Kaspen no fue al bosque ese día. Algo andaba mal, lo podía sentir como el humo en el aire. Corrió hacia lo gris de la ciudad y lo vio al lado de una hoguera. Su corazón se detuvo. No podía estar pasando. No había logrado salvarlo, los habían descubierto. Y ahora debían pagar con su vida.
— ¿Me quieren ver arder? ¡Voy a darles lo que desean!
Todos gritaron en aprobación. Preferían verlo muerto que feliz, solo por no cumplir con la moral que habían impuesto.
— ¡No! — Su voz vibró por sobre todas las otras, llegando a quien la debía escuchar — ¡No te atrevas! Si alguien se va a quemar voy a ser yo. Suficiente tienes tú con lo que ya te hice.
— Kayra... — fue lo único que pudo responder.
Se alejó de la hoguera y corrió hacia ella. Sin importarle las consecuencias, la sostuvo en sus brazos. Solo necesitaba eso. Sentirla ahí, con él.
— Kaspen...
— Bésame. — pidió entre lágrimas desesperadas.
— No puedo. Moriríamos los dos.
— Un beso tuyo vale más que una vida sin tenerlo.
Sentía las llamas en su cuerpo, por lo que se apresuró a hacerlo antes de desvanecer. Juntaron sus labios y el fuego se prendió a su alrededor.
La gente gritaba de alegría viendo su muerte, sin saber que el incendio de sus corazones era la puerta de su libertad.