese piano –murmuró Aideen entre dientes.
–Aideen –advirtió Nereida, lanzándole una mirada por encima de su libro.
Sonreí al ver el título. Se lo regalé yo en su último cumpleaños, después de haberlo terminado. Le quedaría poco para llegar a la parte en la que los protagonistas se arrancan la ropa con los dientes, seguramente carraspearía y se iría a leer en su dormitorio.
–Mierda –susurró mi padre.
Mi madre le dio un codazo y nosotras nos echamos a reír, mi hermana nos ignoró y siguió tocando una pieza.
–Didiane, querida, necesito que organices una reunión entre los seis reinos y el rey Drystan.
La música dejó de sonar y el cabello esmeralda de mi hermana se hizo a un lado. El rey Drystan no era precisamente santo de nuestra devoción, ni nosotros de la suya. Odiaba a los Zyxian, nos envidiaba y nuestras relaciones se mantenían en una severa cordialidad. Nosotros nos quedábamos en nuestros territorios si él no irrumpía, no usaríamos nuestros poderes en sus pueblos si sus ejércitos se quedaban al margen. No había tenido muchos encuentros con él, pero en todos había murmurado una oración. Había humanos que nos tachaban de dioses, otros les rezaban para que nos sacaran de este mundo. Hijos de Satanás nos habían llamado una vez, por no ayudar en sus cosechas.
–¿Qué ocurre? –preguntó Keitha.
–Evren tiene un comunicado urgente –respondió él, poniéndose en pie.
–¿Qué hay de Caelus? –inquirió mi madre.
Mi padre se pasó las manos por la cara. Me miré las uñas, sabiendo que no pedirían mi opinión. Estos casos los dejaban para ellas dos.
–Nereida. –Acudió él.
–Keitha –repuso ella.
Mi hermana se miró las manos.
–Debe estar al tanto, le comunicaremos todo al finalizar el encuentro.
El resto asentimos y, cuando mi madre se dispuso a ir a su despacho la puerta sonó. Mi madre hizo un movimiento con sus dedos y se abrió por completo.
Una mujer de largos cabellos color arena se acercó, una de nuestras ayudantes en el Palacio, Grilga. A su lado estaba un señor que jamás había visto, de casi dos metros por lo menos.
Tenía el pelo casi un palmo más largo que los hombros, negro y ondulado, sus ojos eran rojos como la sangre y de su cuello colgaba un collar del mismo color. Tenía que ser de mi reino entonces, aunque llevaba tanto tiempo sin pisarlo que no me extrañaba que su rostro fuera desconocido para mí, hermoso sin embargo, como cualquier miembro de mi hogar. Teníamos la fama de los Zyxians más bellos, completamente merecida. Keitha abrió un poco la boca, sin duda embaucada. Tenía una especie de belleza exótica, atrayente.
–Azmaveth –saludó mi madre, apresurándose a él–. No podíamos esperar a su llegada.
Quizá había leído sobre él en alguno de los archivos de mi reino.
–Su Majestad. –Azvameth se inclinó e hizo una reverencia.
Mis hermanas y yo nos miramos, esperando a que nuestra madre comunicara la razón de por qué ese hombre estaba aquí. A sus espaldas, unos trabajadores subían por las escaleras un rojo baúl.
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Fuga de estrellas
FantasyZYXIANS #0 --Precuela de Nadriv-- Entendía muy pocas cosas de la existencia de mi mundo, pero jamás entendería las estrellas y qué serían para mí. Cuando era pequeña me juraron que eran héroes que habían abandonado la tierra, después creí por mí m...