III

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Siempre me pareció que Sergio era pequeño para su edad. Yo solía medir el doble cuando era de su edad.
Era un niño flacucho, con gafas y ojos grandes de corderito. Su personalidad tampoco era parecida a la mía, considerando que yo a esa edad, tendía a robarme los útiles de mis compañeros y el dinero de las maestras.

Pero lo ame, el primer día que lo vi, en los brazos de mi madre. Sergio era un niño tímido y reservado, a pesar de la poca edad que tenía. A pesar de eso siempre me había parecido un niño valiente. ¿Qué niño siendo tan pequeño se somete a tantos tratamientos y cirugías?

Por eso, nunca me había parecido tan indefenso y débil, cómo lo vi esa tarde en esa enorme cama, cubierto de tubos y aparatos.

Había empeorado, se le notaba que no había tenido una buena noche, a juzgar por las enormes ojeras que tenía, mientras se frotaba sus ojitos con esas pequeñas manos, que se perdía en las enormes mangas de su pijama.

Yo no creía en ningún Dios. De hecho no me llamaba tanto la atención la religión, como para creer que un ser de una esencia metafísica, pudiera ser capaz de decidir sobre nuestro propio destino...
Pero, era cuando veía a mi pequeño hermano menor de apenas 7 años, que me preguntaba...¿Tan hijo de puta era ese "Dios", que le gustaba ver sufrir a niños de la edad de Sergio?

A pesar de eso, me dío gusto ver cómo sus apagados ojos, por un momento se iluminanaron, al leer las portadas de los libros.
Otros niños, se emocionarian si se les regalará libros para colorear o con temáticas de animalitos.

¿Sergio? Sergio, se emocionaba por viejos libros de historia, filosofía y sociología, que incluso los chicos de mi edad tendían a ignorar.

Mi hermanito, ese día sonrió por debajo de la mascarilla de oxígeno que lo obligaban a usar. Y a pesar de faltarle todos sus dientes delanteros, fue la sonrisa más hermosa y cálida, que alguien me había dedicado en mucho tiempo.

Capturando un libro de historia Sudamericana, entre sus manos temblorosas, él se acomodó mejor en su cama. Antes de invitarme a qué me siente a su lado, tal cómo tendía a hacer Jesús.

Entonces, cuando yo me ofrecí a esconderle los demás libros, antes de acompañarlo, grande fue mi sorpresa al encontrarme entre sus cosas un grueso y pesado libro.

"FÍSICA CUÁNTICA: Avanzada. I"

No necesité preguntarle a Sergio. Tan observador cómo era, él simplemente susurro nerviosamente, mientras subía sus lentes por el puente de su nariz.

"Anoche, la pase muy mal. Papá tuvo que salir por un momento en la madrugada por un asunto, entonces Martín se quedó conmigo y me hizo compañía...Me...Me ayudó mucho."

Martín.

¿Por qué tuve la necesidad inconsciente de saborear ese nombre en mi lengua?

Y por lo visto lo había dicho inconscientemente en voz alta. Porqué Sergio, no dudo en decirme con una voz bajita y ciertamente temblorosa.

"Es un chico molesto, insulta mucho y tiende a aparecerse por acá cuando papá o tú, no están..." ¡Oh, querido hermanito! Debiste conocerme demasiado bien, cómo para detenerme de ir a buscar a ese tal "Martín", al aclararme rapidamente: "Pero...Pero no es malo, Andrés. No me trata cómo a un niño cómo los enfermeros y siempre me ánima, cuando estoy saliendo de una recaída. Él incluso..."
Te escuche susurrar, con una sonrisa timida por debajo de esa mascarilla. Haciendo que inconscientemente alzara una ceja con curiosidad.

"Me consiguió chocolate, a cambio de una manzana." Me dijiste, querido hermanito. Dejándome sin palabras.

Ahora lo entendía.

Ese chico de ojos azules, era Martin.

El mocoso que había estado acompañando a mi hermanito, durante toda la noche. Era el encargado de que Sergio por primera vez en mucho tiempo, se diera el gusto de disgustar una simple golosina.

Tanteando la manzana, aún oculta en mi mochila, sonreí.

Sonreí por tí, Martín.

¿Quién lo diría? Esa fue la primera sonrisa que me arebataste, sin ni siquiera saberlo.

El chico de ojos azules. [Berlermo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora