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–Charis –dijo al entrar–, creo que nuestra discusión fue estúpida.

–Aprecio tu disculpa –corté.

Él se cruzó de brazos.

–Charissa...

Suspiré pesadamente

–Oh, para de hablar, solo vas a molestarme –repuse, exhausta.

–Bien.

–Bien.

Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos también. Él seguía con sus ojos grises fijos en mí y un leve rubor en las mejillas, sus labios apretados.

–¿Qué miras? –pregunté finalmente.

No contestó. Se acercó a mí y tomó mi cabello en un puño y me besó, tal y como fuera a despojarme de mi miedo. Besó mi cuello y se deshizo con delicadeza de mi vestido dorado, pero dejó las joyas y la tiara como único complemento.

–Arrodíllate –me ordenó entre jadeos.

Lo miré confundida, pero le obedecí. Me quedé de rodillas frente a él, mientras su pantalón caía hasta el suelo. Lo miré a los ojos desde abajo, sin saber qué debía hacer entonces. Hades acarició mi cabello y después estiró hacia delante. Comenzó a darme unas pequeñas instrucciones en un tono ronco, como si estuviera imaginando el procedimiento. Yo asentí a cada una de sus palabras y lo tomé entre mis dedos.

Solté el aire de mis pulmones e hice lo que me había mandado, dejando que sus manos siguieran el ritmo que debía tener. Lo escuché jadear y sentí como se estiraba, sus manos seguían apretando de mí y movían mi cabeza cada vez más rápido.

Quizá lo hice bien por suerte, porque la realeza Zyxian pocas veces acataba erróneamente una orden o porque estar con Hades lo hacía sencillo, pero cuando terminó sobre mi cuerpo me tiró a la cama y, no sé cómo, me hizo sentir más placer que todas las veces anteriores.

Antes de que sus piernas me rodearan estiré mis manos hacia su camisa, que solo quedaba abrochada por el final, intentándolo una vez más.

Sus dedos volvieron a tomar mis muñecas, con una suavidad de la que nunca me había percatado. Se llevó mis manos a sus labios y las besó, bajando la cabeza.

–No quiero que lo veas –musitó.

Me senté en la cama y él se quedó mirándome, sin decir nada más.

–Por favor –pedí.

Cerró los ojos y permitió que mis manos siguieran su camino hasta la prenda, estiré un poco de su brazo y se dio la vuelta, dejándolo todo a mi vista. Me llevé las manos a la boca y contuve mis ganas de llorar.

Su espalda estaba llena de cicatrices de cortes, de latigazos y, a cada lado del hombro, una marca que conocía bien.

La misma marca que tenía Iris después de que yo arrancara sus alas. Hades había poseído alas. Unas alas que a él también le habían arrebatado y yo..., delante de él...

–Lo siento –susurré, con lágrimas en los ojos–. Siento que tuvieras que verlo.

Besó mis mejillas y sujetó mi rostro con sus manos.

–Mi destino era hacerlo –dijo él–, lo evitaste. Estaré profundamente agradecido por ello.

Gateé por la cama hasta quedar detrás de él, pasé mis dedos con delicadeza y besé sus cicatrices, como él había besado las mías una vez. Su cuerpo se irguió ante el contacto y, cuando pasé las yemas de mis dedos en las marcas donde una vez habían estado sus alas, dejé un beso en su cuello y caí acostada para volver a besar sus labios.

Fuga de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora