XI

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–No sé cómo hacer esto sin mi poder –confesé.

Caiden me miró, escondido junto a mí bajo el suelo.

Escuchábamos los pasos de los soldados arriba de nosotros, sus comentarios y el sonido de golpes y quejidos. Teníamos que esperar a trazar un plan donde el cobre de la habitación que teníamos arriba no pudiera convertirse en impedimento. Mis manos temblaban y no sabía cómo había podido mantener mi vista despejada.

–Hay luz por todos lados –dijo, asomándose por una rendija–. No puedo transportarme.

Suspiré y abracé mis piernas. Eran demasiados y nosotros tan solo dos sin habilidades. Uno sabía pelear, la otra no, y Caiden no podría enfrentarse a tantos guerreros.

Me restregué los ojos y él tomó mi mano para impedirlo, llevándosela a la boca para dejar un beso en la palma.

–Lo siento tanto –musitó, avergonzado.

–No estabas consciente.

–Si alguien te hiciera daño lo mataría –dijo–, me mortifica saber que lo he hecho yo, Charis. Otra vez.

Acarició las grietas en mi brazo.

–Has estado convertido más tiempo de lo normal –comenté, acurrucándome entre el polvo.

–No hay comida, Alteza –contestó–. Cuando fui a comunicarlo pasó todo.

–¿Llegó el ejército? –pregunté.

–No –respondió–. No, querida. Hades me dio una verdadera paliza.

Me quedé en blanco, respondiendo en parpadeos. Iba a decir algo cuando me interrumpió, con una voz suave y lenta.

–No lo culpo –prosiguió–. No sabía por qué lo hacía, cuando me escapé para preguntarte vi tu brazo y tuve que volver. Me merecía esos golpes.

–Caiden...

–Entonces sí llegó el rey de los humanos que habitan en la Nada y disparó con flechas de cobre. Hubo una gran pelea, nos dividimos, perdí de vista a Hades y aquí estoy: cubierto de telarañas y con la mujer más preciosa del planeta.

No dije nada hasta unos minutos más tarde, tan solo opté por pasar mis brazos alrededor de uno de los suyos, fuertes y firmes. Caiden dejó un beso sobre mi cabello, reconfortante. 

Aún sentía mi respiración fallar cuando estaba cerca de él, mi mente vagando a lo que pasó y mi piel humedecerse de sudores fríos. Tenía que recordar una y otra vez que estaba a salvo, que ese era Caiden. El verdadero Caiden, el que jamás me pondría una mano encima.

–¿Qué hacemos?

Se escuchó otro golpe y yo pegué un salto. Después oí las voces de los soldados.

–¿Dónde está? –preguntó uno de ellos.

Nada.

Volví a escuchar el sonido de cadenas y un jadeo que provenía de Hades. Sentí mis piernas temblar. Golpe tras golpe, clavé mis uñas en mi compañero para escapar, para aparecer y estar con Hades, pero no me dejaba moverme.

–Caiden, ¿qué demonios hacemos?

Caiden pareció pensativo y desapareció en la oscuridad. Me quedé mirando la nada hasta que volvió a mostrarse, con arcos y espadas de metal. 

–Soy incapaz de usar nada de eso –informé.

Caiden me dio una espada, ignorando mi comentario por completo.

Fuga de estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora