Encontré a mi padre en su despacho. Ni siquiera levantó la vista de la pila de libros y apuntes cuando entré, acostumbrado a que rondara por ese cuarto mientras trabajaba. Su cabello castaño cobrizo estaba despeinado, cosa inusual en él, su piel morena tensa y sus ojos anaranjados, como los de mi hermana Aideen, puestos en una hoja llena de garabatos.
Mi padre, antes de ser gobernante del Todo, había sido el rey Fuego.
Con la explosión se había creado el mundo como se conoce hoy en día, dividiéndose en reinos para los Zyxians; países, continentes, estados y territorios para los humanos. Así, el océano que dividía el este del oeste significaba la división del Fuego y la Nada respecto al Aire y a la Tierra. En el sur, aislado del mundo y con un frío punzante estaba el Aire. Y de esa manera se repartieron los seis reinos entre mi abuelo y sus hermanos. Los primeros seres que nacieron con un poder mayor al de otros.
Con la muerte prematura –asimilando los mismos síntomas que Caelus– de mi abuelo, mi padre lo sustituyó y, nada más sentarse en su trono, su ser entero cambió. El fuego lo había elegido, él había elegido al fuego.
Los años pasaron y una guerra surgió, destruyendo a los gobernantes de otros reinos, mi padre luchó para mantener su nación intacta, hizo alianzas con criaturas, salvó a miles y la misteriosa Evren se puso de su lado para luchar junto a él. Vencieron y, con los reinos divididos y sin un rey que los organizara, solo le quedó a mi padre crear el Reino Todo.
Un reino que controlaba a todos, que contaba con todos los poderes y fortalezas, la capital del mundo entero.
Después se casó con mi madre y poco a poco llegamos nosotras.
Nereida llegó, con su largo cabello azul y supieron que debía ocuparse en un futuro de aquellas tierras en el suroeste. Después Keitha, con una melena esmeralda, haciéndose cargo del noroeste.
Aideen, nacida como una réplica de mi padre, se encargaría del sureste. Solo quedaba aquel territorio abandonado y en soledad y la otra mitad del centro del mundo, la que hacía frontera con el Todo, justo arriba del Fuego.
Nací yo y mi físico no dio indicaciones de a quién debía reinar. Ni el pelo negro como los habitantes de la Nada, ni violeta como los del Aire.
No supieron dónde asignarme hasta que nació Caelus, quién debía pertenecer al Reino Aire sin duda, por lo que yo me formé más tarde que mis hermanas en cuanto a lo de estudiar mi propio reino se refiere. Obtuve mis poderes más tarde, me coroné más tarde, me instruí más tarde. Sin embargo, aunque durante un tiempo me sentí desplazada de sus asuntos importantes en los que no podía participar aún, esperé sin crear un gran escándalo. La única cosa por la que he esperado pacientemente en toda mi vida.
Y entonces mi padre, como buen rey de reyes que era, debía solucionar el problema del Reino Aire sin demorarse demasiado.
–Papá –dije, intentando llamar su atención.
–Te escucho, princesa –respondió, sin despegar la vista.
–He tenido una idea para resolver esto.
Mi padre soltó los papeles sobre la mesa y me miró.
–Adelante –invitó.
–Quizá si creamos algo que garantice...
–¿Más libertades civiles? –terminó él–. Algo que les dé a los Zyxians la posibilidad de comunicar si algo no va bien en su reino, poder cambiar algo y avisarnos. ¿Era eso, Charis?
Cerré la boca, la abrí y volví a cerrarla. Al final opté por asentir simplemente, algo avergonzada.
–Entonces me temo que se te han adelantado –me avisó. Yo abrí los ojos.
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Fuga de estrellas
FantasyZYXIANS #0 --Precuela de Nadriv-- Entendía muy pocas cosas de la existencia de mi mundo, pero jamás entendería las estrellas y qué serían para mí. Cuando era pequeña me juraron que eran héroes que habían abandonado la tierra, después creí por mí m...