IV

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Cuando Sergio se durmió esa noche, sedado por los analgésicos y medicamentos. Nuevamente lo mire.

Se me hizo imposible resistir la tentación, de acariciarle su mejilla palida con el dorso de uno de mis dedos. Era tan pequeño...Tan débil...

No quería perderlo. No quería perderlo cómo mamá.

¿Qué haría yo sin Sergio?¿Podría perderlo, cómo perdí a mamá?¿Podría?¿Sobrevivire a ver su pequeño cuerpo en un ataúd barato y pequeño?¿Qué pasaba si ese tratamiento que estaban probando en él, fallaba?

De pronto, la habitación se me hizo demasiado pequeña, al igual que mi garganta que no me permitía respirar con normalidad. La bilis amarga, comenzó a subirse por mi esófago, hasta mis papilas gustativas, que asqueadas, no se resistieron a regalarme una arcada nauseabunda.

Y así, como un borracho sin clase, no me costó nada llegar al pasillo y lanzar torpemente lo poco que había desayunado, a ese tarro de basura que se encontraba al lado de una llamativa planta artificial.

No quería estar allí. Y ese vómito que no paraba de salir de mi boca, era solamente la cuspide de una tarde con los intestinos tensionados por el estrés y los nervios.

Estaba débil, no había comido nada en todo el día y lo poco que había ingerido al salir de casa, se encontraba allí, cubriendo vasos descartables y envoltorios de golosinas. Con gusto a mierda en la boca y seguramente mi cabello hecho un desastre. Lo que menos deseaba era que alguien más me viera en esa situación.

Y fue ahí en donde por segunda vez en el día, los vi. Esos ojos azules.

Esos ojos, me observan fijamente, mientras el dueño de ellos simplemente alzaba una ceja curiosa, con su hombro apoyado contra la pared y sus largos brazos cruzados sobre su pecho.

Y en la oscuridad del pasillo, en la soledad que brindaba esa hora de la madrugada, en la que solo los familiares asignados de los enfermos y las enfermeras podían estar, no podía dejar de pensar que ese chico (con sus ojeras, esos ojos frios y espectrales, esa ropa blanca) parecía un alma en pena, con una actitud curiosa y ciertamente desinteresada.

Entonces, sabiendo que tenía mi baba prácticamente colgando por la comisura de mi boca y la frente perlada de sudor, me atine a enderezar y preguntarle con cierta ironía en mi voz ronca: "¿Cómo me ves?"

Sabiendo que su respuesta sería algo cómo: "Fatal, asqueroso o patético". ¡Tantas opciones para decir!

Pero...¿Sabes cuál fue su respuesta, querido Diario?

"Bello."

¿Y sabes qué fue lo que más hizo mi corazón latir, querido Diario? Lo que me agregó luego de unos segundos, con una sonrisa que me quitó el aliento...

"Poderoso..."

Martín, ese chico de ojos azules. Sólo necesito esas dos palabras, para hacerme olvidar de todo... Y creerle.

El chico de ojos azules. [Berlermo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora