Narra Tirian:
Caminaba a grandes zancadas, musitando para mi mismo algunas veces y otras apretando los puños. Alhaja iba a mi lado, sin decir una palabra; de manera que no había el menor ruido, salvo el tenue tintinear de una espléndida cadena de oro que colgaba del cuello del unicornio y el resonar de dos pies y cuatro cascos.”
Pronto llegamos al río y seguimos hacia arriba por un camino repleto de hierba, teníamos el río a la izquierda y la selva a la derecha. Llegamos a un camino, o bueno lo que quedaba de él, continuaba ahora por la ribera sur y tuvimos que cruzar el río para tomarlo. El agua me subía hasta el pecho, por lo que Alhaja, quien con cuatro patas es mucho más firme que yo, se colocó a mi derecha para cortar la fuerza de la corriente, por lo que puse mi brazo alrededor del robústo cuello de mi fiel amigo y ambos logramos salir de allí sanos y salvos.
Ahora nos encaminabamos hacia el oeste con el río a nuestra derecha, y el Páramo del Farol justo al frente de nosotros, pero de un momento a otro, cuando apenas habíamos avanzado unos metros nos detuvimos brúscamente.
-Qué es esto que hay aquí?!- exclamé a la vez que Alhaja dijo “Mira eso”
-Es una balsa- dije ante los que mis ojos. Que así lo era. Media docéna de espléndidos troncos de árboles, recién cortados, y recién podados, habían sido amarrados unos con otros para construír una balsa y se deslizaban velózmente río abajo. En la parte delantera de la balsa iba una rata almizclera guiándola con una vara.
-Hey Rata Almizclera!!! ¿qué estás haciendo?- grité
-Llevo los troncos para vendércelos a los calormenes, Señor- respondió ésta, tocando su oreja al saludar como si hubiese hecho de tener su gorra consigo.
-Calormenes!- exclamé -¿Qué quieres decir? ¿Quién ordenó derribar aquellos árboles?- interrogué a la rata que debido a la velocidad del río la balsa ya nos había dejado algo atrás, pero el animal nos había escuchado ya que miró hacia atrás y contestó.
-Órdenes del león, Señor. Del propio Aslan.- y se notó que dijo algo más pero ya no alcanzabamos oírlo. Mire a Alhaja, el me devolvió la mirada, los dos estábamos aterrados, como nunca antes lo habíamos estado, ni siquiera en una batalla.
-Aslan- murmuré en vos muy baja – Aslan, ¿Podrá ser verdad? ¿Podrá el estar derribando los árboles sagrados y asesinando a las Dríades?- pregunté
-No lo sé, solo si las dríades cometieron un crimen muy pero que muy malo- me contestó el unicornio.
-Pero vendérselos a los calormenes!- exclamé horrorizado –¿Es esto posible?-
-No lo sé- repuso mi amigo triste –No es un león domesticado-
-Bien, debemos seguir adelante y afrontar lo que se nos viene en camino- dije
-Es lo único que nos queda por hacer mi Rey- repuso mi amigo, nos quedamos unos minutos en slencio para luego continuar nuestro camino hacia lo temiblemente desconocido.
Muy pronto pudimos oír los machetazos de las hachas sobre la madera, a pesar de que aún no podíamos ver nada, porque aún había una pendiente frente a nosotros. Pero pronto llegamos a la cima logrando fer plenamente el Páramos del Farol.
Justo en medio de aquella antigua selva, aquella selva, donde alguna vez brotaron árboles de oro y plata y donde una vez según las historias cuentan el niño, Digory, del mismo mundo de nuestros Reyes de Antaño, plantó el árbol de la protección. Ante nosotros se extendía un sendero, un sendero moustroso, lleno de surcos de barro por donde árboles habían sido arrastrados hasta el río. Había una enorme cantidad de gente trabajando, y se escuchaban chasquidos de látigos, y caballos forcejeando y tirando amedida que acarreaban los troncos. Lo primero que me impacto fue que la mayoría de la gente de ese lugar no eran animales o bestias que hablan sino que eran hombres, pero no eran hombres de Narnia, sino que eran hombres morenos y barbudos de Calormen, aquél poderoso y cruel país situado más hallá de Archenland, cruzando el desierto hacia el sur. No puedo entender porque hay tantos de ellos, ni mucho menos porque están talando el bosque narniano.
Dos calarmenes conducían a un caballo que había sido enganchado en un tronco, el caballo se quedó estancado en un sitio sumamente fangoso.
-Tira cerdo perezoso- grito uno de los hombres golpeando al animal con su látigo, el caballo hacia todo el esfuerzo posible tanto que tenía sus ojos rojos
-Trabaja bestia holgazana- gritó el otro hombre también golpeando al caballo con su látigo.
En mi mente no podía creer que alguien osara de hacerle algo así a los caballos libres que hablan de Narnia, el que los castigaran con un látigo, era imperdonable. En mi cabeza apareció la imagen de mi bella hermana, tan compasiva, sensible, adorable y con un gran amor haca los animales, incluso más que cualquier narniano, como se sentiría al ver ésta escena, seguramente se derrumbaría de tristeza.
El mismo caballo ante los golpes retrocedió y habló.
-Tirano idiota! No ves que hago lo que más puedo- repuso en animal
La cólera se apoderó de mi por completo al darme cuenta que el caballo era uno de mis caballos narnianos, alcé mi espada decapitando a uno de los hombres a la vez que el cuerno de Alhaja se incrustaba en el pecho del otro causando que ambos hombres cayeran muertos…
Aclaración de la autora:
Éste capítulo es una adaptación, de un fragmento del segúndo capítulo “La temeridad del Rey” del libro original de La última batalla, la adapte a una narración desde el punto de vista del mismo Rey.
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Las Crónicas De Narnia: La Última Batalla - Fanfiction - Edmund y _______
FanfictionNarnia. Esa simple palabra me llena de felicidad. Recordar esa tierra mágica que tanto amo me saca sonrisas, aunque al mismo tiempo lágrimas al saber que ya no voy a volver. Pero como Ed me dice: "No llores porque haya terminado, sonríe por que ha p...