EL INTRUSO

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Hola. Me llamo Julio, y voy a relataros una experiencia paranormal que sufrí el veintiséis de diciembre de 2019. Por aquel entonces yo tenía veintisiete años y acababa de comprar una bonita casa en un barrio tranquilo de un tranquilo pueblo de Estados Unidos. La casa tenía dos plantas, y en la planta principal, a la derecha, había un comedor, a la izquierda un salón, enfrente la cocina y, una puerta entre la escalera que daba al sótano. Lo único que le faltaba era una piscina, pero el jardín trasero era grande y con espacio suficiente para fabricarla, de modo que decidí que la haría en un futuro.

Bueno, que me desvío. Digamos que, tras conseguir la casa y demás, me instalé allí esa misma noche. Mi novia Amanda llegaría también, pero estaba atrapada en un tráfico horrible.

Mi experiencia paranormal solo duró tres horas. Pero fueron las tres horas más interminables de mi vida.

Una vez instalado, me hallaba tumbado en mi nueva cama. Era una cama de matrimonio, que Amanda y yo compartiríamos. La cama era cómoda, blanda. Tenía la luz de la mesilla de noche encendida, dando al cuarto un tono anaranjado. Enfrente de mí se alzaba la cómoda con el espejo. Mi rostro ovalado, mi cabello corto castaño y mis ojos azules. Eso veía.

Suspiré. La respiración bajaba y subía de mi pecho de forma regular.

Crack, crack.

Me sobresalté. Había oído algo. Me quedé un momento en silencio. Afuera, el cielo estaba oscuro porque eran pasada las diez. Había cenado un trozo de pizza. Amanda aún seguía en el tráfico. Dado que había una tormenta horrible allá afuera, muchas calles estaban inundadas y cortadas. Oí el fuerte repiqueteo de la lluvia chocar contra la ventana.

Crack, crack.

De nuevo ese sonido. Provenía de abajo. Me incorporé de un salto. Por toda ropa llevaba unos vaqueros y camisa, además de zapatos. Ni me había cambiado, esperando a Amanda.

Abrí la puerta con cuidado. Esta no hizo ningún ruido. Claro, era nueva (aunque ignoraba si podría haber hecho algún ruido también). Afuera, todo estaba oscuro y silencioso.

Demasiado silencioso. Tragué saliva. Quizás no hubiera sido nada. Estaba a punto de regresar a mi cuarto, cuando volví a escucharlo:

Crack, crack.

Ahora lo escuché totalmente claro. Era como algo rasgando. Y se escuchaba DENTRO de la casa.

Dentro de casa había alguien conmigo.

Revisé el móvil, pero Amanda no me había dicho nada de que hubiera llegado. Y de haberlo hecho, me lo habría dicho. Y no se escucharía ese sonido tan raro. La piel se me erizó. No tenía fama de cobarde, pero que hubiera un intruso en casa... además, con la tormenta de fuera y yo totalmente solo. ¿Y si estaba armado? Haciendo acopio de valor, me dirigí hacia abajo, de dónde provenía el sonido. Iba despacio, tratando de no hacer ruido.

Abajo, en el rellano de la casa, había una ventana situada al lado izquierdo (desde mi perspectiva) de la puerta. Afuera veía el porche.

Y en el porche había alguien.

No veía su rostro claramente, aunque era más bajo que yo. Quizá midiera alrededor de uno cincuenta (yo medía uno ochenta). Tenía... parecía tener orejas picudas y cabello corto e iba vestido con una camiseta que, por la poca luz que entraba por la ventana (ya que tenía las luces apagadas en casa) parecía ser negra, marrón o tal vez, verde. En cualquier caso, como al final de las escaleras había un pequeño interruptor situado a mano izquierda, decidí pulsarlo para así ver con claridad.

La luz no se encendió.

¿Se ha ido la luz?

Era probable, pensé. Con la tormenta, se producían muchos cortes de luz.

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