Capítulo 1. En la torre vigía

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Hacía tres días con sus tres noches que la tripulación de Sombrero de Paja, acompañados de sus nuevos aliados; un padre y su hijo venidos desde Wano, así como el capitán cirujano Trafalgar Law con su rehén, el científico chiflado Caesar Clown; habían salido de Punk Hazard y tomado ruta hacia Dressrosa.

Esa mañana, libres por un instante de la locura de temporales sucesivos del Nuevo Mundo que desquiciaban a cualquiera, el cielo amaneció despejado y la mar en calma. Los tripulantes y sus aliados se permitieron un desayuno en paz. Aunque, como bien iba viendo el capitán de los piratas Heart, "en paz" no era igual a tranquilidad en ese barco.

No negaría que a veces no diferenciaba a su propia banda con una guardería, pero lo del Thousand Sunny superaba por mucho lo que estaba acostumbrado. Once personas y el escándalo que hacían; gritos, carcajadas, sopapos, un esqueleto que se tiraba cuescos; se desbordaba como el de un circo completo. Lo peor, que casi que él se veía también arrastrado a ello. Intentaba que no, aún así, conforme Monkey D. Luffy le quitaba más bolas de arroz de su plato le quedaba más claro que no habría alianza que valiera, le rebanaría el pescuezo.

Fuera como fuese, aquello terminó. Cada uno de los tripulantes se dispersaron hacia su respectivos intereses. Uno de los últimos fue el espadachín.

–He acabado –anunció conforme se levantaba y estiraba la espalda con los brazos cruzados por encima de su cabeza–. Si alguien me necesita estaré fuera, entrenando.

–¿Entrenando?–preguntó el cocinero con sarcasmo–. En el arte de la siesta, será.

–En el arte de no tener torceduras en las cejas.

–¡Vuelve aquí, marimo, y dímelo a la cara!

Zoro le ignoró en su paso hacia la puerta. Law no creyó que el peliverde se estuviese percatando de que le seguía con la mirada, sin embargo, en el último instante antes de salir, sus ojos se encontraron.

–Vas a gastarlo de tanto que no le quitas el ojo.

Aquella voz femenina le sobresaltó. La navegante, que aún se tomaba su tiempo en leer el periódico.

–No sé de qué me hablas.

–¿Hum?–pronunció con suspicacia mientras pasaba página–. Quizás me haya equivocado, no me parecías un hombre de estos que le interesan las mujeres.

–Roronoa-ya no es mi tipo. Los que van con esa actitud masculina tan sobreactuada me generan cierto tedio.

La navegante alzó la mirada hacia él.

–¿Crees que Zoro sobreactúa?

–Sois vosotros los que navegáis con él, me sorprende que no os deis cuenta de que intenta por todo los medios que no se sepa que es un homosexual acomplejado.

Sanji, que lavaba los platos, se rio.

–Uff, eso es duro hasta para ese cabeza alga.

–No sé yo –afirmó Nami–. Zoro tendrá sus cosas, pero le guste lo que le guste estoy segura de que no le importaría llevarlo por delante.

–Me tomas el pelo –respondió Law–. ¿De verdad confías en que es tan hetero como quiere que se entienda con su pose de machito?

La sonrisa de la joven se ensanchó.

–¿A qué te apuestas? –le retó–. ¿A qué te apuestas que a Zoro le gustan las mujeres?

El cirujano arqueó una ceja. Algo tramaba esa pelirroja, eso era evidente. No obstante, no creía que él estuviese equivocado con el espadachín, le gustaban los hombres, ese tipo de cosas se veían a la legua; sobre todo con tantas miraditas que se habían cruzado.

Una distracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora