A pesar de lo que parecía en un inicio, aquella era una isla bastante monótona. A parte de los humandriles, poco peligro había, poca vida. El tiempo se hacía lento, casi quieto, de una manera exasperante. El cielo, de normal nublado, a veces daba una sensación de encerramiento.
Zoro alzó la mirada, deseó estar listo para zarpar, que esos dos años se fueran rápidos.
–Concéntrate –la voz de Mihawk le devolvió a la tierra.
El peliverde observó unos segundos a su maestro. Él era la principal razón por la que el tiempo allí se eternizaba. En los últimos meses los gritos habían desaparecido, lograron un equilibrio hacia el entendimiento y su técnica de esgrima avanzaba mejor de lo esperaban. Era, incluso, como si se hubiesen hecho cercanos.
No, se recordó. No se habían hecho cercanos, Mihawk se había acercado a él y Zoro se lo había permitido.
–Tus hombros no están bien.
El de ojos de rapaz caminó hasta él, colocó las manos en sus hombros y, como hizo aquella vez con su cadera, y las sucesivas veces que el peliverde no atinaba con la postura, los recolocó. No había brusquedad alguna en su agarre, quizás firmeza, sobre todo suavidad. Cuando apartaba las manos de él le daba la sensación de que le acariciaba.
–Y la barbilla más alta –dijo a la vez que le levantaba el mentón con el dedo índice y corazón–. No pierdas de vista el frente.
A veces daba la sensación de que eran sólo ellos dos, que el tiempo se empantanaba y solidificaba. Y que no ocurría nada, nada que cortase de cuajo lo que quiera que se estuviese formando entre ambos.
–¿Hum? ¿Eso no es un barco? –murmuró Perona desde las alturas–. ¡Eh, vosotros! ¡Hay un barco! ¡Creo que viene directo a esta isla!
–¿De la Marina? –preguntó el amo y señor de esa porción de tierra.
–Si la Marina ha empezado a llevar banderas piratas es posible.
–¿Cómo es la insignia?
–Desde aquí no la veo bien, pero diría que la calavera tiene una franja roja que le atraviesa en diagonal el ojo izquierdo.
Zoro intuyó algo en el inexpresivo gesto de Mihawk. Sin que él lo supiera, los vientos del cambio le habían escuchado.
En el Sunny, rumbo a Dressrosa...
–¡Torao, caníbal! –recuperó Luffy su mano antes de que el cirujano le clavase un tenedor–. ¡Que te quieres desayunar mi mano!
–Mucho ha tardado –opinó Usopp–. Eso te pasa por ir mangándole la comida a la gente.
–¡Entonces te mangaré la tuya!
–¡Ni hablar! –el francotirador salvó su plato por un pelo y no por mucho tiempo.
Otro día más que no entendía por qué había hecho una alianza con esa tripulación de psiquiátrico. Law resopló por la nariz y se llevó su taza de café cargado a la boca; de reojo, analizó al espadachín. Roronoa estaba tan campante y por alguna razón eso le molestaba tanto o más que el hecho de que se hubiese puesto una camiseta negra y, por ende, no viera sus pezones al aire. Aunque el cuello de pico le sentase bien.
Zoro dio un bocado nuevo a sus huevos revueltos cuando la parte baja de su espalda le propició cierta molestia. El gemido de dolor fue discreto, inaudible en medio de ese jolgorio; no obstante, de manera instintiva, llevó su mano a la zona afectada, por debajo de la faja.
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Una distracción
RomansaLaw se alió con el capitán de los Sombrero de Paja con el objetivo de derrotar Doflamingo. Sin embargo, en sus planes no entraban las miradas que se cruzaría con el espadachín de la banda. Zoro, por su parte, lidiaba con los recuerdos de los últimos...