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 Corría el año 1854. Yo había visto fallecer a mi madre en su lecho debido al cólera y me sentía solo y sin dirección. Pese a que había ingresado en una prestigiosa universidad y se me consideraba un joven de gran intelecto, sombrías reflexiones sobre la muerte me impedían disfrutar plenamente de mi juventud. Estaba refugiándome en los libros y en los números, tratando con las matemáticas de opacar mis sentimientos de incertidumbre existencial. Fue así, en ese periodo oscuro y solitario de mi vida, cuando nos conocimos.

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